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Un paseo por las parroquias ovetenses / Manzaneda

Manzaneda, espejo del Nalón

Un hórreo en Manzaneda. Luisma Murias

Hoy nos vamos a tierras en las que, a comienzos del siglo XIV, el caballero-bandido y, por más señas, moscón y azote de la ribera del Nalón, don Gonzalo Peláez de Coalla, impuso su régimen de terror. Llegamos a Manzaneda.

Con 3,44 kilómetros cuadrados de extensión, es de las más pequeñas de Oviedo. Tan sólo tiene por debajo de ella a Bendones, Pintoria, Godos, Naves, Santianes y Udrión. Sin embargo, en proporción y teniendo en cuenta la desertización de los pueblos, mantiene un aceptable nivel, con 201 habitantes en 2015.

La parroquia de Santa Eulalia, Santolaya o Santalla (eso sí, para no confundirla, siempre de Manzaneda o Manzanea), se encuentra aprisionada hacia el oeste por una cuña del concejo de Soto de Ribera que penetra en el de Oviedo, y por el oeste se arrima a la parroquia de Bendones. Ya desde los primeros tiempos se empeñó en mirar y reflejarse en el río Nalón y a fe que lo consigue, pues es lindero. Que se lo pregunten a los primeros pobladores de estas empinadas tierras. Aquellos que hace más de 30.000 años para refugiarse de la lluvia y el frío se asentaron en el abrigo de La Viña y en sus ratos de ocio se dedicaron a dibujar en la piedra diferentes representaciones de cérvidos, caballos y otros dibujos antropomórficos.

Si como es preceptivo hacemos caso a los topónimos, no cabe duda que esto era terreno de manzanos y de viñas. De las segundas no queda ni rastro, de los primeros los que se ven parecen testimoniales, y no es porque este espacio no sea propicio para cultivarlos, ¡bien soleyeru que ye!, lo que sucede es que ya no hay manos jóvenes para desarrollar plantaciones rentables.

Ya sé que todos ustedes saben llegar a Manzaneda, pero es norma indicarlo. Por la antigua carretera de Mieres, tras dejar atrás San Esteban de las Cruces, además de preciosas panorámicas del municipio de Oviedo y de la sierra del Aramo, llegamos a Novales, lugar en el que, a la izquierda, parte una modesta calzada, estrechita y bien empinada, que indica a El Codejal -El Codexal en el letrero corregido (los odio)-, y El Coxal que es como lo denominan en la zona.

Grupos de lanudas con el cuerpo blanco y la cabeza negra, te observan con curiosidad cuando pasas cerca de ellas. Pastan en praderías cercadas. Lo perverso de éstas son los somieres con que cierran las entradas, artefactos que ofenden la mirada e insultan el buen gusto. Por los alrededores del Coxal se ven buenas casas unifamiliares y alguna pomarada. En el mismo pueblo se conservan notables edificios de arquitectura tradicional. Por ejemplo, "Casa Esprubelde" ostenta un bonito corredor con barrotes torneados. En la cercanía, podemos acercarnos a verla, se halla la fuente-abrevadero-lavadero El Coxal, construida por el arquitecto Julio Galán Carvajal en 1913. A ella -¡cómo cambian los tiempos!- acudían los vecinos a buscar agua y hacer la colada. En la actualidad tan olvidada está que, por desgracia, ni una triste gota de agua mana.

¡Qué paciencia! Me refiero a la de un hombre entrado en años, alto, enjuto y parlanchín, sentado en el porche de su casa con un cascanueces en la mano y, ante él, un considerable tablero de madera cubierto con los descascarillados frutos color miel del nogal. "Me entretengo y aprovecho el tiempo y, además, les casadielles están de miedo", dice.

Me invita a probar las nueces, charlamos durante un rato, recuerda sus tiempos de cazador y me cuenta cosas del pueblo. Con las mismas prosigo la marcha, doy vista a los brillantes y planos tejados del polígono industrial de Olloniego, a la vez que la calzada se inclina hasta límites insospechados mientras se arrima al arroyo El Molinucu. Da gusto llegar a Santa Eulalia de Manzaneda y ver ropa tendida en algún corredor, gallineros habitados y huertas cultivadas. ¡Qué bien! Aún se mantiene la vida en este lugar arracimado en torno a una colina. En una pequeña plazoleta vemos la fuente El Molinucu, con abrevadero y lavadero, rehabilitada, al igual que el molino cercano; en el intermedio una fuente estilo Fontán. Tropiezo con el dueño del molino quien, amablemente, me indica en qué lugar se encuentra la Fuente Santa. Antes de despedirse me dice: "Diga que el Ayuntamiento nos tiene olvidados. Hace falta que de vez en cuando vengan a barrer". Hasta ella me dirijo; no abandonada pero con escaso uso vecinal, mana por un diminuto pitorro bajo una musgosa oquedad. Tiene su encanto. A su vera fluye el arroyo homónimo que nace en La Ablanosa, allá por las alturas de Valdemora.

