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Un chigre con peso y valor

A rebufo del Ca Beleño nacieron bares irlandeses de diseño que se fueron en un soplo; no tenían alma, no eran lo mismo

Por la izquierda, Frankie Delgado, Xel Pereda y Marcos Llope en una "Jam Session" en el Ca Beleño en mayo de 1994. MIKI LÓPEZ

Que en estos días pasados la noticia de cierre del Ca Beleño, el mítico chigre folk ovetense, fuera durante unas cuantas horas la más leída en la web de LA NUEVA ESPAÑA, por encima de nevadas y oleajes, por encima de noticias de peso, deja exactamente eso, peso y valor. La historia de este paisaje de poquitos metros cuadrados de arcilloso suelo ocre, de paredes con ilusiones sin fronteras, de madera bruñida, tallada, de olor a tabaco de pipa, de ambarino whisky sobre barra mítica, de grifos descargando maná y cuadros que invitaban a dejar vagar la imaginación, fraguaban historia de amistades, amores y desamores, leyendas, borracheras y holas y adioses con los brazos siempre abiertos.

En este viaje del Ca Beleño se embarcaron hace treinta años las almas jóvenes de Xuan, de Astur, de Lombardía y del llorado Largo y del Frankie omnipresente. Las artesanas manos de Atilano atacando matorral, aguarones y colchones pútridos dieron forma física al buque insignia de una armada invencible de chigres folk que no hundirá este adió.

Llegaron otros al rebufo. Chigres irlandeses de diseño que se fueron en un soplo. No tenían alma. No eran Ca Beleño.

Allí, en Martínez Vigil, desembocaba el alumnado de las facultades próximas. No importaba la hora. Cuatro y pico de la tarde; digamos invierno cerrado. Oviedo era un círculo nada vicioso y tenía el núcleo candente en Ca Beleño. Allí desembocaban los de Historia y Geografía, los de Filología, los de Psicología y los que huían del histórico edificio universitario centrado en el Derecho porque tentaban más un carajillo, una pinta o un chupito ámbar que el Derecho Romano. También estaban los Erasmus.

Las pintas dejaron atrás a las cañas, a los cortos, al chato. Lagavulin, Macallan, Glenrothes, Oban, Talisker comenzaron a codearse con los culines de sidra. Sin guerra. Compatibles. De la pomarada a la destilería de las Hébridas o de Dublin y Paddy.

El Ca Beleño era una embajada donde una cassette de ciento veinte minutos de arpas y tonadas de voces gaélicas y pelirrojas adornaba los momentos cálidos de una clase pirada por el puro gusto de escuchar folk.

También se escuchaban lenguas. Había clases de inglés, para nada reñidas con la llingua astur; gaélico de islas escocesas y condados irlandeses macerados por el viento junto al húngaro avasallador, el italiano, el bretón, el francés, el japonés, el alemán y el traductor simultáneo a todos ellos desde el folk que desbordaba por los bafles del Ca Beleño.

Durante tantos, tantos y tantos lustros hasta el aviso absurdo del silencio, hace poco más de dos.

Tanto daño hacía la música que hubo que tratar de acallarla y empezamos a morir no sin resistencia. Se dieron en el bar desayunos para niños necesitados, y también tuvo la cancela abierta de madrugada para amortiguar necesidades.

Luego, aquellos que aparecían en las viejas portadas de vinilos y que jamás se pensó que pudieran recalar en Ca Beleño, no a tomar un trago, sino actuar, aparecieron con el tiempo. Entraban la Fairy y las Mermaid en juego. Fueron apareciendo. Fueron la tinta del pasaporte a acuñar para varias generaciones que pronunciaban, tiempo después, en cualquier chigre folk bretón, escocés, irlandés el nombre de Ca Beleño y tenían barra y puertas abiertas. Se sabía y citemos, por curiosidad: "Chieftains", McGoldrick, "Capercaillie", Miró, "Tannahill Weavers", los "Cunningham, Wolfstone", "Capercaillie, McManus", los "Molard", Alain Genty, "Siberill", "Celtic Moods", "Anúna", Mick O´Brien; el fílmico Glen Hansard, Shooglenifty (Angus, Angus, Angus), Fred Morrison, Chris Armstrong, "Kurgans", "Balong", "Fianna", "Dervish"...

Era jazz, folk, rock o música clásica; literatura de viejo y nuevo cuño llegada desde las naciones celtas;

Se van treinta años de música, pintas, whisky, paraninfo en modesto escenario para los jóvenes valores del Injuve, cuartetos clásicos, Rafa Kass, los Méndez, Nuberu, Brenga Astur, Corquiéu, Dixebra y Xéliba; arpas, gaitas, zanfonas, bodhram, mandolinas, cornamusas, whistles, Flook, MacSherry, Llan de Cubel, N'Arba, Felpeyu y nuestras lágrimas; Amieva, Pangua, Tejedor y su Añada pa Gaël, premonición del nombre que habría de aunarlo todo desde el Ca Beleño, de llevar los astur costa arriba hasta estudios de grabación foráneos, porque llegarían Xurde Win como ejemplo del relevo en las jam.

Está Morgan, el recién llegado y adalid del porverir y de la gran labor de Frankie y Blanca y de cuantos han poblado la barra, por dentro y por fuera. ¿Hablamos de treinta años? ¿De tres décadas? ¿De un instante, de un suspiro que se apura como se apura una pinta Ordum? ¿De aquellos guiris que jamás fueron guiris entre estas paredes porque traían su nombre, su obra y su amistad para depositarla aquí y ser embajadores de todo esto?

Habría sido delicioso, como en un sueño, escuchar a Leonorad Cohen decirle a Van Morrison: "sube y acompañame en este modesto escenario. Ya nos espera Christy Moore y Alan Stivell afina el clasarch. Puede que hasta regrese Gordon Duncan. Puede?". Cambiamos. Killarney, Avalon, Broceliande, Tír Ná Nog, Valhalla, Ca´ Beleño. Es paisaje. Que cante, tristemente, la Banshee?.

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