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Imran, víctima de la monstruosidad

El jurado popular del "crimen del niño de la maleta" se enfrenta a uno de los asesinatos más execrables de la historia negra de Oviedo

Imran, víctima de la monstruosidad

Fadila Chardoud y David Fuentes no se miran a la cara pese a estar sentados uno al lado del otro a menos de tres metros. Permanecen desde el lunes una media de cinco horas diarias con la vista al frente y las manos entrelazadas sobre el regazo. Una treintena de personas clava los ojos sobre ellos intentando averiguar qué están pensando, si sufren, si se emocionan o si se enfadan. La pareja asiste a una espeluznante y dosificada narración sobre los últimos tres años de sus vidas en la que el protagonista es un niño de poco más de veinte meses. Uno de los dos o ambos le maltrataron brutalmente durante buena parte de su corta existencia, le asesinaron aún con mayor crueldad e intentaron deshacerse de él metiéndolo en una maleta que luego tiraron a un matorral cercano a las vías del tren del apeadero de la Argañosa. Los detalles de la autopsia hacen llorar y tragar saliva al público. Algunos se secan las lágrimas o se suenan la nariz discretamente con pañuelos de papel propios o prestados. Pero el hombre de 36 años y la mujer de 24 que se sientan en paralelo no necesitan pañuelos. Lo que sí han necesitado es que un par de agentes del Cuerpo Nacional de Policía se interpongan entre ellos para evitar agresiones. Fadila se abalanzó sobre David el segundo día que la sala de vistas de la Audiencia Provincial de Oviedo acogió el juicio por el asesinato de su hijo Imran. Le gritó "asesino" y tuvieron que reducirla. El día anterior le había gritado lo mismo. Ahora asiste a la sesiones con las esposas puesta y a David se las quitan al llegar. Sus versiones son opuestas. Él la inculpa a ella y viceversa.

Las cinco mujeres y los cuatro hombres de diferentes edades que integran el jurado popular prestan mucha atención a lo que ven y lo que oyen tanto en la sala como en la pantalla de las videoconferencias. Incluso formulan preguntas. Escriben sus dudas en un folio y se las pasan a la jueza para que las formule. El viernes quisieron saber si era posible que Fadila hubiese permanecido impasible ante las supuestas agresiones a las que David sometió a su hijo. El pequeño se pasó al menos un mes con el fémur derecho roto antes de que lo asesinaran. Se lo preguntaron a una psicóloga particular que fue a declarar a petición de la abogada de la acusada, Belén González. Respondió que sí porque quizás la joven no hubiese sido capaz de reaccionar entonces por miedo.

La sombra de la violencia de género planea en cada sesión y los médicos forenses, los psicólogos, la policía, los vecinos que la pareja tenía en la calle Vázquez de Mella, e incluso la madre y una hermana de Fadila han dado su versión. La joven nunca denunció a su novio y no tenía marcas en su cuerpo. Los profesionales del Instituto de Medicina Legal de Asturias creen que finge, es fría y apenas tiene sentimientos, algo directamente relacionado con la psicopatía. Sólo la psicóloga con consulta privada afirmó que la chica "estaba en una situación de maltrato de la que no era consciente". Pero el tribunal ciudadano también ha podido conocer detalles de la vida actual que la madre de Imran lleva en Villabona, donde está prisión provisional. Mantiene una relación con un interno y ya ha mantenido un "vis a vis" con él. El abogado del otro acusado, Fernando de Barutell, se lo preguntó directamente a los psicólogos que fueron a verla a la cárcel y aclaró al jurado que se trata de citas para mantener relaciones sexuales.

David, adicto a la cocaína y al alcohol, padece un trastorno límite de la personalidad, es antisocial y su tolerancia a la frustración es muy baja, por lo que puede tener accesos de ira. Estos días duerme en el módulo de ingresos de Villabona, aunque cumple prisión provisional en Mansilla de las Mulas (León). Ahora, cada vez que el furgón policial entra o sale de la cárcel asturiana durante sus traslados a la Audiencia Provincial los presos golpean el vehículo y le increpan.

El tribunal debe discernir entre dos "Fadilas" y dos "Davides". Una es la que describe su hermana con voz entrecortada y llanto incontrolable. Aquella chica de origen marroquí que residía en Málaga con su familia. Que al terminar el Instituto trabajó cuidando niños, limpiando casas y echó una mano en la Cruz Roja de Estepona hasta que fue madre soltera, conoció a David y se echó a perder. Y otra es la que dibujan los testigos. La que no siente amor por su hijo, se va de viaje dejando al pequeño al cuidado de su novio toxicómano, consiente que machaquen a golpes al niño, es capaz de asesinarle, se prostituye estando en busca y captura, y además finge un ataque de ansiedad para dar lástima al jurado y salir de rositas.

El primer David es el que llamó al 112 para decir que quería entregarse porque había matado al niño, el que se arrodilló con las manos en la cabeza, el que le rompió el fémur a Imran de un puñetazo, el que esnifaba cocaína en cualquier portal, el que era capaz de acabar con la vida de sus perros porque le molestaban y el que tiró el cadáver del crío dentro de una maleta al apeadero del tren. El segundo es un pelele en manos de su novia, enamorado hasta las trancas y encubridor por amor de una asesina mientras se droga para olvidar. El acusado salió de un pueblo de La Coruña y se convirtió en buen mecánico alabado por sus jefes hasta meter la pata y robar dinero en el trabajo. La familia del David malo y del menos malo le evita y renuncia a prestar declaración. Nadie conoce a sus padres o a su hermana. Es como si no existieran más allá de pagarle el abogado.

El público que se agolpa ante la puerta y entra atropelladamente al oír "audiencia pública" ocupando los asientos reservados a la prensa es el termómetro de cada sesión. Llora con la descripción de la muerte del niño e incluso ríe en contadas ocasiones.

Que la traductora de árabe resuma en un "dice que sí" la larguísima parrafada de una amiga de Fadila que declara desde Estepona provoca sonrisas y rebaja la tensión. Pero que la gente mueva la cabeza ante los continuos fallos del sistema de grabación de la sala es un reflejo de lo que siente el fiscal, los letrados y la magistrada, obligada a hacer recesos de un cuarto de hora o treinta minutos para que "los informáticos del Principado" arreglen la cosa.

Otras veces, el público abre los ojos como platos incrédulo ante lo que está oyendo. Psicólogos del Servicio Interdisciplinar de Atención a las Drogodependencias (Siad) aseguraron que no le pudieron realizar análisis de orina al acusado cuando ingresó en la cárcel "por falta de personal". El Siad tiene sede en los Juzgados y está financiado por la Consejería de Sanidad mediante un convenio entre el Principado, el Tribunal Superior de Justicia y la propia asociación. "Madre mía, vaya cagada", dijo alguien por lo bajo. Algo similar ocurrió en la bancada cuando declararon dos policías que acudieron un mes antes del asesinato de Imran al piso que compartían Fadila y David en Oviedo. Una vecina les llamó ante el temor de que fuera un caso de malos tratos porque oía gritos y golpes. Los novios aseguraron a los agentes que estaban disfrutando de una fogosa noche de pasión y dijeron que había un niño durmiendo en la habitación. "¿Fueron a verle?", les preguntaron en el juicio. "No, porque no formaba parte del protocolo". Murmullos en la sala.

Mañana se retoma la vista y el jueves será la última sesión. Después habrá que esperar a la decisión del jurado popular y a la sentencia de un caso en el que se juzga la monstruosidad.

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