Hasta para tropezarse encima de un escenario Estrella Morente tiene arte. Fue en los últimos compases del recital, cuando ya se había arrancado con su célebre versión del "Volver" de Gardel, y el traspiés con la bata no hizo más que disparar a la hija de Enrique Morente al proscenio del Campoamor para atacar el tango a capela, huyendo y regresando al primer amor de un lado al otro del escenario, levantando los ojos al cielo -"es un soplo la vida"- como si buscara al que le trajo por primera vez de la mano a ese mismo escenario. Lo que siguió fue una fiesta, apoteosis flamenca, emoción en carne viva y ovación de mil almas puestas en pie.

Que la actuación de Estrella Morente iba a ser para partirse el pecho se rumiaba en el Salón de Té un cuarto de hora antes de que los melismas conjuraran la noche encima del escenario con los seis músicos en corro a media luz. Allí, en el primer piso del Campoamor, Estrella, su hermana Soleá, su abuela, firmaban el cartel de la noche, una actuación que se enmarca dentro del 125 aniversario del teatro. Y lo hacían junto a otro cartel, éste de 1999, firmado por Enrique Morente y Eva Yerbabuena. Los dos, saga completa, presidirán ahora una de las paredes del teatro. Y Estrella ya dijo que venían a dejarse el alma.

Rápido, en el escenario, empezaron a cumplir con la promesa. Especialmente inspirada la guitarra de Montoyita, capaz de rasgar la noche como un puñal antiguo, a la zaga la guitarra de Monti.

Abrieron el cuadro casi al completo: también Victoria Carbonell "La Globo" y Ángel Gabarre a las palmas y Pedro Gabarre "Popo", a la percusión. Faltaba Soleá Morente, que ya en la obertura inicial había dejado sentir que su quejío es otro, que va por un camino de su tiempo, tan líquido.

Sin Soleá, por alegrías, la noche empezó arriba con Quintero, León y Quiroga, y con los tirabuzones, niña, que se hacen las gaditanas con las bombas que tiran los fanfarrones. "¡Estrella, Asturias te quiere". Gritó uno en general. "Y yo a ella". Pausa. "Mucho". Luego, pasó la soleá Graná, los Tangos Toreros de Málaga y vuelta a la copla de esa ciudad "que se duerme con el sol y amanece con la luna". Ya estaba caliente. Ya se levantaba y hacía mutis. Ya volvía.

A solas con Motoyita hizo Tarantas de Almería, cante antiguo y minero. Y luego se dirigió al público para saludar, primero, al teatro Campoamor, "mi bombonera querida de Asturias", "lugar sagrado de la cultura, de la música". Contó que llegó por primera vez a él con su padre y fue decir Enrique y una aplauso la interrumpió. Dijo más. En presente. Que él es aquí muy querido, que la peña Morente fue la primera de España, y que son de la familia. Y que por ellos iban las seguidillas que sonaron luego, desgarradoras y que se sumaría para el final "una artista única y diferente", Soleá. Por el medio, Montoyita se quedó solo y se quedó inmenso y su guitarra multiplicada por los espejos de la decoración de "L'Elisir d'Amore" que encuadraron toda la actuación fue una gloria. "Tío, que maravilla", le dijo Soleá Morente al pisar el escenario. La hermana de Estrella hizo "El pastorcillo" de San Juan de la Cruz y parecía Jane Birkin crucificada. No gustará a los puristas pero su susurro y sus quiebros perdidos la ponen en un terreno diferente. Cuando Estrella, de negro, volvió a sumarse y la presentó como "el ángel de mi casa", y se pusieron a cantar juntas la nana que tomaron de la familia de Federico García Lorca, cobró otro sentido.

Estrella y Soleá, tomadas de dos en dos, son como luces que tililan con tiempo distinto en la misma habitación. Pero estaban ya en familia, de fiesta, vivas a Enrique Morente desde el público y nueva dedicatoria de la cantaora a algunos de los fundadores de la peña, "a Wili (Guillermo Pérez de Castro), a tu mujer, a Gabino (De Lorenzo)". El delegado del Gobierno no estaba. Su esposa sí.

Fue la dedicatoria que precedió a "Volver". Y con Gardel llegó ese traspiés y un revolverse, salir sin el micrófono a rematar el embrujo y una ovación interminable con todo el público puesto en pie.

No se podía acabar más alto el recital. Y la propina la sirvieron con una canción estrella del repertorio de Soleá, "Todavía", que no es palo flamenco y sí música popular contemporánea. Pero con los Gabarre y los Carbonell fue sólo música enredando todo el patio de butacas y subiéndose hasta la lámpara de araña del Campoamor para volver a deslizarse hacia el escenario convertida por unos segundos en los tangos de Estrella. "En lo alto del Cerro de Palomares", las dos Morentes abrazadas y bailando, blanco y negro, y dejando el escenario con los músicos disfrutando hasta el último acorde. Así cayó el telón, se fue la noche y siguió Morente.