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Lo que hay que oír

Francisco García Pérez

Adiós, palíndromos, adiós

A vueltas con la lógica, la corrección política y los sabios locales

Zapeando otro día por los canales televisivos en busca de algo humorístico, me topo con una escena del documental “Soy Georgina”. Una amiga de la esposa de Cristiano Ronaldo protesta a la prota: “No sabía que Cannes tuviese playa, podías haber avisado, tía, para traerme bañador”. Podía y debía. Cuánto no se menoscaba una amistad si una de las partes invita a la otra y no la avisa de que la ciudad acaso más cinematográfica de Europa desde hace 75 años, en cuyas calles y arenas finas posaron Michael Jackson o Rita Hayworth, Brigitte Bardot o Hitchcock, Pitt y Jolie… no solo tiene playa sino playas. Sí, un programa de humor sí que parecía.

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Se me atraganta la lectura de “La historia del mundo en 50 perros”. Su autora, Mackenzi Lee, es tan políticamente correcta que se olvida de escribir sobre canes y acaba por escribir solo de ética milenialmente militante.

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Cuando no sé una cosa, cuando no encuentro un dato sobre la ciudad en que resido, pregunto a Luis Miguel Piñera. Como soy en extremo curioso y pesado al respecto lo traigo por la calle de la amargura… aunque, en resumidas cuentas, quién le manda saberlo todo sobre su pueblo y confesar por escrito lo poquísimo que ignora. Un fenómeno. Me regalan ahora su “Historia social de Gijón (industria, cultura popular y memoria)”, resumen, noticia y pasmo sobre lo que fue y es la ciudad más populosa de Asturias. Escribe de fiestas, cupletistas, amas de cría, cruces religiosas y calles pecaminosas, cárceles y chimeneas, memoria histórica, antifranquismo, Días de la Cultura… datos y hasta gracias curiosas: ¿se han preguntado ustedes por qué la industria gijonesa hállase casi toda en el oeste? Pues lean a Piñera. Un poco rojote sí que es, la verdad. O sea que absténganse de su lectura pocos de esta ciudad tan reivindicativa. Y conviértanse en best sellers los libros que no dicen tonterías nada más.

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En las facultades de lógica valdría como ejemplo de contralógica la contumaz tendencia humanoide a claxonear o claxonar (acabo de inventar ambos verbos) en cuanto nuestro coche ha de guardar fila. Debería predicarse que no existe relación alguna entre la frecuencia e intensidad de los bocinazos y que se evaporen el embotellamiento o la interrupción de la marcha. ¿Qué tipo de cafetera mental poseen esos seres que ensordecen los aires? Acabo de sufrirlos dos veces: una, a cargo de un prototipo first dates que me urgía a proseguir, sin parar mientes en que un servidor se había detenido para no atropellar a una mujer y una niña que cruzaban de la mano por un paso de cebra. La otra, a cargo de un conductor con móvil a la oreja y sin luces ni en el auto ni en la cabeza que, ya de noche, pitaba y pitaba y pitaba para que yo corriese y corriese y corriese, y me saltase la señal que anunciaba límite de velocidad. No to er mundo é güeno.

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Mi amigo invisible (que existe, cansado estoy de decirlo, aunque su nombre bajará conmigo a la tumba tal como ambos hemos acordado) se retira de fabricar palíndromos, ay. Pero ha querido hacerlo a lo grande o, como él mismo dice, con “el palíndromo absoluto, el palíndromo especular”. Incluso me envía una nota con instrucciones para uso del mismo y que dicen así: “Apoyando un espejo contra el papel por la mitad de la frase, la susodicha se lee del papel al espejo y viceversa. Y enfrentando el papel a un espejo éste devuelve la frase sin que la inversión especular distorsione las letras. Tal efecto solo es posible usando las escasas letras que de por sí, y en mayúsculas, tienen simetría plano-axial”. Yo ni lo intenté, para algo ha de valer ser inútil total en tales menesteres. Traten ustedes de conseguirlo, porque ahí va, míralo, míralo, el palíndromo absoluto, el palíndromo especular, el último palíndromo: AY, OMITÍ MI TIMO YA.

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