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Un paseo por las parroquias ovetenses / Cruces (2)

El ocio urbano miraba al campo

Casas y hórreo, en la parroquia de Cruces. a. p.

Nada mejor que acudir a un texto de Agustín Hevia Vallina, director del Archivo Diocesano de Oviedo, y José Antonio Rodríguez, párroco de San Esteban de las Cruces, para ver la importancia que tuvo y tiene el templo parroquial de la localidad.

Ambos clérigos dicen lo siguiente: "Llevó el nombre, en tiempos pasados, de San Lorenzo y consta de un pequeño cabildo. Se accede a través de un hermoso arco del siglo XVII, soportado por jambas de pilastra y capiteles en imposta. Al exterior es posible percibir en algunos tramos la cornisa de cantería que originariamente tuvo, hasta finales del XVII en que por deterioro y hundimiento del pórtico y campanario se realizó una restauración. De esta misma época es la grácil silueta de su campanario. Colocada en el pavimento del cabildo se halla una losa de grandes dimensiones, antigua cubierta de un sepulcro de gran nobleza. Su lugar estuvo delante del altar, escrita en caracteres de escritura romana que parece pertenecer al siglo citado. Dice así: 'Este altar con sus tres sepulcros y las tres sepulturas, que están delante, mandó hacer, y dotaron a su costa Félix García, el Mayor, vecino y regidor de esta ciudad, diciéndole en cada año perpetuamente una misa cantada con sus ministros el día de la Encarnación. Se celebra su fiesta el día 8 de setiembre, fiesta de Covadonga, oficiándose una misa en dicha capilla'. A principios del siglo XVIII ya aparece este nombre en algunos documentos". Según Fermín Canella fue fundada en 1668 por el Regidor perpetuo don Félix García Escajadillo.

No vamos a perder Cruces de vista, pero ahora, también desde Oviedo, vamos a conocer las entradas de Villafría, el Mercadín y Cerdeño. Precisamente, por esta última, vamos a dirigir nuestros pasos hacia Santa Ana de Abuli, pasamos ante una capilla, muy parecida a la de Covadonga, de planta rectangular, techumbre a dos aguas, pórtico con arco ligeramente apuntado, espadaña de un vano y saetera con venera. Posiblemente sus orígenes correspondan al siglo XVIII, aunque, como tantas otras, fue derruida durante la Guerra Civil. Al otro lado el caserón de los Pelayos y un afamado restaurante.

Mientras avanzamos, Oviedo y el monte Naranco se prestan a la mirada para divulgar su belleza. En ocasiones, el ruido de la autopista cercana atruena nuestros oídos. Ya entre praderas y pastizales tomamos el desvío que señala a San Cristóbal. Ascendemos hasta el caserío, lugar al que llega la calzada que asciende desde Villafría, preguntamos por la ermita de San Cristóbal y un amable señor, entrado en años, nos responde: "Precisamente allí se casaron mis padres. ¿Ve aquel pequeño invernadero roto por todos lados? Allí se encuentra lo que queda de ella. No estoy seguro, aunque creo que fue arrasada en el 36", precisó con algo de nostalgia.

En 1887 Ciriaco Miguel Vigil escribió: "No existe una inscripción que, según Tirso de Avilés estaba esculpida, en letras góticas, frente á la puerta de entrada á la ermita de San Cristóbal, junto á la aldea de Otaóde, (hoy Otero), parroquia de San Esteban de las Cruces". Añade que se tenía por cierto que la tal ermita, así como la de San Pedro de Mestallón, "fueran fundadas ó habitadas por algunos de los obispos refugiados en el país cuando la irrupción de los sarracenos, debiendo de guardar en ellas parte de las reliquias de que fueran portadores. Este pequeño y reformado santuario se encuentra en el monte llamado San Cristóbal distante dos kilómetros de Oviedo".

De lo que fue un venerable templo digno de mejor fin, levantado en los balbuceos de la historia de Oviedo, tan solo quedan los restos de un muro en el que se adivina un vano cegado por dos trabajados sillares, todo él en ruina, con las estrellas como cubierta y el añadido de un desvencijado tejado de uralita roto por todas las esquinas. Un gallinero, basura de todo tipo y del año que se pida nos hacen apartar la mirada; menos mal que una gran higuera crecida en su interior, más diferentes arbustos y matorrales en breve la ocultan. Mientras tanto, como en tantos otros casos, seguirá sacando los colores de la vergüenza a quienes tienen la obligación de cuidarla o, como dicen los políticos a los que me refiero, "ponerla en valor".

