Otra posibilidad de clamar por la capitalidad de Europa es el silencio. Parar la ciudad un ratín, desenchufar el tráfico rodado, carillones, el flujo del agua y la rueda del contador; tragaperras, móviles, ordenadores, desenterradores, blindados de Santa Bárbara, tuneladoras, tornos de dentista, diarios hablados y telediarios. Desenchufarnos nosotros mismos, callar en la peluquería y en el gimnasio; no hablar de crisis, de pérdida de valores morales o bursátiles; enmudecer, dejar a Cascos en paz, que venga si quiere. ¡Silencio, no se rueda! La primera llamada del primer movimiento de la «Quinta» de Beethoven no es un sonido, sino un silencio de corchea, suficiente para resumir lo que fuimos, somos y seremos. El silencio a los balcones, antes de dar la nota. Aunque sea por un ratín de corchea, que sólo circule nuestra sangre para que se escuche el latido de Oviedo.