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En corto y por derecho

Arturo Román

Marquesinas a bombo y platillo

Los intercambiadores, una vieja panacea de la movilidad que rebrota con los fondos europeos

Veinte millones. De ellos, trece kilos para cuatro concejos: Oviedo, Gijón, Avilés y Siero. Y entre todo, una palabra reluce: intercambiadores, muchos intercambiadores. La lluvia de fondos europeos para proyectos de movilidad sostenible en las áreas urbanas asturianas ha puesto de moda el intercambiador y la intermodalidad, que, al parecer, no es pasar del modo indicativo al subjuntivo, aunque sí indica el imperativo –europeo, según dicen– de que los intercambiadores se reproduzcan como conejos. Aunque, a decir verdad, de intermodalidad ya saben desde tiempos inmemoriales en Gijón, cuya estación intermodal sigue siendo un ectoplasma perdido en el espacio-tiempo.

En fin, con intercambiadores intermodales se refieren los expertos en movilidad a puntos donde se facilita el cambio de un modo de transporte a otro: ya sea del tren al bus o del autobús interurbano –el “alsa” de toda la vida– al bus municipal –el “emtusa” o el “tua” de toda la vida–. Con esos millones se pretende poner uno en la gijonesa plaza de Europa y otros dos en Avilés, en los parques del Muelle y Las Meanas. Habrá que ver qué realidad se oculta bajo la palabra “intercambiador”, pero con tantos planeados hay quien avisa de que la gente se vaya olvidando de estaciones o grandes alharacas y piense más bien que empezarán a brotar cual setas marquesinas de autobús. Eso sí, marquesinas con un bonito lacito de la Unión Europea.

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