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Pinceladas geológicas ovetenses

El mercado creció en la laguna

La ciénaga que se encontraba en gran parte de la actual plaza de Daoíz y Velarde y el Fontán llegó a ser un notable foco de insalubridad denostado por los vecinos

Plaza de Daoíz y Velarde, con el palacio del Duque del Parque a la izquierda, donde estuvo la charca. M. G. C.

El entorno del Fontán representa uno de los más bellos, emblemáticos y queridos de Oviedo. Pero no siempre fue así, hubo épocas en las que constituía un foco permanente de aguas putrefactas, acumuladas en una depresión del terreno de origen kárstico, provenientes de pequeños manantiales (el simbólico "cañu del Fontán" fue inaugurado en 1657), a las que se añadían las drenadas en una reducida cuenca hidrográfica existente al sur.

Señala mi amigo Emilio Campos -firma con el seudónimo de Ernesto Conde-, eminente conocedor de las crónicas referentes a Oviedo, que la hediondez del agua aumentó cuando se establecieron en la colindante calle del Fierro las primitivas carnicerías y se utilizaba la charca como un estercolero, arrojando en ella despojos y heces de las reses degolladas en el matadero situado en la calle homónima, hoy Marqués de Gastañaga.

El degradado humedal ocupaba gran parte de la actual plaza de Daoíz y Velarde, y continuaba por la plaza del Fontán, estrechándose a la altura del Arco de los Zapatos hacia el norte hasta finalizar a la altura de la calle Rosal. El contorno de la poza era un lodazal bastante inhóspito que estaba cercado por una valla protectora para evitar el acceso del ganado.

Su nombre proviene del manantial o fontán -topónimo recogido en documentos de 1237, recopilado más tarde por Jovellanos- que alimentaba la laguna que existía en este paraje, ubicado en las afueras del Oviedo redondo.

Los antecedentes concretos sobre el estero son escuetos, aunque se cuenta con citas históricas recogidas por José Ramón Tolivar Faes (1958), las cuales aluden a la problemática existente en el siglo XVI, pues la pútrida ciénaga constituía un pernicioso foco de infecciones y en ella se habían ahogado varios animales, incluso personas. Por esta razón los munícipes decidieron proceder a su saneamiento mediante el relleno de la depresión a base de arrojar a ella diferentes materiales hasta colmatarla.

Así, el 19 de agosto de 1523 reu¬nidos los regidores de la ciudad y su concejo acordaron "por el bien público, de dar orden como se secase el Fontán, é para ello parescioles que todos los vecinos de la dicha cibdad, debían de enbiar de cada casa una persona con una caldera o ferrada [entendiendo por tal, un recipiente de madera reforzado con aros de hierro], y echarlo fuera a la calle abajo". Se establecía que el mandato de tirar escombros era de obligado cumplimiento, pudiendo ser multados los infractores con 60 maravedís.

Parece ser que no se logró el objetivo previsto, por lo menos de manera inmediata, ya que en 1558 aún subsistía el manifiesto problema de insalubridad originado por las malolientes aguas, obligando a los vecinos a echar basura y otros materiales a la parcela inundada. Todavía en el año 1587 se dispuso que los sobrantes de las obras del cercano colegio San Matías -edificado en el solar que ahora ocupa el mercado cubierto- se utilizaran para recomponer este andurrial.

Efectivamente, en el siglo XVI se construyó el colegio jesuítico aludido y se configuró una plaza rectangular destinada a las actividades de lonja; el recinto hoy conservado data de 1792 y fue trazado por el maestro Francisco Pruneda Cañal -con evidente experiencia arquitectónica, pues había sido responsable de las obras de ampliación del Ayuntamiento en la etapa constructiva postrera- con vistas a albergar varias tiendas. Aprovechando la cara meridional de la urbe, remozada con el levantamiento del edificio consistorial, el entonces gobernador de Oviedo y del Principado de Asturias, Lorenzo Santos de San Pedro, tomó cartas en el asunto y afrontó en 1659 la desecación efectiva de la charca. El responsable de hacerlo -como relata Emilio Campos, con todo lujo de detalles, en una conferencia que impartió en 2012, dentro del ciclo de la SOF- fue el arquitecto cántabro Melchor de Velasco Agüero, quien desvió el agua del flamante "cañu" hacia la calle Rosal, a través de los lindes donde hoy se alzan el palacio del Duque del Parque y la biblioteca de Asturias Ramón Pérez de Ayala (antes Teatro de Comedias).

Ello coincide con el hecho de que, durante la mitad del XVII y etapas posteriores, se impulsó la urbanización de la zona. A tal fin se hicieron varias construcciones notables: palacio del marqués de Vista Alegre (original del siglo XVII), Arco de los Zapatos (1660), antiguo Teatro de Comedias (1666-71) y palacio del duque del Parque o del marqués de San Feliz (1723-30).

Sin embargo, aún en la centuria decimonónica persistía el carácter malsano del lugar, como lo demuestra el hecho de que el marqués de Vista Alegre expresara en un escrito sus quejas al Ayuntamiento, en el sentido de que "en la Plaza del Fontán se echan escombros, con lo que las aguas se encharcan, viniendo los cerdos que andan por las calles a revolcarse, generando un olor pestilente y situaciones insanas" (Acuerdos municipales de 2 de septiembre de 1818). Para evitarlo propone efectuar a su costa el empedrado del frontal de su mansión.

Los estudios geológicos que se llevaron a cabo a finales del pasado milenio con motivo de la rehabilitación de la plaza porticada (obras inauguradas en 1999), pusieron de relieve la acumulación de rellenos de múltiples orígenes (artificiales y naturales) que conforma el subsuelo de la plaza de Daoíz y Velarde y parte de la del Fontán, y sobre los cuales se cimientan, en gran parte, las edificaciones actuales.

Los depósitos artificiales presentan una constitución heterogénea, dominando las gravas de naturaleza carbonatada. Su espesor más habitual es del orden de 1,5 metros, acumulándose en mayor cantidad hacia la plaza de Daoíz y Velarde, con potencias que sobrepasan los 3 metros Inmediatamente por debajo de los descritos aportes antrópicos aparecen unos materiales muy singulares que se corresponden con los sedimentos del antiguo humedal del Fontán, el cual debería tener una considerable vegetación en sus aledaños, a tenor de los remanentes botánicos encontrados. Se trata de suelos arcillosos de color negruzco, en general muy plásticos, en ocasiones arenosos, englo¬bando can¬tos carbonatados -de hasta 10 cm de diámetro- y puntualmente restos óseos (incluso humanos, como antes se apuntó). Su característica más notoria es que con¬tienen abundante materia orgánica, con horizontes donde se concentran restos vegetales en estado pu¬trefacto. Los espesores de estos acopios sobrepasan los seis metros de espesor.

Por otro lado, muestran gran parecido con niveles de limos arcillosos organógenos que se encuentran en el subsuelo del barrio ovetense de Ventanielles, donde existió asimismo un ambiente pantanoso.

Parece sorprendente que una de las zonas más depauperadas de Oviedo en su tiempo lograse convertirse en una de las de mayor hermosura y atractivo de la ciudad.

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