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Millas

El trasluz

Juan José Millás

Discurso para un funeral

Fui a visitar a un viejo amigo que estaba muy enfermo. Hablamos un poco de esto y de lo otro mientras la tarde, afuera, se resistía a caer. Estas jornadas del verano, en las que a las diez de la noche aún es de día, provocan a ratos la sensación de que el mundo va con retraso, incluso de que se ha parado.

–¡Qué días tan largos! –exclamó mi amigo desde la cama, dirigiendo su rostro hacia la ventana.

–Pues sí –añadí estúpidamente.

Los días le parecían largos, sobre todo, con relación a su vida. Lo decía Borges muy bien en un poema: “La vida es corta, pero las horas son tan largas…”. ¡Qué contradicción! Cada una de las horas de una existencia puede haber durado más que la existencia misma. Bueno, ahí estábamos, con el tiempo suspendido, intentando trabar penosamente una conversación que no cuajaba. En esto le pregunté:

–¿Cómo ha sido ser tú?

–¿Cómo ha sido ser yo? No sé.

–Pero así, en líneas generales, ¿dirías que ha estado bien ser tú? ¿Has sabido sacar rendimiento a tus habilidades?

–Bueno –reflexionó–, tuve en la adolescencia una revelación: la de que estaba muy bien dotado para el fracaso. Pero no lo acepté y, como sabes, he triunfado en todo lo que me he propuesto. Me arrepiento un poco de no haber seguido mis inclinaciones. Podría haber sido un gran fracasado sin mucho esfuerzo. En triunfar, en cambio, me he dejado la piel.

–¿Ha sido duro el éxito?

–Mucho, muy duro, porque no me gustaba, pero la presión exterior, la de mi padre, sobre todo, para que triunfara, resultó determinante y demoledora.

Mi amigo permaneció pensativo, con expresión de hastío observando las sombras del techo. Supuse que repasaba mentalmente sus conquistas, arrepintiéndose de todas.

–Finalmente –le dije–, has fracasado en fracasar. Quizá, sin darte cuenta, has hecho lo que querías.

–No se me había ocurrido verlo desde ese punto de vista –señaló–. Te voy a pedir un favor: di esto en mi funeral.

–Así lo haré –le prometí.

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