Tardear, en la nueva acepción de disfrutar de esparcimiento por la tarde, es un fruto bastante feliz de la pandemia y la veda del ocio nocturno. Pero, como suele ocurrir, del fruto puede nacer una nueva familia. Por ejemplo, cabría pensar que los años empiezan a tardear entre mediados de agosto y septiembre, o que también lo hace la vida, y las personas tardean a partir de una franja de edad, por más que el tardeo se pueda demorar más en unas que en otras. Aunque el tardeo vital comporte limitaciones y parezca cerrar algunas perspectivas, abre otras, enriquecidas por el poder estimulante de lo efímero, dejando atrás el establo cansino de la repetición y dando un valor más apreciado a los momentos. Lograr que se ponga a tardear el propio ego no siempre es fácil, pues es un bicho que se resiste, pero el juego de tardeo que reside en meterlo en vereda también tiene su encanto.