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Feliciano Ordóñez

La idea de libertad

Un concepto difícil de demarcar en el que prima el sentido ético de pertenencia a la especie humana

En las últimas semanas hemos asistido al uso y abuso de la idea de libertad. La causa es que la libertad no es un concepto definido o determinado por una serie de propiedades o características, ni es tampoco algo ligado a una realidad concreta. Es una idea, y como tal es difícil de demarcar, ya que se mueve en múltiples realidades pero no queda delimitada en ninguna de ellas, y debe estar exenta de subjetividad social e individual. Es una idea que necesaria sujeta a los límites impuestos por el contexto en que se desarrolla y tratar de no caer en “ser libre”, es decir, sin barrera alguna.

La libertad no es un estado emocional, ya que trasciende al individuo y ahí comienza el mayor de los problemas de la libertad, cuando el individuo valora la libertad desde la subjetividad sin darse cuenta que la libertad no es un estado, es el producto de un bien común en el que debe primar la virtud, el respeto, la igualdad y el sentido ético de pertenencia a la especie humana.

La libertad está por encima de la individualidad, es más, lo individual es la visión más contraria a la libertad, ya que se basa en la búsqueda del bien propio sin pensar en el papel que el individuo tiene en su grupo de referencia, sin pensar en la responsabilidad que sus actos generan, en la visión de su grupo de frente al resto de grupos que coexisten en la sociedad, y frente a la sociedad misma.

La libertad no se puede medir ni reducir a términos mundanos, no puede delimitarse a ningún repertorio concreto de conductas ni ideales, no es salir o no dejar de salir, tampoco es tener o no horarios controlados… La libertad es la base de la convivencia y como tal no pertenece a nadie, pero es de todos.

En el Diccionario de la RAE aparecen múltiples acepciones de la palabra libertad, muchas de ellas ligadas a un apellido que nos muestra una parte de la cantidad de contextos en los que se mueve esta idea: libertad condicional, de expresión, circulación, comercio, de conciencia, culto, empresa, enseñanza, de información, etc. Pero por encima de todas ellas destaca su definición esencial “la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”.

Responsable de sus actos, he aquí la piedra angular del problema. En qué nos hemos equivocado cuando no hemos sido capaces de transmitir algo tan fundamental, la libertad no funciona al margen de la responsabilidad, no debe ser ajena a ella pero a la vez debe estar sujeta a la idea de libertad, y esta trasciende al individuo. Repito, en que nos hemos equivocado cuando se usa la libertad como algo personal, el “mi, me yo” como argumentos de verdad absoluta ante cualquier intento de llamamiento a la responsabilidad en pos un bien común. Que hemos estado forjando durante este tiempo, cuando lo individual juzga a lo general, estamos poniendo nuestro dedo para tapar al sol. Para justificar cualquier acto o pensamiento que no nos conviene, no nos gusta, o genera alguna frustración, rápidamente acudimos a nuestra particular interpretación de la libertad, como si se tratara de un derecho inalienable “mi libertad”. Bajo el amparo de esta supuesta libertad, podemos recriminar, cuestionar, reprochar, censurar, increpar, desaprobar y sermonear a los demás sin tener en cuenta “su libertad” a equivocarse, a acertar, contradecirse y contradecirnos, increparnos y sermonearnos, sin darnos cuenta que con ello nos alejamos cada vez más de la idea de libertad.

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