Pelayo Díaz Zapico se enfrenta estos días a uno de los retos más importantes y personales de su vida profesional. Ya ha pasado el acelerón de la Madrid Fashion Week, la antigua Cibeles, donde se volvió a leer un año más aquello de «Bolsos de Pelayo Díaz para David Delfín». Con 26 años ya es un experto en las pasarelas más importantes del mundo, pero pese a la seguridad en sí mismo y la confianza en su pareja, David Delfín, afronta un encargo en el que no sólo debe plasmar su capacidad artística, sino también dar gracias, rendir pleitesía y amor eterno y demostrar que aquello por lo que luchó no era un capricho. Pelayo Díaz Zapico (Oviedo, 1986) lleva tatuado en su cuerpo el nombre de su hermana Natalia. La adora y ahora tiene que demostrarlo diseñando uno de los dos vestidos que Natalia utilizará el mes que viene para su boda. El de la ceremonia será obra de David Delfín (y Pelayo lo analizará con lupa, con más exigencia de lo habitual) y el hermano pequeño de la flamante esposa se encargará del diseño del vestido que la mujer se pondrá para la celebración posterior.

Si hoy Pelayo es una de las personas más influyentes del mundo de la moda es porque Natalia se plantó hace años ante sus padres y les espetó: «Yo estudié lo que vosotros quisisteis, ahora Pelayo hará lo que él quiera porque yo quiero». Y esa apuesta hay que devolverla.

Sus padres, Antonio y Elena, están orgullosísimos de él y el chaval tiene que responder a la expectativa. No es demostrar nada porque ya lo ha demostrado. No bebe, no fuma y no se droga y además vive, y muy bien, de lo que siempre quiso. ¿Qué madre no querría un hijo así? Quizá por eso Elena compra absolutamente todas las publicaciones en las que se habla de su pequeño.

Aquello de una familia normal es tópico, pero sirve para definir a un matrimonio con dos hijos que vivieron siempre en el centro de Oviedo y veranean en Ribadesella. La familia la completaba «Ulises», un perro con el que a Pelayo le gustaba pasear. Tirando por lo clásico su mascota actual se llama «Hércules». Los dos de la misma raza, welsh terrier.

Un crío familiar, que en el colegio lo pasaba mal cuando le llamaban «enano». La otra versión es que «era muy bajito y muy mono». Creció jugando con su abuelo, del que se escondía en los recovecos de Salesas, cerca de casa, y recorriendo el Campo San Francisco subido a unos patines en línea comiendo barquillos y galletas con miel. Al acabar el Bachiller pactó con su madre. «Yo me presento a Selectividad y si apruebo me compras una maleta» para irse de Oviedo. Aprobó y la mujer cumplió con una Louis Vuitton. Una tienda de Carolina Herrera en Barcelona fue su primer trabajo. Cuando le pidieron involucrarse más, esta vez como manager de complementos para Purificación García, apareció el Pelayo responsable. Pensó que aún no estaba preparado y volvió a Oviedo. Esta vez pactó con su padre. Quería irse a Londres a estudiar en Saint Martins -templo de la moda y del diseño-. Si no le aceptaban, prometía volver a Oviedo y empezar a trabajar con su padre poniendo fin a su sueño. Viajó a Londres y a las dos horas de hacer la entrevista le llamaron para decirle que estaba admitido.

Los que le miraban raro en aquel Oviedo pacato de los 90, hoy le admiran y se jactan de haberle conocido de niño. Aquellos que le criticaban por su condición sexual alardean ahora de haber coincidido en alguna ocasión con el novio de David Delfín. Los que decían que era un niño raro lo recuerdan ahora como «imaginativo» y los que le llamaban marica dirán ahora eso de «yo tengo muchos amigos gais». En realidad a Pelayo le importa bien poco y aplica una máxima de Warhol, con el que tanto tiene en común: «No prestes atención a lo que ellos escriben sobre ti, sólo mídelo en pulgadas».

Es cierto que su aspecto no es muy de esa calle Uría que él tanto adora y recuerda desde cualquier hotel de megalujo del mundo. Pero también lo es que lo que él se pone ahora muchos matarán por ello la próxima temporada.

En realidad Pelayo sigue siendo el mismo. Un chaval que vio cómo peatonalizaban su ciudad, que acompaña a su madre a comprar el pan y que tiene una cabeza y un armario tan bien amueblados que marca tendencias, no sólo en lo estético, sino también en lo ético. En su blog, «katelovesme», homenaje a Kate Moss, sus seguidores se cuentan por millares. Escribe igual que habla, alto y claro, y el mes que viene cuando su hermana luzca su diseño, Pelayo pensará que ha cerrado muchas bocas. Olé.