La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Lo raro es vivir

Las estrategias de defensa “Krol” y “Shilton” para librarse de la conciencia del dolor emocional

“Desde que el mundo es mundo, vivir y morir vienen siendo la cara y la cruz de la misma moneda echada al aire, pero si sale cara es todavía más absurdo. Para mí, si quieren que les diga la verdad, lo raro es vivir”.

Estas líneas de agrio sabor existencialista que Carmen Martín Gaite puso en boca de uno de sus personajes de ficción hacia 1996 esbozan de manera brillante la hipótesis científica más interesante que a fecha de hoy manejamos para dar cuenta de ese drama tan terrible como desconcertante que es el suicidio.

El suicidio, sus causas, su abordaje y su prevención son asunto de duras controversias entre los profesionales implicados en el tema. Sabemos que un 3 por ciento de la población mundial realizará un intento de suicidio a lo largo de su vida y que si dividimos a la población general en grupos de alto y bajo riesgo, el 95 por ciento de los suicidios se producen en el grupo de bajo riesgo, lo cual compromete mucho la prevención. Más de un 75 por ciento de los suicidios ocurren en un grupo de población, digamos, “inesperada” por su bajo riesgo. Por lo cual debe ser transmitido contundentemente al entorno sociofamiliar de cualquier suicida que no tiene que asumir culpabilidad alguna en una conducta tan compleja.

Nuestro cerebro tiene reacciones impredecibles, como las tiene nuestro sistema inmunitario. Y nadie es culpable de que un familiar tenga un linfoma o un tumor cerebral. La razón de la difícil prevención del suicidio es su extrema rareza incluso en aquellos que han tenido un intento de suicidio previo, principal factor de riesgo, dado que acaban suicidándose un 7 por ciento de los sujetos que lo han intentado de forma grave.

Hace seis años, el psicólogo evolucionista C. A. Soper publicó la más interesante teoría explicativa de la conducta suicida que conozco: el suicidio es una conducta íntimamente ligada a dos fenómenos tan humanos como son el dolor y la inteligencia. El dolor emocional, que usa las mismas vías para llegar a la conciencia que el dolor físico. Y la inteligencia, que hizo que el ser humano aprendiese que una forma de librarse del dolor era quitándose la vida mediante el suicidio.

Con esos mimbres, “lo raro es vivir”, que decía Martín Gaite. Pero, con el paso del tiempo, nuestro psiquismo fue elaborando estrategias para evitar una respuesta tan drástica y poco adaptativa. Soper distingue defensas de primera línea: los tabúes culturales, los valores religiosos. Y defensas de última línea: los trastornos mentales (depresiones, adicciones, autolesiones, psicosis...) que buscan embotar la conciencia del dolor emocional, pero a un coste muy caro. A las defensas de primera línea Soper las llamó “Krol”, en homenaje al defensa holandés de fútbol Ruud Krol, y a las de última línea las llamó “Shilton”, en homenaje al eterno portero de la selección inglesa.

La impredecibilidad del suicidio radica en que no hay signos de alerta para prevenirlo, por mucho que nuestros esquemas mentales nos lleven a pensarlo tras el fallecimiento de un ser querido. También hay que eliminar las fantasías de la posibilidad de rescate: es imposible parar a quien está decidido a hacerlo.

En resumen, nos queda mucho que aprender sobre el suicidio y la manera de prevenirlo. Hay que descartar esas falsas campañas que hablan de “cero suicidios” porque no podemos embotellar el viento. Probablemente haya muchas vías para explicar un mismo fenómeno. Como probablemente haya distintas enfermedades tras eso que llamamos de forma aglutinante “esquizofrenia”. Para aprehenderlo, es necesario soltar lastre y eliminar lemas extremos como que “todos los suicidios surgen de una enfermedad mental” o aquellos que no aceptan que muchos dolores mentales arrancan de que “he soportado y causado tantos sufrimientos porque faltaba un poco de sal en mi cerebro”, como escribió el poeta Robert Lowell. Porque todos los medicamentos que reduzcan dolores del alma son beneficiosos, afirma Soper.

Mientras tanto, nos toca seguir trabajando con las pocas pruebas fiables de que disponemos para ganar conocimiento y reducir la mortalidad allí donde sea posible hacerlo. Y, sobre todo, evitar ese nihilismo que nos lleva a vivir mirando al cielo.

Compartir el artículo

stats