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Manuel Gutiérrez Claverol

Jovellanos y las ciencias útiles

La inclinación del ilustrado por todo lo relacionado con la geología

El interés de Gaspar Melchor de Jovellanos por las “ciencias útiles”, suministradoras, en su opinión, de claros beneficios en diversos campos de la agricultura, el comercio y la industria, es más que evidente. Lo demostró en varios momentos, el primero el 6 de mayo de 1782 cuando leyó en la Sociedad Económica de Amigos del País un discurso sobre “La necesidad de cultivar en el Principado el estudio de las Ciencias Naturales”, expresando que esa entidad enviase estudiantes al Real Seminario de Vergara, que viajaran luego por Europa y de regreso en Asturias aplicasen lo aprendido en relación con la mineralogía y la industria.

También quedó expresada su pasión naturalista en su Ordenanza para el Real Instituto de Náutica y Mineralogía, aprobada el 15 de noviembre de 1793, y más tarde cuando pronunció en el Real Instituto Asturiano “La Oración sobre el estudio de las Ciencias Naturales”, en 1799. Asimismo, en sus informes sobre minería y en los “Diarios” encontramos frecuentes reseñas a minerales, rocas, fósiles, minas de carbón y filones metálicos, con un nivel cultural que excede con mucho a la de un simple aficionado.

No resulta infrecuente que este erudito intente buscar una explicación a lo que advierte sobre el terreno, aunque su preparación geognóstica era más bien precaria y muy influida por la indemostrable teoría diluvista, tan en boga entonces. Como acertadamente señaló el profesor José Miguel Caso, “es indudable que ni los conocimientos de su época ni los suyos propios le permitían ver la realidad”.

Sin embargo, donde el prócer gijonés se explaya en puntualizaciones geológicas es en las “Expediciones de Minas”, llevadas a cabo entre septiembre y octubre de 1790, y entre junio y agosto de 1792. A pesar de que en Asturias no existe vulcanismo reciente, Jovellanos veía morfologías efusivas inexistentes por doquier (La Rodriguera de Llanera, Pola de Siero, Collía, Colunga, entre Ribadesella y Nueva de Llanes, Covadonga, Cofiño, etc., etc.), pues cualquier elevación orográfica cónica la interpretaba como debida a un episodio eruptivo.

No obstante, se muestra atinado con algunas descripciones litológicas (pizarras, areniscas, calizas –a las que designa “piedra caliar”–, pudingas –las nombra “guijarros pudín” o “almendrones”–, mármol, etc.), paleontológicas (especialmente en calizas rojizas devónicas con fósiles, a los que se refirió como “pequeñísimos mariscos”) o sobre deslizamientos del terreno (“argayadas”). Pero lo que realmente le interesaba era controlar las incipientes explotaciones hulleras asturianas, objetivo preferente de sus viajes por la región, aunque no descuidaba los indicios de cualquier especie mineral o fósil.

Nuestro personaje practica las descripciones con gran sencillez, utilizando una frescura y espontaneidad narrativa encomiable. Así, en julio de 1792 expresa su parecer sobre una caliza fosilífera que localizó en San Esteban de las Dorigas (Salas); seguramente hace referencia a la que hoy se comercializa con la denominación de rojo, verde o gris Cornellana.

Por otro lado, visitó Pajares en noviembre de 1793, donde observa diferentes petrografías y, lo que es importante, se percata de la disposición subvertical que adopta la estratificación, pero en vez de atribuirla a esfuerzos tectónicos las relaciona una vez más con el vulcanismo a lo que añade la erosión de las aguas. En una excursión por el entorno de Avilés, realizada en julio de 1794, se refiere a los acantilados de pudingas cuarcíticas del Jurásico que afloran a mediodía de la playa de Salinas –obviamente una clara roca sedimentaria–, sobre lo que puntualiza: “para mí no puede ser sino producto de algún volcán”.

Muestra un cierto carácter displicente cuando se encara con su buen amigo Agustín de Pedrayes –célebre matemático colungués– a propósito de la naturaleza química de un mineral rojizo encontrado en Lastres. Jovellanos se pregunta “¿si será cinabrio, si molibdena?”, pero Pedrayes, con un criterio más sensato, opina que se trata de un compuesto de hierro; el molibdeno se halla estrechamente vinculado con rocas ígneas, ausentes en este entorno.

Como es conocido, Jovellanos sufrió cautiverio en Mallorca entre 1801 y 1808. En la fortaleza de Bellver se le permitió pasear por las inmediaciones del edificio, circunstancia que aprovechó para hacer anotaciones de nexo geológico. Durante su estancia en la fortificación abordó en dos escritos aspectos relacionados con esta ciencia: uno es de 1802 con el título “Historia literaria. Mineralogía”, donde muestra un claro apoyo a la experimentación como método científico; otro, de 1805, examina los rasgos fisiográficos de los alrededores de la prisión –que describe atinadamente–, donde se interesa por los materiales usados en la construcción del castillo y de su procedencia, distinguiendo “tres diversas piedras, aunque de una misma especie”, en especial la conocida localmente como “marés”, un tipo de arenisca compuesta por granos calcáreos, conteniendo pequeños fósiles, y un cemento carbonatado, renombrada por haber sido utilizada en la construcción de la Catedral de Palma.

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