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Eduardo Lagar, periodista | Publica "El tesoro", su primera novela

"Una novela permite mandar a paseo la esclavitud de la verdad y mentir a placer"

"Un punto de partida de la historia es: ¿y si Jovellanos no hubiera sido la persona ejemplar que todos creemos?"

"Una novela permite mandar a paseo la esclavitud de la verdad y mentir a placer"

El periodista Eduardo Lagar (Oviedo, 1970) , redactor jefe de LA NUEVA ESPAÑA, enfila el camino de la novela con "El tesoro", la irónica historia del hallazgo de una desaparecida colección pictórica de un ficticio prohombre de la Ilustración, Nicolás de Castellanos. El descubrimiento desencadena un juego de verdades a medias y engaños velados, y una lucha de poder en la que importa más la apariencia que la realidad. El lbro se presenta hoy a las 20.00 horas en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA.

-"El tesoro" es una obra de humor y de ficción, pero hay un ilustrado al que una comunidad idolatra, un ministro con carácter autoritario, una colección de dibujos perdida? Saldrán buscadores de claves ocultas.

-Ya, puede ser eso que usted dice. Quizá tendría que haber incluido esa advertencia que aparece en algunos telefilmes y películas: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Lo de los parecidos quizá sea porque la escribí como el que fabrica el monstruo de Frankenstein, cogiendo una barriga de aquí y una nariz partida de allá. Al final, te sale un monstruo. Pero los monstruos también son humanos, ¿no?

-Nicolás de Castellanos y Melchor de Jovellanos son gemelos.

-Hablando en términos "frikis", se podría decir que el primero es el "reverso tenebroso" del otro. De hecho, ese fue uno de los puntos de partida de la novela. ¿Y si Jovellanos no hubiera sido la persona ejemplar que todos creemos que fue? ¿Y si de santo tuviera lo que yo de cura? La pregunta nació cuando vi por primera vez un cuadro de Ricardo Mojardín. Es fantástico. Se titula "Jovellanos" y ahora está colgado en la casa natal del ilustrado gijonés, en Gijón. Es el mismo cuadro que pintó Goya a Jovellanos cuando era ministro de Gracia y Justicia, un gemelo del que puede contemplarse en el Museo del Prado, pero sin la figura principal. Es un retrato de Jovellanos sin Jovellanos: la ausencia de Jovellanos. Pese a eso, se identifica totalmente la obra original, te conduce directamente al cuadro de Goya. Invita a pensar que las cosas pueden ser de otra manera, que no son lo que parecen. La novela va de eso.

-En su historia una mentira, aunque insospechada para los protagonistas, se convierte en verdad gracias al altavoz mediático y el ego. ¿Ve usted eso en el día a día informativo?

-Le respondo con otra pregunta: ¿No comenzó Estados Unidos una guerra contra Irak argumentando que había unas armas de destrucción masiva que luego no existían? Aquello fue una invención, un castillo en el aire que acabó con miles de muertos. Era una historia repetida. ¿No había una conspiración internacional de los judíos para acabar con el III Reich que legitimaba la "solución final"? Salvando las distancias, he tratado de hacer lo mismo con "El tesoro": construir un castillo en el aire, un edificio sin ningún punto de apoyo, hacer una trola flotante. Es un homenaje a la mentira más verdadera. Las novelas son un puro engaño que se trata de hacer pasar por realidad. Pero, paradójicamente, también pueden ser la mejor forma de decir verdades como puños.

-No faltan las frases lapidarias de toda redacción de un periódico. ¿Es en parte un bautismo de realidad para futuros periodistas?

-No. No pretende ser ningún sermón periodístico. De hecho, creo que escribí "El tesoro" para librarme de la esclavitud de la verdad que conlleva el periodismo. Es decir, cuando uno trabaja en un diario siempre tiene la verdad subida en la chepa, mirándote por encima del hombro, vigilándote para que no te desvíes. Si escribes sobre un suceso, por ejemplo, un atropello, no puedes escribir que la víctima vestía un pantalón blanco si el pantalón era negro. Tienes que ser fiel a los detalles, fiel a lo que ves, incluso fiel a lo que crees y descubres que hay detrás, aunque aún no lo veas. Estás vendiendo a la gente una porción de verdad, un euro de verdad o, al menos, de la verdad más pura que hayas conseguido destilar con el tiempo que tienes. En cambio, escribir una novela te permite mandar a paseo esa esclavitud y mentir a placer. De hecho, creo que me pasé: todos los personajes de "El tesoro" son todos unos mentirosos.

-En los protagonistas hay dos formas de afrontar el periodismo: Unos evitan que la realidad les impida un buen titular; otros son espectadores perplejos. ¿Con cuál de las dos se queda?

-Si tengo que elegir, la perplejidad. Después del estupor, llega la duda y con la duda uno empieza a buscar, a preguntarse por las cosas. No hay cosa peor que un creyente. Te conviertes en un talibán de ti mismo.

-Es una novela masculina: de egos y gallitos de corral que imponen su verdad hasta las últimas conscuencias. ¿La humildad es un valor en retroceso o es esa la única forma de sobrevivir?

-Sí, lo siento. No cumplí a ratajabla con la ley de paridad. Hay más hombres que mujeres en la novela. Pero eso es porque, como personajes, somos más simples de construir. Hacer personajes femeninos requiere una finura de la que aún carezco.

-¿El poder mueve al mundo?

-¿Pero no era el sexo?

-¿Qué reacción espera en los lectores? ¿Una sonrisa o una reflexión ácida?

-Que se diviertan, sobre todo eso.

-¿Si Jovellanos levantara la cabeza?

-Ni idea. Igual se le caía la peluca del susto.

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