Diana DÍAZ

«Mira que la zarzuela me horrorizaba y ahí acabé enganchada hasta ahora, que me bajo del escenario con "La leyenda del beso"».

Y eso porque a Pepa Rosado le obligan los partes médicos, que si no? Con su marido y compañero de reparto, Rafael Castejón, ha vuelto a las tablas porque la ocasión era, más que especial, única. Por primera vez, el «clan Castejón» se ha reunido en una misma historia, la de «La leyenda del beso», que en esta producción que clausura el XV Festival de Teatro Lírico Español trae, así, doble de leyenda. Con los hermanos Rafa -como Gorón-, Jesús -en la dirección de escena-, y Nuria Castejón -coreógrafa-, se vivirán, esta tarde y la de mañana, las dos últimas funciones de la zarzuela de Soutullo y Vert, que viste el Campoamor de los años veinte en su historia de pasión zíngara.

Mucho ha cambiado el mundo del espectáculo. Así lo siente esta pareja emblemática de actores, con medio siglo de experiencia profesional. Como no podía ser de otra manera, les unió el teatro. Rosado empezaba de bailarina y luego se metió a actriz, debutando en el Teatro Maravillas y entrando en la compañía de zarzuela «Ases Líricos». «Para mí, la zarzuela era al principio cosa de viejas y, con alguna zancadilla que me metieron, pues tardó algo en convencerme», cuenta la matriarca. Junto a ella, Castejón padre habla de sus raíces. Viene de una familia de zarzueleros. «¡Con lo mal considerados que estábamos los que nos dedicábamos a la zarzuela!», recordó el actor, que dio sus primeros pasos en Alicante en el grupo aficionado «Ruperto Chapí». Ambos curtieron su arte sobre el escenario, papel a papel, desde el rango de «actores meritorios» -o sea, ser «becarios», en la denominación actual- y cuando se llevaban las compañías de variedades.

«Ahora los jóvenes entran por la puerta grande», suspira Rosado. Ha pasado poco tiempo para haber acaecido tantos cambios en el mundo del espectáculo -«farándulas» aparte-. «Recorríamos las plazas sin hoteles estrellados ni seguridad social y a dos funciones diarias», relata Castejón, quien afirma haber vivido de todo, «más malo que bueno; pero a toro pasado, te quedas con lo bueno». Y se ríe recordando el monopolio en Madrid de la época, cuando las mismas caras estaban al frente de los teatros y del sindicato. «Nada, que eso de la crisis del teatro lo llevo escuchando cincuenta años, y seguimos ahí», dice Castejón.

Su hijo Rafa recoge, como sus hermanos, la herencia familiar, comenzando en el mundillo como coristas. Desde 1989 es actor profesional, tras un titubeo en filas militares. «Es un actor todoterreno», dice orgullosa su madre. Rosado recuerda sesiones de deberes en las giras a América y las siestas de los pequeños en el cesto de la ropa. Lo de «mamá, quiero ser artista» era motivo de celebración. «Y, ahora, las nuevas generaciones vienen pisando fuerte; ya no hay "dedismo", sino castings», comentó el patriarca.

Para Rafa, las escuelas de teatro y la televisión son dos novedades valiosas que dan cancha a los actores. «Aunque se vive el intrusismo en la profesión, porque a muchos les deslumbra la pantalla», lamentó el pequeño de los Castejón. No obstante, el teatro es el medio natural de Rafa, como todo buen animal de escenario. «El teatro es el ámbito más creativo para el actor», aseguró Castejón hijo, que no repara demasiado en el «peligro» de los exámenes continuos, cara al público, que implica la profesión. «Es que nos gusta llevar el timón cuando el telón sube, y los meneos y pateos, si cuadra», dice su padre quitándole hierro al asunto. En lo que a zarzuela se refiere, vuelve a surgir el medio hoy más controvertido, la televisión. Según la familia Castejón, contra la crisis de la zarzuela ayudó mucho la afición que promovió el programa televisivo que dirigía Fernando García de la Vega, además de las incansables pequeñas compañías de Madrid, claro. «Aunque el programa televisaba herejías en playback, con actores famosos, fue una manera de promocionar la zarzuela», afirmó Rafael Castejón. Luego vendría José Tamayo, implicando a grandes voces en el género lírico español. «Tamayo fue el renovador de la zarzuela, que llevó por todo el mundo», consideró Castejón. El Teatro de la Zarzuela de Madrid y el Campoamor, como segunda gran plaza para el género, son el último escalón en el impulso de la zarzuela, un género que «engancha a la gente joven, desde la primera vez que deciden reservar una butaca», dice, desde la experiencia, Rafa.