La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Coses de Oviedo

De serenos que dormían furtivamente en autobuses, sierenses vía Suiza y periódicos de fecha indeterminada

Un sereno de Oviedo, durante un servicio. | "Oviedo, la huella del tiempo" Vélez

Creo que me he convertido en un clásico pelmazo al contarles insistentemente cosines que me pasaron en y de Oviedo. Hoy algunas de las cosas ya no existen o cambiaron de ubicación. Verán.

En mi primer trabajo, en una agencia de viajes, mi jefe vivía en la calle Campoamor. Por razones que ahora no voy a explicar, un día teníamos que ir los dos a un pueblo del concejo de Siero, porque unos cuantos hombres se iban a trabajar a Suiza, lo clásico de aquellos años 60, donde el trabajo prometía más que en España. Para llevar a cabo dicho viaje mi jefe hablo con Taxis Maximino, ¿se acuerdan?, en la calle Gil de Jaz. La hora de salida para llevar a cabo tan largo viaje sería alrededor de las cuatro de la madrugada.

Así que yo fui a buscar a mi jefe sobre las tres y, con el fin despertarle sin armar mucho revuelo tocando el timbre del portal, fui en busca del sereno, con el cual no me resultó fácil dar, hasta que se me ocurrió entrar por una pequeña puerta de uno de los portones de cocheras del Alsa, también se acordarán, en la misma calle Campoamor, esquina Fray Ceferino.

Dentro de la cochera, unos empleados hacían el mantenimiento, así que les pregunté si sabían dónde estaría el sereno de la calle. Uno de ellos, sin gastar saliva alguna, señaló con el dedo a uno de los autobuses. Allí me dirigí y en uno de los asientos del autobús dormía plácidamente el sereno que buscaba. Esa primera parte de la historia acabó bien, aunque la segunda resultó infructuosa, puesto que al llegar al pueblo sierense los contratados viajeros se habían ido a las dos de la madrugada en otro transporte.

La segunda historia es compartida con otro compañero de trabajo, entonces en Autisa, en la calle General Elorza, distribuidor de Barreiros Diésel. Igualmente por razones que no vienen al caso, el compañero Fermín Pérez y yo tuvimos que quedarnos un día entero a acabar la facturación de los recambios del almacén. Terminamos a alrededor de las cuatro de la mañana y entonces nos dispusimos a ir a nuestras respectivas casas a dormitar un poco, para lo cual pensamos que el mejor y más corto camino era cruzar por el antiguo patio de las Salesas, a esa hora, lógicamente, con todos sus talleres cerrados. Miedo no teníamos en aquel Oviedo donde nada malo parecía poder ocurrir.

Llegamos a la calle Nueve de Mayo y emprendimos Doctor Casal. Desde que salimos de Autisa, yo iba echándole la bronca a Fermín, considerándole culpable del retraso de aquella facturación. Justo cuando iniciábamos el segundo tramo de Doctor Casal, a la altura de lo que era entonces Almacenes Fontela, una señora colocaba en el suelo unos periódicos a la par que nos dijo: "¿Quieren LA NUEVA ESPAÑA?". Y creo que fue Fermín el que dijo: "la de ayer o la de hoy". Miramos el uno al otro y nos dio un ataque de risa. Creo que la vendedora, por la cara que puso, debió de pensar que estábamos ebrios. Yo a Fermín no volví a verle más, pero aquella anécdota no se me olvida.

Y por hoy no les cuento más, porque de cuento nada, sino hechos viejos de aquella época que ya no vuelve.

Compartir el artículo

stats