Pablo GALLEGO

«¡Aquí, esto es lo bueno, la calidad, el precio!». Quien vende así su mercancía, como si llevase veinte años detrás de un mostrador, es una niña que apenas asoma detrás de un puesto que vende broches y pulseras. La suya es una de las 78 cooperativas que ayer llenaron el Paseo de los Álamos de Oviedo, dentro de la novena edición del llamado Mercado Internacional Escolar. Un proyecto, incluido en el programa de fomento de la cultura emprendedora, que ha conseguido convertir a más de 1.300 escolares del concejo de Oviedo en aprendices de empresarios con menos de 16 años.

«La cultura emprendedora debe empezar en la escuela, y en eso el Principado lleva la delantera», aseguró ayer el director general de Comercio y Autónomos, Julio González Zapico. Él mismo pudo comprobar, de primera mano, el nivel de compromiso de los estudiantes con sus pequeñas empresas. Un juego que comienza con alumnos de 6 y 7 años, y que ayer terminó, por la tarde, con la final del II concurso universitario de ideas empresariales.

En el mercado de ayer, los broches y las pulseras coparon el espacio. Eran los productos más ofertados, y a ellos recurrieron los alumnos del colegio de Ventanielles, voceando «broches y carteras». También algunos de los institutos de educación Secundaria convocados. Ellos, dentro del programa empresa joven europea, comercializaron productos importados de las cooperativas socias del resto de comunidades autónomas. «También del Reino Unido, Portugal, Francia, Bélgica, Estados Unidos y Canadá», precisó José Antonio Vega, director del área de transferencia de Valnalón, empresa pública que promueve el mercado.

Casi todas las cooperativas dedicarán entre un 15 y un 20 por ciento de sus ganancias de ayer, según Vega, a una ONG. Una especie de inmersión escolar en el mundo de la responsabilidad social corporativa desarrollada por las grandes empresas. En el caso de los alumnos de tercero de Secundaria será el cien por cien. Su cooperativa forma parte de los contenidos marcados en la controvertida asignatura de Educación para la Ciudadanía. Sus socios están un poco más lejos, en Ecuador, Perú, Nicaragua, Bolivia, Camerún, Marruecos y Mali.

En el mercado de ayer todo el mundo buscó algo que vender. El colegio «Roces» de Colloto, collares, pulseras e imanes. El instituto de La Ería, quesos asturianos, pastas, casadielles o paté de cabracho, y el Alfonso II, libros, rosquillas y bollos preñaos de un supermercado cercano. Lo que fuera con tal de hacer caja. Pero dos centros destacaron sobre los demás: el aula de inmersión lingüística para inmigrantes del instituto de Pando, y el colegio de educación especial de Latores. Dos proyectos en los que la empresa es sólo la excusa para fomentar otras formas de aprendizaje.

La cooperativa «Escala», de Latores, vendió libretas, llaveros, jabones artesanos, lechugas ecológicas de su invernadero y «morenones», un dulce de receta secreta. «Todo lo han hecho, o cultivado, ellos», aseguró Alicia González, una de sus responsables. En el proyecto de cooperativa han participado 34 de sus alumnos, todos de 16 a 21 años. En equipo se encargaron de preparar la mercancía, venderla a sus numerosos clientes y vigilar la caja.

Todo como ejemplo de trabajo y «transición a la vida adulta», añadió. «Siempre vendemos mucho, y en el mercado que organizamos en el centro se agota la mercancía», señaló Ana Virgós, otra de sus profesoras. Con una forma de vender distinta, los alumnos de Latores fueron, con orgullo, una tienda más de las 78 que convirtieron el Paseo en una nueva arteria comercial de la ciudad.

En otro puesto cercano el asunto era vender chapas. «Aquí, la cooperativa es un soporte para el aprendizaje del español y la integración», explicó Elena Muruais, del instituto de Pando. «Nos sirve muchísimo, porque le da una función a lo que aprenden», aseguró. Mientras, vigila cómo se desenvuelven con el público los doce jóvenes, de diferentes nacionalidades e idiomas, que ayer acudieron al mercado.

Con un poco más de edad -y formación universitaria de por medio- quince jóvenes tomaron el relevo emprendedor de los más pequeños en el II concurso universitario de ideas empresariales. Durante más de dos horas y media, doce equipos compitieron por uno de los dos premios -de 2.000 y 1.000 euros- concedidos por el jurado. Los ganadores fueron Carlos Santurio e Higinio Menéndez con la empresa FlexiTrip. Ingenieros informáticos e industriales, su compañía obtiene información del tráfico en tiempo real y la transmite a sus clientes a través del teléfono móvil.

El concurso, organizado por el vicerrectorado de Estudiantes, forma parte de las actividades organizadas en la semana europea de las pyme (pequeña y media empresa) en 2010. Y Susana López Ares, responsable de ese departamento universitario, fue la encargada de presidir el jurado que alzó a FlexiTrip como ganadora. Junto a ella, González Zapico y representantes de Bancaja y de la Asociación de Jóvenes Empresarios (AJE) en el Principado.

El segundo premio, de 1.000 euros, fue para FisioCasa. La empresa, ideada por el fisioterapeuta Francisco González, pretende acercar a los domicilios de los pacientes un servicio que, habitualmente, obliga a los enfermos a desplazarse hasta las clínicas. El premio del público que siguió a las doce presentaciones fue para la empresa «Apárcame.com». La idea, que ya está en marcha, pretende convertir cada plaza de garaje libre en un posible aparcamiento en la ciudad. Sus creadores, los ingenieros informáticos Manuel García y Pablo González, han diseñado un dispositivo capaz de localizar una plaza libre en una zona en la que el usuario quiere aparcar. A través del teléfono móvil, el conductor podrá acceder a la plaza, que ocupará durante las horas que haya reservado «y a un precio más barato que el de la zona azul», señalaron. Sólo con un dato expusieron las posibilidades de su negocio: entre Oviedo, Gijón y Avilés se realizan 100.000 desplazamientos en coche cada día.

Los tres ganadores son sólo un ejemplo de todas las ideas presentadas a la segunda edición de este concurso de emprendedores. Iniciativas pegadas al terreno y centradas en la solución de problemas cotidianos -como sacar una entrada para el cine, elegir qué menú preparar o pedir comida a domicilio- a través de la tecnología. «Ha estado muy reñido», afirmaba la vicerrectora tras la resolución.

Además, los candidatos tuvieron que convencer al jurado en un tiempo récord: un minuto y medio, según el enfoque empresarial del «elevator pich». Más o menos lo que se tarda en captar a un posible inversor en lo que dura un trayecto en ascensor. Para conseguir el mismo resultado, a la niña que gritaba dónde estaba «lo bueno, la calidad y el precio» le sobró casi todo el tiempo.