Begoña Vázquez cambió un despacho en una agencia de transportes por la cocina de una pequeña vinoteca en la calle Félix Aramburu. Su marido, José Santamaría (Santa), dedicó la mayor parte de su vida al sector del textil y posteriormente al de los vinos. Ambos son un ejemplo de emprendedores que supieron reinventarse. Y lo hicieron bien.

Ahora, han decidido jubilarse, después de haber convertido, en tan sólo ocho años, La Bodeguilla de Santa en un lugar de cita obligatoria de muchos ovetenses, aunque vivan en distintas partes de la ciudad. Y es que Begoña y "Santa", además de que ya eran muy conocidos en el "oviedín del alma", supieron conectar desde el primer día con la que pronto resultó ser una fiel clientela.

Ella en la cocina, con un pequeño recetario pero que requería de notable elaboración y dedicación. Él tras la barra, sabiendo relacionarse con la clientela. La pareja hizo un tándem tan bueno como singular. Con esos excelentes ingredientes, el éxito estaba asegurado.

Y si a esto unimos que el matrimonio tuvo dos buenos introductores como embajadores -el periodista Luis José Ávila y el empresario Luis Aldecoa- pues miel sobre hojuelas.

"Además, encajamos perfectamente en la zona de la plaza de La Gesta, donde los vecinos son muy del barrio. Logramos tener una clientela de todos los días y. a partir de los jueves, ya estábamos prácticamente desbordados", recuerda ya con cierta nostalgia "Santa". Todas las mesas, eso sí no eran muchas, se les llenaban para cenar, sobre todo de grupos de amigos que quedaban un día y otro también para comer o cenar.

A Begoña le da pena dejar la hostelería por el montón de amigos que hizo en todos estos años, y también porque le permitió desarrollar una de sus aficiones, la cocina, pero haciéndolo de forma profesional.

"Vi que me salía bien y que los clientes disfrutaban con lo que les preparaba, desde algo tan sencillo como la tortilla de patata o la de bacalao y puerros, al hígado encebollado; o algo que no se estila ya en Oviedo, las patatas a la inglesa, que dan mucho trabajo pero que merecen la pena". Y la clientela supo, desde el principio, valorar su calidad.

En resumen, se cierra una parte corta pero intensa de la singular hostelería local.