Camino de Vidayán, entre praderías, arboledas y huertas un letrero anuncia: "Se venden berzas y huevos". Aparecen grandes viviendas unifamiliares, intercaladas con otras de estilo tradicional que lucen hermosos corredores; algún que otro hórreo o panera; la fuente de la Pipa medio desaparecida; cuajados limoneros que llaman la atención y, salvo un vecino con ganas de parpayuela, asomado a la ventana mientras aprovecha un "pitu" hasta un límite insospechado, como casi siempre, ¡qué pena!, no encuentras con quien hablar.

Todos cercanos en el espacio aunque incomunicados entre sí; el sentimiento de solidaridad vecinal, la charla en la quintana, la colaboración y la ayuda en las tareas del campo han desaparecido. Ya no se encuentran abuelos sentados a la puerta de sus casas, verdaderas enciclopedias vivientes que tanta sabiduría transmitían. Por cierto, nada mejor para conocer los motivos de la desertización del mundo rural, su problemática y posibles soluciones, que leer "Alabanza de aldea", del antropólogo Adolfo García.

Al término del pueblo, con toda la ilusión, haces un alto en la fuente-lavadero de La Madre. Alguien me comentó que sus aguas estaban contaminadas por las nuevas construcciones realizadas por encima de ella. Debe de ser verdad porque el abandono es total, el entorno es puro matorral y todo se cae a pedazos. No se acerquen a ella, no lo merece.

Según el Catastro de Ensenada, en Vidayán, montado en el arroyo de mismo nombre, había un molino propiedad de Benito García Escajadillo. Era de represa, de dos molares, regulado, trabajaba siete meses y molía al día dos fanegas de grano de pan y dos de maíz; y por su utilidad, veinte y una de cada especie. El mismo Benito era propietario, asimismo en Vidayán, de un horno de ladrillo y teja capaz de producir al año nueve hornadas, y por cada una tres millares de teja y uno de ladrillo.

De nuevo nos encontramos en la capilla de Covadonga. La gran explanada del Calderu se abre a la mirada. Allá por la década de los sesenta del pasado siglo, eran muchas las pandillas de Oviedo que se acercaban a las sidrerías a merendar unas buenas tortillas regadas con unos culinos de sidra, para, al final, echar unos cantarinos. Que yo recuerde, en esta línea de chigrín casero tan solo pervive, en La Barraca, Casa Montes, a la altura del cruce con Morente, típico lugar, regido por madre e hija, que vale la pena visitar.

En el Calderu existe un desvío que nos acerca hasta el lugar de Los Molinos. Allí se encuentra el núcleo zoológico de El Bosque (el zoo de Oviedo), con unos 180 animales de más de 70 especies diferentes, y más de 400 ejemplares, entre plantas, árboles y arbustos de más de 200 especies diferentes. Ni por asomo soy partidario de mantener a los animales enjaulados, aunque reconozco que este centro recoge animales abandonados y realiza una importante labor. Además, para los más jóvenes es un punto de referencia didáctica ambiental.

La sidrería Ballongo, ahora cerrada, es uno de los testimonios de aquella época. Unos metros más allá, en la fachada de una casa, pervive un precioso anuncio de la época: "Surtido en corchos de vino y sidra". Unos cuantos hórreos medio derrumbados dan fe del abandono del campo y predicen lo que ocurrirá a otros que, con el sacrificio de sus dueños, aún subsisten en buen estado si, como parece ser, para acabar con ellos les atosigan a impuestos.

Está bien indicada la ruta a Covadonga, conocida como G.R.-105, que nos lleva hasta la abandonada fuente con abrevadero y lavadero del Calderu, y que también nos acerca hasta el caserío de Los Llanos, el cual nos ofrece una gran panorámica de toda la ciudad de Oviedo.

De nuevo en la carretera general, al igual que en el Portazgo nos encontramos con un leguario, antes de llegar al cruce. En el margen izquierdo, nos topamos con un mojón indicador de kilómetros que deja ver: "A Lena 29 kilómetros. Al límite de provincia 55 kilómetros, y 250 metros sobre nivel del mar". No estaría de más adecentarlo y a la vez asear su entorno.

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