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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Solidarios

La OMS propone frenar la vacunación en Occidente para que el Tercer Mundo pueda llegar al 10 por ciento de inmunizados

La vacunación nos enfrenta a un gran dilema moral. Otro dilema moral más, quizás el más importante de todos. ¿Nos ponemos la tercera dosis, como ya están planteando algunos países, o utilizamos esas vacunas para que el Tercer Mundo pueda llegar, al menos, a un 10 por ciento de inmunizados?

El diario francés “Libération”, último reducto de la moral izquierdista, no dejaba lugar a dudas el sábado con su contundente titular de portada: “Altas dosis de egoísmo occidental”. Israel ya está suministrando la tercera dosis de refuerzo. Alemania o Francia ya barajan la posibilidad de administrarla el próximo mes. España, como otros muchos países, está a la espera de lo que digan los científicos al respecto. Pero la UE, siempre tan humanitaria, ya ha avanzado que la prioridad es alcanzar el cien por cien de inmunidad. La solidaridad tendrá que esperar.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha salido al paso de la intención de los países occidentales. Al fin y al cabo, por desprestigiada que esté, es la única entidad que nos puede ofrecer una visión global de la pandemia. Y ha pedido una moratoria de la vacunación en Occidente, es decir, que se paralice esa tercera dosis y, además, la inoculación de los más jóvenes, cuyo riesgo de complicaciones es menor.

“Entendemos la preocupación de los gobiernos de proteger a sus poblaciones de la variante delta –ha asegurado el director general de la OMS–, pero no podemos aceptar que los países que ya han utilizado la mayoría de los suministros utilicen todavía más, mientras que las poblaciones más vulnerables del mundo siguen sin vacunar”.

En efecto, los datos sobre la desigualdad son irrefutables. Los países con ingresos medios y altos, que no llegan a la mitad de la población mundial, han administrado el 80 por ciento del total de las vacunas. Mientras Estados Unidos ya ha alcanzado el 70 por ciento de vacunados y la media europea supera el 50, en el conjunto de África solo un 2 por ciento tienen la pauta completa y un 5 la primera dosis.

En un mundo solidario, ideal, compartiríamos las vacunas. Al fin y al cabo, solo se nos pide que esperemos unas semanas, tal vez unos meses, a ponernos la dosis de recuerdo y a vacunar a los más jóvenes. No parece una petición disparatada, pero la experiencia dice que no va a ser así.

Reduzcamos el problema a una escala menor. Será más fácil verlo. Si una autonomía española fuera ya por el 70 por ciento de vacunados y otra aún por el 5, ¿la primera estaría dispuesta a esperar a la rezagada y ceder vacunas para que se ponga a la altura? La experiencia nos dice que no. De hecho, durante la pandemia, se han visto muy pocas muestras de solidaridad entre comunidades autónomas. ¿Cuántas camas de hospital, cuántos médicos, cuántas enfermeras, cuántos auxiliares cedieron las comunidades menos afectadas a las más damnificadas? ¿Se acuerdan de aquel tren medicalizado que iba a trasladar enfermos de unas ciudades a otras? ¿Cuántos viajes llegó a hacer? Si se conocen los datos, yo he sido incapaz de encontrarlos.

Si no somos capaces de ayudar al vecino de provincia, ¿cómo esperamos ayudar al vecino de continente? Será difícil. ¿Hace falta recordar las agrias disputas de nuestros políticos sobre la solidaridad fiscal entre territorios?

En la introducción a su libro “Solidarios. La vida más allá de uno mismo” (Rialp), el profesor Antonio Rubio Plo recuerda que “los seres humanos no se acaban en sus intereses”. No por sabido deja de ser necesario el recordatorio, incluso referido a las tan indispensables vacunas.

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