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Ante el aniversario de la muerte del Rey Casto (I)

La devoción que brota del códice

Alfonso II aparece representado en el Libro de los Testamentos de la catedral de Oviedo en actitud orante, con los ojos vueltos a la Virgen

Libro de los Testamentos de la catedral de Oviedo.

Afuera la noche es lluviosa y fría a no poder más. Ante un modesto pupitre, en la torre de monacal scriptorium, una lucha denodada y desigual está siendo sostenida entre el escriba y la pluma de ánade, el cálamo que ha dejado correr y deslizarse sobre el vetusto pergamino hasta reflejar, sublime, la imagen del Casto Rey. Al final es el hombre quien se sobrepone y triunfa, con sus ideas brotando a borbotones y dejando perfilado un retrato nuevo del soberano astur. El escriba ha puesto en juego su creación y su facundia ilusionadas, que buscan captar el momento interior del rey, que está emergiendo del scriptorium del ovetense Don Pelayo, obispo de buena memoria y de noble corazón, con fines de reflejar la más sublime y cálida imagen, que imaginarse pueda, en la más desbordada imaginación. Hay un trasvase fecundo de ideas, que reflejan la mismidad y hondura de vehemente intimidad.

Contempla al escriba, sentado en su alto pupitre. Escribe incansablemente, diseña y dibuja contornos, que perfilan al Rey Casto sumido en profunda oración. Ocultos misterios deja traslucir el amanuense. Los velos del secreto, las intimidades del santuario, que guardan de siglos los hondones de Dios, van descorriéndose, a medida que el habilidoso escriba deja expresados en signos, en rasgos y trazos las imágenes, amoldándose a místicas pautas, que solo los ojos del alma le permiten intuir y contemplar. El soberano Alfonso, el Adefonsus Rex Castus, está rezando y más que rezando. Se halla sumido en ardiente plegaria, en fervorosa prez, en contemplativa oración. Arrodillado se halla a los pies de la Señora, de hinojos ante Sancta María, la Madre de Jesús, el Salvador. El Rey y soberano viste túnica y manto de oro y de plata purísimos. El amanuense acaba de perfilar gloriosa fotografía de la escena. Lentamente, gozosamente, dulcemente el todo ha acabado fundiéndose en reveladora imagen, que trasciende desde el interior el perfil exterior.

El hermoso códice está siendo confeccionado con maestría y perfección, en que el exornator, el illuminator de sublimes técnicas heredadas de los siglos, complementa al escriba en su primorosa labor. Decoradas letras unciales, viñetas y elegantes láminas reflejan la luz, que han sabido, habilidosos y arteros, plumas y cálamos, trasvasar a imágenes, de que el artista se halla embebido en su mismidad interior.

El Rey Alfonso continúa perennemente, en un prosternarse sin término ni fin, hincado de hinojos ante Sancta María. El Soberano recita Avemarías, en un rezo inacabado e inacabable. La Sancta María de la perennidad está en intensa escucha.

Ella siempre tiene el corazón abierto, en que guarda cuanto a las necesidades y cuitas de sus hijos es capaz de abrigar. La plegaria del monarca resuena en sus oídos; tintinea, en los tímpanos más medulares de su audición, la voz del Rey suplicante, que nunca en la imagen cesa de resonar. El Rey Alfonso tiende sus manos de suplicante hacia ella, hacia Sancta María. Ella se halla erguida, solemnemente en pie, ella destaca acogedora y maternal en un cielo de, hermoso color lapislázuli, sugeridor de bienaventuranzas transidas de gratísimos tonos azulados, el mundo de cuantos han lavado sus túnicas en la Sangre del Cordero, que tienen su eternal mansión al lado del Cordero Inmaculado.

Ella, la siempre Virgen, la Inmaculada en su Concepción, la Sancta María de los siglos refleja, en su parecido, una orante, con las manos extendidas hacia su hijo, el que todo lo puede, cuyo nombre es el Santo, el Pantocrátor, el Hijo del Dios Altísimo. Las manos de Adefonsus Rex Castus están extendidas en tensión de profunda oración hacia Dios, a través de ella, la Señora, la que es Madre del Dios de la Excelsitud. En el corazón de Sancta María, hay cual un depósito de gracias innúmeras, favores sin límite ni cuantía, bendiciones sin fin, que el Rey Adefonsus Rex Castus está percibiendo, con las palmas de las manos vueltas hacia la Señora, hacia la que es de la Humanidad Madre, hacia Sancta María .Las gracias, las bendiciones, los favores sin número descienden del Dios Todopoderoso, pero llegan a los humanos a través de la Virgen María, de Sancta María, que de todos se apiada y, compasiva, de sus gracias reparte, porque es "de gracia llena".

Hasta aquí, lector amigo, hemos caminado como de la mano, teniéndola por guía a ella, a Sancta María, contemplando su manto azul, su cielo tachonado de estrellas, que no son tales, sino florecillas del campo, que, en su poesía el amanuense y el iluminador del Libro de los Testamentos han imaginado para obsequiar a la madre del Cielo.

El Rey y Soberano Alfonso II el Casto nos han dado motivo para ofrecerlo a nuestra contemplación en el retrato, que el Liber Testamentorum nos ha pintado.

Al celebrar el aniversario de su fallecimiento, juntos hemos querido honrarle, con este recuerdo cariñoso y dulce de su cercanía, con esta memoria y recuerdo que, para disfrute y fruición, agradecido, he querido ofrecer.

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