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Fotos del alma de la Villa Condal

El fotógrafo local Álvaro Fuente enseñó nociones básicas a los usuarios con discapacidad intelectual de Adepas: "Te sorprenden mucho", destaca

Aurora Antón y Alba Bastián. A. I.

En el siglo XIX, los indios sudamericanos chamacocos creían que las instantáneas tomadas con la cámara fotográfica les robaban el alma. De ser así, los usuarios de Adepas en Noreña -personas con discapacidad intelectual- deben tener sus móviles y tarjetas de memoria llenas de pureza, de bien. No los había más felices estos días, al lado del fotógrafo Álvaro Fuente, quien les enseñó unas nociones básicas para que luego se encargaran ellos mismos de llevarlas a la práctica.

No paraba de disparar con su pequeño dispositivo digital Mari Tarrandones, una de las veteranas del grupo. Cualquier cosa en movimiento era captada por su objetivo hiperactivo. Lo hacía con una sonrisa, y la vida se la devolvía.

De repente, le da un abrazo la ovetense Alba Bastián, que la llama cariñosamente "mamá". Ella no puede sacar fotos porque se le ha acabado la batería del móvil, pero dispara carantoñas para todos.

Son su "familia política"; así llama a sus amigos de Adepas, con los que vuelve cada tarde en autobús a la capital del Principado. "Por la mañana me trae mi madre", añade.

Como ella, en ese momento, no puede inmortalizar a sus compañeros, posa contenta. Le gusta, como a todos. No les importa verse delante o detrás de la cámara, posar, capturar, hablar y aprender.

Disfruta mucho, viéndoles, Fuente, premiado fotógrafo local al que esos momentos con ellos le hacen feliz. "Te sorprenden mucho", subraya. Su taller, ya en el primero de los tres días en los que se desarrollará, ha variado mucho sobre el planteamiento inicial. No pasa nada, "lo suyo es sacarles a la calle, que pidan permiso a la gente para sacarles fotos, que interactúen y, claro, que cojan alguna noción".

En este sentido, señala a una alumna aventajada. Es la naveta Natalia Reguero. Pasa el día móvil en mano buscando belleza que capturar. Tiene técnica y un entusiasmo digno de admirar. Sin embargo, prefiere no enseñarlas en redes sociales. "Son algo privado", subraya, seria, y rápidamente vuelve a sonreír. Mientras comenta que guarda las fotos en un lápiz de memoria a uno de los 12 alumnos del taller casi se le cae el teléfono: "Hay que agarrarlo bien, eso es lo primero", les dice Fuente.

Se contagia la carcajada y, entretanto, aparece Andrés Avelino. Viene a hablar de su libro, que diría Umbral. En este caso, de sus fotografías. "Se las hago a mi novia, Raquel Fernández", comenta, mientras el resto del corrillo le escucha con atención.

Cuenta que ella también está en el centro y que llevan saliendo "29 años". "Qué exagerado", le responde risueña una de las trabajadoras de Adepas. Él se reafirma y pone el móvil en posición de captura.

Poco a poco, todos pasan por las dos posiciones, de modelos a moldeadores. Aplican la composición, vigilan la luz y, poco a poco, aprenden. "Antes me cortabas cabezas y pies, vaya mejoría en un solo día", elogia Fuente a una de las usuarias. El cumplido es poesía para sus oídos y desde entonces no para de darle al botón de disparar. Poco después explica que ella no tiene móvil y que se lo han prestado en el centro para la actividad.

A los inicios en el interior de las instalaciones del centro les siguieron dos días de salir a la calle, hablar con la gente y "robarles un poco el alma", a cambio de llenarles de su alegría de vivir. Las salidas les hicieron bien a ellos, aún más felices si cabe, pero también a los que se toparon con ellos en su camino. Las cabezas bajas se tornaban en entusiasmo, de salir en las fotos, de dejar que estimulasen su creatividad, llevando la alegría a Noreña, haciéndola una villa feliz.

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