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Joaquín Rábago

No hay manera de desengañar a los trumpianos

Las emociones, ante todo

Es lo que ocurre en esta época de mentiras políticas hábilmente disfrazadas de “verdades alternativas”. No hay manera de convencer con argumentos racionales: priman siempre las emociones. Esa es la principal enseñanza de lo ocurrido en Estados Unidos con Donald Trump, un fenómeno que parece extenderse peligrosamente como mancha de aceite populista a otros países. El presidente republicano fue sometido en el Congreso a dos procesos de destitución, de los que, salvado ignominiosamente por los suyos, pareció salir incluso más fortalecido.

La ignominia continúa con un Partido Republicano que parece secuestrado por un político que sigue insistiendo en que fue él y no su rival demócrata, Joe Biden, quien ganó las últimas presidenciales y que sólo parece soñar con tomarse la revancha. De nada sirve que un comité del Congreso, boicoteado por los republicanos, haya recogido miles de pruebas y testimonios del papel del propio Trump en el asalto al Capitolio por una turba de sus fanáticos seguidores.

La fiscalía estadounidense ha abierto una investigación sobre las actividades del entonces todavía presidente en aquellas horas decisivas en las que se produjo lo que sólo cabe calificar de intentona antidemocrática alentada desde la propia Casa Blanca. Pero aunque el comité del Congreso resuelva finalmente que hubo delito, la Justicia estadounidense no está obligada a procesar a Trump. Éste podría ser acusado también de “obstrucción” del legislativo al intentar impedir la “certificación” de Biden como su sucesor. Su equipo legal hará, sin embargo, todo lo posible por evitarlo, y mientras tanto su partido está tomando medidas para impedir que los demócratas vuelvan a tener las mismas oportunidades en las próximas citas electorales. Medidas destinadas a dificultar todo lo posible la participación en futuros comicios de las minorías afroamericana e hispana, que suelen votar mayoritariamente al Partido Demócrata. Los estrategas republicanos han identificado los puntos flacos del sistema electoral estadounidense y están dispuestos a explotarlos en su propio beneficio. Mientras tanto, el presidente Biden, que llegó a la Casa Blanca con la promesa de intentar reconciliar a un país profundamente dividido, no parece en condiciones de cumplir lo prometido. Sus grandes proyectos, como el de la renovación de las deficientes infraestructuras del país, se han visto fuertemente recortados por la oposición republicana.

El de medidas sociales y medioambientales, bautizado como “Build Back Better” (reconstruir mejor), tropieza incluso el rechazo de un senador del ala más conservadora de su propio partido al que financia la industria energética.

El debate político en EEUU está fuertemente polarizado y el tono es cada vez más agresivo. El rival político es visto sólo como un enemigo, al que no hay que dar ni agua.

No debe extrañar pues que algunos analistas hablen de EEUU como de una sociedad que parece estar al borde incluso de la guerra civil. Algo especialmente peligroso en un país donde hay millones de armas de fuego en manos de particulares.

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