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JC Herrero

Antropología del fuego

La intención de los incendiarios

Cualquiera que sepa cómo discurre la savia por los vegetales, o la sangre por los animales, convendrá que la luna tiene influencia hasta para poner fecha al corte de pelo, en el parto, plantar nabos y toda una serie de actividades rurales, agrícolas y hasta domésticas. No digamos cómo influye la luna para estimular o apagar ánimos.

Para calmar ánimos, las autoridades se empeñan en dar números de autorización a quemas de rastrojos o superficies de pastos que llaman sutilmente “quemas controladas”.

Cuando cada quien quema a su bola, ya la cosa se desmadra, esto lleva décadas pasando en Asturias.

La autorización de quema va del uno a tres. Mientras que el riesgo de incendio se enumera hasta el índice cinco. Solo quemas si tu número es superior al riesgo.

Es evidente que si tienes varios focos de incendios de monte bajo en tu provincia, los incendiarios, si no están autorizados, se han puesto de acuerdo para quemar sin mediar wasap.

Tienen el “satélite” natural que les permite, al unísono, acatar la orden de “¡fuego!”.

Todo empieza a arder con premeditación, alevosía y nocturnidad.

Ese “satélite” no es de ciencia ficción, el de Arthur Clarke y su periodo orbital, qué va. Mal que nos pese, el primer satélite de comunicación, antes incluso que las señales de humo indio, es la luna lunera, sus repliegues menguantes.

Con tanta recidiva manía de meter fuego al monte bajo, las autoridades han tenido tiempo de fijarse en el calendario lunar, del que nadie habla.

Es decir, empezar a invertir menos en economías del fuego y más en prevención.

Fíjense las direcciones generales de turno en el menguante lunar, en las superficies arrasadas durante las últimas décadas y les saldrán las cuentas.

Repasen las respectivas consejerías los informes de las Brigadas de Investigación de Incendios, de las causas penales abiertas por la criminal imprudencia de prender fuego en menguante y savia de pastos en sus mínimos niveles.

Deducirán que a la luz de la luna se cobijan los incendiarios. Sin dar nombres corporativos, entre todos lo quemaron y él solito se incendió.

El escritor Arthur Clarke sugeriría que los drones sobrevolasen las exhaustas praderías, que año tras año vuelven a incendiarse. Él acabaría con la comedia incendiaria que arrasa nuestra masa forestal y deseca nuestras tierras.

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