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De doblete por los "after" de Oviedo

Los bares que abren a las seis de la mañana siguen poniendo música sin licencia y dejando a clientes beber en la calle a pesar de estar en la lista negra del Consistorio

A las nueve menos veinte de la mañana de ayer hacía un frío que pelaba en Oviedo. Cada gota de lluvia dolía al posarse sobre la cabeza y sólo un valiente que salió a correr temprano se atrevía a desafiar al mal tiempo cerca del Campillín. Estaba el día para dormir la mañana y los que andaban por la calle caminaban a buen paso bajo el paraguas para llegar rápido a su destino. Pero en un rincón del Antiguo, en la calle San José, la fiesta todavía seguía caliente. "Oé, oé, oé, oé", entonaba un chico de unos 25 años con un cubata en la mano. Iba de lado a lado por la cuesta y parecía animarse a sí mismo para no irse al suelo. Por cierto, con la camisa remangada. "¡¿Adónde vas, ho?!", le gritaba un amigo desde la parte de arriba de la calle. "Pa casa. Ya estuvo bien", acertó a responder.

Ese joven se retiró "pronto", pero en el Mabalax no había ninguna prisa a pesar de que se trata de uno de los "after" situados en la lista negra del Ayuntamiento a raíz de las innumerables denuncias de los vecinos y de sus incumplimientos en materia de horarios, ruidos o a la hora de permitir que los clientes saquen las bebidas a la calle. Este tipo de locales suelen ser viejos conocidos de la Policía, contando con amplios historiales conflictivos en el que no faltan las drogas, las peleas y los enfrentamientos con los vecinos que se quejan de los ruidos.

Eran ya las nueve y veinte, la lluvia había dado una tregua y a la puerta del garito había unas quince personas repartidas en pequeños grupos, con vasos y botellas de cerveza en la mano. Muchos fumando, y para ser justos, al menos en ese momento, sólo tabaco. "Menuda liada, tío, tengo una comida familiar dentro de nada y aquí sigo todavía", le decía un chico de sudadera con capucha a otro más alto que llevaba una gorra. "Es lo que hay, colega, es lo que hay", le contestó con media sonrisa.

Una vez dentro, la luz del día se apaga y el volumen de la música hace ver que uno no está ni mucho menos en una cafetería. Estos locales suelen contar con ese tipo de permisos para abrir a partir de las seis de la madrugada, pero el ambiente refleja que la jugada es un claro regate a la normativa. En el interior aún quedan unas 25 personas que se reparten por la barra de un local que tiene en el centro una mesa de billar americano. "Ponme la última anda", dice un cliente. Un camarero de porte imponente obedece, pero conviene no ponerlo de mala leche por si las moscas.

De un portal de la zona sale un vecino de unos 65 años. Se va "al pueblo a cuidar los animales", pero tiene tiempo de pararse a charlar un rato con LA NUEVA ESPAÑA. No quiere hacerlo frente a su edificio "para no tener lío" y camina cuesta abajo hacia la calle del Postigo Alto. "Aquí no nos aburrimos, cuando acaba la fiesta en el resto de los bares de copas, que también tenemos detrás, vienen a nuestra calle a rematar la fiesta", ironiza. "Esto es insoportable. Hay veces que están hasta la una de la tarde. No paran de dar voces, despiertan a todo el mundo y encima tienes problemas si les dices algo. Y el peor es el dueño", asegura el hombre. Ése es uno de los dilemas, ¿quiénes son los dueños de este tipo de locales? Una de las prácticas que usan los verdaderos propietarios es la de crear una sociedad limitada a nombre de un testaferro insolvente que ejerce también como administrador único.

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