El pianista ruso Denis Kozhukhin llegaba a las Jornadas de piano del Auditorio en formato camerístico con varios solistas de la Orquesta de Cadaqués y obras que se pueden considerar "grandes éxitos" de la música pues forman parte de la memoria colectiva de los aficionados con Viena como nexo: el Quinteto "La trucha" de Schubert partiendo de la canción homónima de su penúltimo movimiento, y ya sin piano el Septimino de Beethoven, del que su minueto fue usado como sintonía en la longeva serie de dibujos animados "Érase una vez..." añadiéndose la letra española cantada por los niños de entonces.

Schubert otorga al piano en este quinteto en la mayor, D. 667 un papel de reparto compartido más que protagonista, especialmente para las variaciones de su "lied", donde tiene su momento de gloria aunque las posibilidades de brillo sean superiores a sus compañeros del cuarteto de cuerda (violín, viola, chelo y contrabajo) pero igualmente agradecidos en conjunto, brillando todos al nivel esperado, sobre todo por el buen entendimiento y ajustes en cada uno de los cinco movimientos, para degustar estos "apuntes" que todo melómano (también los solistas) debe preparar antes de acometer el obligado salto sinfónico orquestal del incomprendido compositor vienés, que ni siquiera vio publicado en vida su quinteto.

El Septeto en mi bemol mayor, op. 20 del genio alemán nacido en Bonn y enterrado en Viena también sonó en la capital austriaca de inicios del XIX, como ayer, transportada en el túnel del tiempo musical a la del norte español, Oviedo, más de 200 años después, sin piano pero con el mismo cuarteto de Schubert, sumando clarinete, fagot y trompa, siete solistas de la orquesta de Cadaqués comandados por la violinista Sara Bitlloch en seis movimientos que se engarzaron entre las toses (im)prescindibles de un auditorio con buena entrada dominical. Emoción en el dialogante "Adagio cantabile" entre violinista y clarinete aún de recuerdo mozartiano, así como la trompa segura de María Rubio completando un buen trío de viento contrapeso tímbrico del cuarteto de cuerda en una interpretación con mucho oficio de estos siete músicos sinfónicos que comparten igualmente formaciones de cámara con la misma profesionalidad, buen gusto y amor por la música.

Quedamos con ganas de más piano en esta velada de salón sin merienda para nuestra irrepetible Vetusta, la Viena del Norte.