La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Francisco Parra | Director del Instituto Universitario de Biotecnología de Asturias (IUBA)

“Tenemos centros de investigación, pero nos faltan empresas farmacéuticas”

“A la Universidad le falta quizás desarrollar la rama comercial para fomentar la transferencia al sector privado”

Francisco Parra, director del IUBA, ayer, en Oviedo. | Miki López

Franciso Parra, catedrático de Bioquímica, dirige el Instituto Universitario de Biotecnología de Asturias (IUBA), que forma parte de esa “milla de la bata blanca” en torno a la cual se estructura el pujante polo biosanitario de Oviedo.

–El IUBA se funda en 1992, ¿cómo surge?

–Era un momento en el que crearon este tipo de organizaciones, los institutos universitarios, que no son otra cosa más que una forma diferente de organizar a los investigadores de la universidad. En lo referente a la docencia estamos ordenados por departamentos, y los institutos nos enfocamos a la investigación. Así, todo el que hace investigación en biotecnología puede estar o no en este instituto, porque el concepto de biotecnología es un poco amplio. Por ejemplo, los investigadores del instituto de oncología o en el de neurociencias trabajan también en biotecnología, aunque enfocada a sus respectivos ámbitos.

–¿Cómo se organizan?

–Somos unos 75 investigadores, englobados en unos quince grupos de investigación, que a su vez se organizan en cuatro unidades: Biocatálisis y bioingeniería, que se ocupa de cuestiones como el diagnóstico de enfermedades y la investigación de nuevos fármacos; Biomedicina y salud animal, que es en la que estoy yo y que trabaja sobre enfermedades humanas y de los animales; Biotecnología de microorganismos, en la que se estudian cuestiones como por qué las bacterias son resistentes a determinados antibióticos o las levaduras, que se usan en procesos industriales o como hospedadores para desarrollar vacunas como la de la hepatitis B; y por último Biotecnología de las plantas, en la que se estudian desde el uso de las plantas para biorremediar suelos hasta la conservación de las plantas o su adaptación a condiciones de sequedad.

–¿Cómo se interrelacionan?

–El problema es que, más allá de esta organización interna, el Instituto no tiene una sede física. Tenemos gente en diferentes departamentos, e incluso en campus distintos, como el de Mieres.

–Son un poco como la Selección Española de fútbol.

–Exactamente. Solo nos juntamos cuando tenemos algún asunto que tratar. El Instituto no tiene presupuesto como tal, no recibe fondos de la Universidad ni del Ministerio ni de nadie. Las investigaciones las hacen los grupos de investigación, que piden sus subvenciones, consiguen fondos y trabajan de forma autónoma. Es asimilable a lo que pasa con el Instituto de Investigación Sanitaria del Principado de Asturias (ISPA), una macroorganización que trata de integrar a investigadores del ámbito sanitario, aunque en el caso del ISPA está intentando tener una acreditación para optar a ciertos fondos de rango nacional.

–Pero con ese funcionamiento, ¿no estamos en cierta manera desaprovechando las posibilidades de estos institutos?

–Sí, claro. Yo tengo colaboraciones por medio mundo y me resulta más fácil, en muchas ocasiones, lograr apoyo fuera. Con esto de la pandemia, por ejemplo, quisimos ponernos a trabajar en el coronavirus humano, ya que nosotros tenemos mucha experiencia trabajando con coronavirus en animales. Lo que pasa es que el riesgo que asumimos al trabajar con el coronavirus porcino es asumible, porque estos virus no infectan normalmente a humanos. Pero trabajar con esta variante del SARS-CoV-2 nos exige tener unas instalaciones que nosotros no tenemos, lo que nos deja, en este caso, fuera de circulación.

–¿Solo nos falta eso, la infraestructura?

–La tecnología que utiliza la Universidad de Oxford para producir su vacuna para el covid la hemos utilizado nosotros para producir vacunas para una enfermedad vírica de conejos. Una de las dos vacunas que se desarrollan en el Centro Nacional de Biotecnología se produce también con una tecnología parecida a otra que hemos empleado nosotros para una enfermedad de los conejos, y lo mismo pasa con la vacuna que produce Sanofi Pasteur. No es que nosotros no dominemos esas tecnologías, es que para poder desarrollar algunas etapas necesitamos, antes que nada, unas condiciones de bioseguridad mejores, para que los investigadores no se contagien. Luego hay otro factor clave, claro, que es dónde estamos ubicados.

–¿Se refiere a su situación geográfica, al país?

–Hablamos del país y de la región. Pongamos un ejemplo: si yo trabajara en cosas metalúrgicas, aquí tendría un Arcelor, un Thyssen... grandes empresas que, de forma muy inmediata, podrían estar muy interesadas en el desarrollo de esas cosas. Pero no tenemos cerca ninguna gran empresa farmacéutica. En mi campo, hay algunos laboratorios importantes en León y en otras regiones de España, pero no en Asturias. Disponer de una tecnología no es suficiente. La transferencia del conocimiento a las empresas no es efectiva a menos que de den determinadas circunstancias. Imaginemos que tuviéramos la forma de desarrollar una vacuna contra el covid como la que está desarrollando, por ejemplo, Sanofi Pasteur, cosa que técnicamente hacemos en mi laboratorio frente a otros virus. La cuestión es a qué empresas puedo trasladar ese conocimiento, para que éste llegue a la práctica real.

–¿Faltan opciones de monetizar el conocimiento?

–A los entes públicos de investigación, salvo quizás el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) les falta quizás desarrollar la rama comercial. La universidad, en general, necesita un buen departamento de marketing, de valorización de lo que tiene en casa. Esto nos exige a los investigadores que nos encarguemos, aparte de a investigar y a las clases, a muchas tareas administrativas, a buscar el dinero para que sigan funcionando los proyectos, a contactar con empresas... todas esas cosas las tiene que hacer el investigador. Y otro gran problema que tenemos en Asturias es que tenemos muchos y buenos grupos de investigación, pero el sistema público de investigación tiene muchas limitaciones. En ocasiones no tenemos fondos para contratar, y si los tenemos a la gente la podemos tener un año o dos, pero al cabo de ese tiempo no hay garantías de que sigan. En un grupo como el mío, con siete u ocho investigadores, que cada dos años te puedan cambiar a tres o cuatro, es complicado.

–¿Tiene esto solución?

–Tiene muy mala solución. Porque además, si tú intentas contratar a la misma persona, al cabo de dos o tres ciclos de estos, corres el riesgo de que se rompa esa cadena y esa persona a la que tú has formado y que acumula lo que sería el “saber del grupo”, pues puedes quedarte sin ella. Y esto, junto a la infrafinanciación, son los dos grandes pies de barro del sistema y de cualquier instituto. Pero al menos, hay una contrapartida: la gente que formamos aquí la emplearían en cualquier sitio. La calidad de la gente que formamos es muy alta, profesionales de primerísimo nivel.

Compartir el artículo

stats