En un altozano está la iglesia de Santa Eulalia. A una señora que está cultivando la huerta le pregunto por la llave para entrar a hacer unas fotos y ¡hubo suerte! ¡Acierto a la primera! Doña Josefa, (Pepita) es la guardesa; más agradable imposible. ¡Y cómo mantiene la iglesia, reluce por los cuatro costados! Me acompaña y abre las puertas de un coqueto templo con portada en arco de medio punto a la que le falta la guarda de una de sus dovelas, a la que poco costaría reparar. Luce espadaña de dos vanos con pináculos de bola.

Se trata de un edificio de planta rectangular, arco de triunfo y bóveda de crucería, con capilla a ambos lados más la sacristía tras el altar mayor. Esta última alberga unos antiguos y preciosos armarios en los que se recoge el material litúrgico. Entre otras imágenes guarda una de Santa Eulalia, patrona de la diócesis de Oviedo, cuya fiesta se celebra el 10 de diciembre, y otra de la Virgen del Rosario que se festeja el primer domingo de octubre, con banda de gaitas incluida.

El lugar está escalonado en terrazas en las que asentaron las casas; el resto es todo bien pendiente. Poco antes de llegar a ella encontramos una fuente barroca, construida en 1778 y atribuida al arquitecto Benito Álvarez Perera. Edificios a medio derrumbarse, restos herrumbrosos de maquinaria, neumáticos viejos por doquier, pintadas y suciedad por todas las esquinas, delatan que allí se explotó una cantera y, como todas las demás, la empresa, cuando se fue, dejó el terreno hecho una ruina. ¡Una vergüenza! Mira que aquellos murallones en los que practican escalada son hermosos. Pues, nada, la basura destroza el entorno. Del abrigo de La Viña prefiero no hablar. Es la primera vez que llego a un lugar y me dan con la puerta en las narices con altivez, engreimiento y medianos modales. Simplemente pedía autorización para cruzar el prado, hacer unas cuantas fotografías y dar la vuelta. No tenía que acompañarme nadie porque ya estaba en él, con la portilla abierta. Por supuesto, al ser el dueño, está en su derecho de comportarse así y negar el paso. Eso sí, ha de hacerlo con la corrección debida. Ser amable poco cuesta.

En Manzaneda, al igual que en Santa Eulalia, merece la pena pasear por sus callejas para deleitarse con excelentes muestras de arquitectura tradicional, contemplar la "Fuente el Lavadero", homenaje a José Alonso, "Pepe el Alcalde"; gozar de amplias panorámicas y sobre todo: "Pa manzanes Asturies / y pa vinos León. / Pa hórreos y paneres / Asturies ye la mejor". Pues aquí apreciaremos, repartidos por todo el pueblo, un sobresaliente muestrario de vetustos hórreos y paneras, unos cuantos con más de tres siglos sobre sus pegoyos. Todos preñados de historias. Algunos con tallas realizadas en puertas, liños y colondres en las que figuran motivos ornamentales geométricos. En primer lugar destaca "La Panerona" levantada sobre trece pegoyos, construida en diferentes fases, con el tejado adaptado a las necesidades de cada momento y a distinto nivel.

Estos grandes vientres de castaño, los que guardaban el sustento familiar del año, aún conservan diversas estructuras: unos con bellos corredores en los que destacan sus torneados barrotes; otros desnudos, con los trabes al aire. Se pueden afianzar sobre pegoyos de madera o piedra superpuestos en variados pilpayos y consistentes subidorias. En fin, aunque todos nacieron con el mismo objetivo, siempre indican la personalidad de sus dueños.

Los "calamones", tal es el gentilicio de los nacidos por estos lares, son muy aficionados al ciclismo; por esta razón, en el campo de la iglesia hay una expresiva escultura del corredor vizcaíno Marino Lejarreta, obra del escultor ovetense Rafael Urrusti de quien, por cierto, tienen otras dos obras: una Inmaculada y un calamón, ave que da nombre al premio que todos los años otorga el pueblo: "Calamón del año".

De Manzaneda, en 1845, decía Madoz: "El terreno participa de monte y llano, y es bastante fértil. Atraviesa por esta parroquia el camino de Oviedo para Castilla, el cual sigue por debajo del elevado cerro llamado Pico de Lanza. Produce trigo, escanda, maíz, habas, algunas frutas, legumbres y pastos: se cría ganado vacuno, de cerda, lanar y cabrío, y caza de diferentes clases. Tiene unas 80 casas repartidas en los lugares de Cabaña, Codejal, Cortina, La Llosa, Molino de Santianes, Pico de la Viña y Villar. Población 81 vecinos, 343 almas".

Como es preceptivo, cuando vayamos de visita hagámoslo siempre a pie. Si lo hacemos con calma mejor, disfrutaremos sus esencias sin turbar la paz en la aldea.

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