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Cuestión de fe, a la novena va la vencida

La asignatura de religiones y Voltaire

La educación formal, no formal e informal asiste a la construcción de esquemas mentales que facilitan posicionarnos ideológicamente en bandos políticos. En definitiva se trata de buscar adeptos para el mismo fin de avanzar en un terreno de juego -la cultura- que nos permitió colonizar la totalidad del planeta Tierra, desde aquellos grafitis cavernarios con los que representamos nuestro entorno, viñetas que dan significado a una deidad que cohesiona. Explicar a un educando esta condición creacionista -hablamos de arte- no debería causar mayor problema. El reto está en convencer a quienes -de forma reiterada- tejen y manejan las leyes de educación con el hilo argumental del civismo, la moral y la ética de sus postulados políticos, que el arte de expresar mitos, magias o espiritualidad es una cuestión de fe, sea cual sea la confesión, incluso la impronta del deísmo que razona la existencia de un creador.

Samuel Huntington acuñó aquello de que "las grandes divisiones de la Humanidad y la fuente dominante del conflicto serán culturales", dejando en ascuas a quienes ignoran la dimensión antropológica de la cultura. "Los hechos blandos" de la existencia social que llamaba el antropólogo Clifford Geertz vinculan la cultura con religión refiriéndose a las creencias, la esperanza o cómo explicar la muerte.

Voltaire, el voluntarioso ilustrado y deísta, descolocaba a propios y extraños cuando sentenció que "el mundo solo descansaría en paz estrangulando al último clérigo con los intersticios del último regente" profiriendo una forma muy peculiar de denostar la religión en el siglo de las luces y la razón.

El debate sobre la impartición de la religión como asignatura sigue fracasando por marear la perdiz entre lo público, concertado o privado cuando la esencia de sus contenidos está en uno de los vocablos más breves de nuestra lexicografía, la fe.

El verdadero batiburrillo -amalgamado a lo largo de ocho leyes de la educación- no está en los "hechos blandos" que apunta Geerz, y que son los importantes para la antropología. El sustantivado pleito ideológico está en la intencionalidad del filósofo francés Voltaire, que se perfilaba más hacia los "hechos duros" que facilitan el poder, y que le procuraron ser uno de los más ricos del cementerio. Su locuaz raciocinio le indujo a renegar del diluvio universal del Génesis, aduciendo que los moluscos petrificados en las montañas, otrora inundadas, eran el equivalente a las conchas de vieiras consumidas por los exploradores.

La teorización de estos contenidos culturales, junto a la historia de las religiones, es suficiente materia didáctica para entroncar -de tronco- la asignatura de religión, y subirse por las ramas doradas, las del antropólogo Frazer, dando consistencia definitiva a este elemento imprescindible de la cultura -la religión-. La próxima ley -la novena-, mientras no aborde la dimensión holística de la fe, su fracaso estará servido, precisamente porque nadie, absolutamente nadie, la intenta leer en su justo término, y se aferran a los "hechos duros".

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