"Mongolia sobre hielo" no es un espectáculo de humor, ni siquiera es un espectáculo sobre el humor. Es una maldita bomba de relojería que destroza todas las convicciones personales que el público pueda tener. Es un ataque directo, sistemático y organizado a la línea de flotación y defensa de cada uno de los espectadores. Da igual que seas de derechas o de izquierdas, negro o amarillo, machista o feminista. Edu Galán y Darío Adanti se reirán de tus verdades, te las arrancarán y te las escupirán a la cara. Hasta el punto que dan por sabido que el público no tiene ni la menor idea de dónde procede la distinción entre izquierda y derecha, la nomenclatura.

Sobre ese debate de izquierda y derecha se sustenta lo que ayer se vio en un abarrotado teatro Filarmónica. Lo hacen con humor, con chistes muy bestias, como se espera de ellos, en especial de Galán, pero es que para cuestionar la esencia hay que hacerlo a lo grande.

Hay para todos. Chistes sobre la monarquía como cuando Galán, travestido de obrero de derechas, lee en la revista Mongolia que "Letizia se ofrece como vientre de alquiler... otra vez".

La representación tiene lugar en un supuesto circo "con elefantes rellenos de hórreos y frixuelos", un cariñoso recuerdo de la última visita de Pablo Casado a Asturias. En ese espectáculo circense se van debatiendo, como en cualquier centro de trabajo o barra de bar, las ideas de unos y otros. Y se intenta explicar qué es la derecha, "aquellos que tienen el dinero y el poder y lo quieren seguir manteniendo", o la izquierda "que quiere conseguir lo que no tiene y que no sabe cómo conservar algo que probablemente nunca va a tener", en resumen de Darío Adanti.

Monólogos y diálogos sirven para ir tejiendo un traje que el espectador cree a su medida pero que al final revienta por las costuras cuando le dicen que todo lo que piensa es una falacia.

El discurso de Galán sobre los nacionalismos, en especial los de izquierdas, ataca símbolos que van desde las banderas hasta la gastronomía identitaria, "¿habrá algo más asqueroso que un cachopo, un puto zurullo frito?", se pregunta el humorista ovetense.

Galán es el punki del dúo y el que mayor número de burradas puede decir por minuto de espectáculo. Es el de los chistes gruesos pero también el de las verdades absolutas, "los nacionalistas son racistas y xenófobos" o "hay que ser subnormal para creerse la historia de Don Pelayo".

Darío Adanti es el contrapunto perfecto al macarrismo de Galán. El argentino domina a la perfección el discurso teórico sobre el humor, y lo domina tanto que llega a destruirlo por completo. En su análisis precisamente sobre eso, sobre los límites del humor, es capaz de cumplir y negar en apenas cinco minutos todos los axiomas que debe tener un buen chiste, y de paso lanza mensajes demoledores. Utiliza la polémica sobre chistes de gitanos surgida hace unos meses para, en ua pirueta mortal digna del mejor espectáculo del mundo, acabar diciendo que "si en Coca Cola se hubiesen violado a cientos de miles de niños como ha hecho la iglesia católica, la izquierda habría quemado la sede de la compañía en Atlanta. Pero claro, no se puede ir contra la iglesia católica porque hay que respetar las religiones". Mongolia tira con posta contra "una izquierda urbanita que no ha tenido un problema en su puta vida y que no ha pasado hambre como sus abuelos".

Un espectáculo irreverente pero procedente y que además cuenta con la colaboración de otro icono patrio, Jorge Martínez. La voz del ilegal introduce los números y además Martínez y David Morei se hacen cargo de la música del show.