"El horror del nazismo y del Holocausto no debe olvidarse nunca. Por eso es importante que contemos lo que les pasó a nuestros familiares". Así lo dijeron ayer en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA los descendientes de víctimas asturianas durante un acto organizado con motivo del 75.º aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, en el que fueron exterminadas más de un millón de personas.

"Sentiré vergüenza hasta el último momento de mi vida de lo que hicieron mis compatriotas, quise irme de allí durante la guerra, pero no pude", aseguró el economista, naturalista y deportista alemán jubilado Rolf Beyebach, nacido en Sajonia (Alemania), que sufrió la II Guerra Mundial y tuvo a un tío segundo internado en el campo de Buchenwald.

Beyebach llegó a Asturias en 1968 para dirigir la factoría de refractarios de Didier en Lugones y ya se quedó en la región para siempre. Su momento vital es el día en que dejó de ser un nazi de 15 años en Marburg (Alemania) y se enamoró de América al paso de los soldados victoriosos que le demostraron que su madre tenía razón. La carta certificada que llegó el 27 de marzo de 1945 a casa de los Beyebach decía que Rolf, de 15 años, debía presentarse al día siguiente en el estadio municipal de Marburg para recoger armas o sería fusilado. Beyebach fue miembro de las Hitlerjungend (Juventudes Hitlerianas) desde 1939, cuando comenzó la guerra y se hizo obligatorio para todos los mayores de 10 años. "No teníamos otra posibilidad", señaló. La familia paterna era nazi. El abuelo había sido un afiliado temprano, pero en 1934, cuando vio cómo actuaban desde el Gobierno, se dio de baja. Su madre había sido una joven socialista que había participado en una contramanifestación en Núremberg cuando la ciudad era el centro del nazismo, y el abuelo materno había luchado en las calles contra los grupos de asalto del partido de Hitler.

En la mesa, moderada por el profesor Faustino Zapico, también intervino Balbina Rebollar Batalla, maestra jubilada, presidenta de la Asociación de Amigos y Familiares del Campo de Neuengamme, hija de Evaristo Rebollar, un marinero de Tazones que fue deportado a ese campo en 1944.

Balbina se emocionó al relatar la historia de su padre, miembro de la CNT, que cruzó la frontera con el Ejército republicano y se alistó en las compañías de trabajadores extranjeros, que lo llevaron a los bajos Alpes a hacer túneles y carreteras. Estuvo en la línea Maginot, en Ars sur le Moselle y pasó por dos campos de concentración en Francia y en Alemania, de los que logró salir con vida. "Mi padre en 1936 apoyó a la República, como toda su familia; mi abuelo Eulogio le recomendó alistarse en el Ejército nacional para evitar que le fusilasen, y al final le asesinaron a él los falangistas", recalcó Balbina. Definió a su padre como "un hombre alegre que siempre sufrió pesadillas". "Cuando yo era estudiante temía que me metiese en política y a mí no se me ocurrió hacerlo, sabiendo todo por lo que había pasado".

Estremecedor fue también el testimonio de los hermanos Eloína y Manuel Blanco Fanjul, nacidos y criados en Tarbes (Francia), donde se encontraron sus padres, Olvido Fanjul y Gerardo Blanco, ambos del barrio gijonés de La Calzada.

Olvido Fanjul fue superviviente del campo de exterminio de Ravensbruck, por el que pasaron 130.000 mujeres. Se embarcó en El Musel con un grupo de "niños de la guerra" a los que iba a cuidar. En Rusia fue hecha prisionera por los alemanes. Se casó con un militar ruso y tuvo un bebé en la cárcel que le arrebataron al nacer y al que no volvió a ver. Tampoco a su marido, Gerardo Blanco, prisionero de los alemanes en el Muro Atlántico (Francia). Estaba casado civilmente en Gijón y el matrimonio fue anulado por el franquismo. Fruto de aquella unión fue un hijo que hoy tiene 84 años y vive en Madrid. Olvido y Gerardo ya se conocían de Gijón y se reencontraron en Tarbes, donde tuvieron a sus hijos. Para regresar a España en 1963 tuvieron que casarse por la iglesia y bautizar a los niños.