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Elena Fernández-Pello

Una melfa por bandera

La decepcionante deriva del conflicto por el Sahara Occidental

Jóvenes cubiertas con melfas durante la manifestación prosaharaui en Oviedo. Irma Collín

Cuentan que las primeras jaimas que se levantaron en los campos de refugiados saharauis, en la provincia argelina de Tinduf, estaban hechas con las melfas de las mujeres. Huían de los bombardeos de la aviación marroquí con gas napalm y fosfato blanco y, escapando de un infierno, fueron a caer en otro. El Estado español abandonó la que era una de sus provincias africanas y se la entregó despreocupadamente a Marruecos y Mauritania. Para miles de saharauis comenzó un duro exilio de 45 años en la hamada argelina, que no es más que una inmensidad de arena y piedras, temperaturas inclementes y ni rastro de agua en muchos kilómetros a la redonda.

Dicen que las melfas, esas telas con las que las mujeres saharauis se envuelven y que son su vestimenta tradicional, fueron el primer cobijo de una población exhausta y desorientada. El movimiento saharaui de independencia se había organizado contra España. La urgencia por quitarse el problema de encima y la indolencia de la potencia colonizadora dejó el asunto sin resolver, o resuelto a medias que es peor, y desencadenó una guerra entre el Frente Polisario y Marruecos, que se interrumpió con el alto el fuego de 1991, además de una vergonzante crisis humanitaria que continúa hasta hoy. Ninguna de las instancias implicadas en el conflicto, ni los gobiernos nacionales ni la mismísima ONU, han sido capaces de dar una solución que alivie el daño irreparable que se infligió a aquella gente.

Las melfas son una seña de identidad de las mujeres saharauis. En los campamentos no se las ve vestidas de otra manera. Las más jóvenes, sin embargo, ya no las usan tan a menudo cuando salen fuera. Las reservan para las celebraciones o para la reivindicación política.

Hasta la tregua entre Marruecos y el Frente Polisario, las mujeres saharauis cuidaban completamente solas de los niños y los viejos. Salieron adelante gracias al apoyo mutuo y a la buena vecindad. Organizaron escuelas y dispensarios de salud. Las saharauis se hicieron fuertes e independientes porque no les quedó otro remedio y porque los hombres, especialmente los de la élite dirigente, las necesitaban así. Se habla de la sociedad saharaui como la más feminista del mundo musulmán, pero no hay feminismo que valga sin oportunidades, y las mujeres que viven en los campamentos de Tinduf carecen de ellas. Para la mayoría no hay elección, deben casarse y tener hijos; estudiar de poco sirve en los campamentos, si quieren trabajar tendrán que ingeniárselas para emigrar, lo mismo que los hombres.

Las melfas y todo lo que representan valen más que cualquier bandera. La fuerza de la comunidad, la entereza ante la adversidad, el ingenio para afrontar las dificultades, la capacidad para crear oportunidades, el valor y la generosidad, esos son los auténticos y más valiosos recursos que tiene el pueblo saharaui. En vista de los últimos acontecimientos, ninguna de las partes responsables de solucionar este endiablado conflicto ha sabido valorarlos ni aprovecharlos, empezando por sus propios líderes. La desidia de unos y la codicia y la inflexibilidad de otros están arrastrando a la población a un conflicto armado, una guerra de la que el oponente no se da ni por enterado y que, de seguir adelante, sacrificará a toda una generación de jóvenes.

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