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Pablo Albuerne, “Gipsy chef” | Cocinero ovetense, triunfa en televisión

“Hoy en día es más rentable para un cocinero tener un millón de seguidores en Instagram que una estrella Michelin”

“La cocina de mi güela siempre está presente en mis platos; era una crack y lo hacía fácil”

El cocinero ovetense Pablo Albuerne.

El ovetense Pablo Albuerne Juanco (1976), también conocido como “Gipsy Chef”, tiene muy clara la receta que le ha servido para abrirse un hueco en los medios y para convertirse en uno de los cocineros españoles con más tirón en las redes: naturalidad, lenguaje sencillo y alejarse de los platos “que parecen más elaborados por químicos que por cocineros”. Albuerne habla, se viste y cocina como le place, alejado de las reglas. Desde que salió de la antigua Escuela de Hostelería del Campo San Francisco, donde ingresó tras abandonar la fotografía, pasó por muchas cocinas. Trabajó en un bingo, en cafeterías, fue jefe de cocina en reconocidos restaurantes y dio la vuelta al mundo en un yate cocinando para un millonario, entre otras cosas. Ahora, después de haber protagonizado varios proyectos televisivos, es el propietario de dos restaurantes en Sitges, tiene un programa de recetas que se emite en la web de Radio Televisión Española, colabora en el programa “España Directo” y tiene sobre la mesa varias ofertas en esta línea. Además ya ha escrito un libro y está terminando el segundo.

–¿Cómo es que alguien que iba para fotógrafo acaba metido en una cocina?

–Yo lo que tenía muy claro era que no quería acabar en una oficina. Quería un trabajo que fuese lo más creativo posible y que no fuese monótono. Cualquier cosa que suene a libertad y a arte siempre me ha llamado la atención, pero el culpable de que yo esté en este oficio es Santi Santamaría, un cocinero especial que no está con nosotros desde el año 2011. Mi mejor amigo, Carlos Gea, estaba estudiando Hostelería en Santiago de Compostela y un día apareció con un libro suyo que me descubrió todo lo bonito que hay detrás de la cocina y me cambió la vida. No obstante, ahora me doy cuenta de que era inevitable porque he nacido para esto.

–Llegó usted a trabajar con su inspirador, ¿no es así?

–Pues sí, tuve esa suerte. Yo había echado muchas veces el currículum para que me cogiesen en el Can Fabes –el restaurante que tenía Santi Santamaría en San Celoni (Barcelona) con tres estrellas Michelin– y siempre habían pasado de mí. Pero un día se lo comenté de casualidad a una novia que tenía mi hermano por entonces, que era de Barcelona, y resultó que Santi Santamaría había ido al colegio con su padre. Me metieron por la puerta de atrás, pero acabé entrando.

–También estuvo de cocinero en un barco de lujo.

–Eso fue posterior. Entremedias me fui a Barcelona y estuve de jefe de cocina de un restaurante. Además monté una empresa de catering con otros dos asturianos y un catalán que se fue a pique. Ahí me quedé con cincuenta euros en el bolsillo y una moto que estaba pagando a plazos. Entonces me fui a Menorca con la idea de trabajar para un millonario que tuviese un barco y lo conseguí, soy muy cabezón.

–¿Qué influencia asturiana tiene su cocina?

–La tiene toda. El amor que se profesa a la cocina en Asturias no lo hay en ninguna parte del mundo. La comida es muy importante para los asturianos y mucho de lo que hacemos gira en torno a ella. Mi güela me marcó, era una crack de la cocina y lo hacía todo muy sencillo. Cinco o seis ingredientes por receta, buen producto, mucho cariño y horas de chup-chup encima de la cocina de carbón. Y todo eso está en mi cocina.

–¿Y cuándo aparece “Gipsy Chef” en la vida de Pablo Albuerne?

–Aparece a raíz de la experiencia del barco. Mi jefe se compró uno de 75 metros para dar la vuelta al mundo con su familia durante tres años y me propuso irme con ellos, una oferta que no podía rechazar. En ese viaje escribí mucho y vi muchos vídeos de cocina, así que me entró la necesidad de contar cosas. Era la época en la que empezaba Youtube y me di cuenta de que en el mundo anglosajón ya había gente que se grababa y compartía cosas sobre cocina con un estilo innovador, algo que en España no pasaba. Había un vacío en este campo y ellos estaban a años luz, por eso yo también quería hacerlo. Tenía mucho que contar y mucha más cocina que la mayoría de los que aparecían en aquellos vídeos. Se me metió en la cabeza que quería hacer un programa de cocina y empecé a ahorrar todo el dinero que pude para llevarlo a cabo.

–¿Qué vino después?

–Pues nada, que aunque parezca surrealista lo hice. Monté un equipo de rodaje y grabé mi primer programa piloto para ir enseñándolo por las televisiones y buscarme la vida. La primera vez que me puse delante de una cámara fue en Argentina, concretamente en Buenos Aires. Ese programa nunca salió a la luz, lo tengo yo guardado como oro en paño. Se llamaba “Gipsy Chef: en busca del fuego” y cocinaba en mitad de un bosque. Me montaba todo el tinglado en medio de la naturaleza, invitaba a tres personas y los llevaba allí a comer. Con eso me fui a Mediapro en Barcelona e hicimos algunas cosillas, pero en realidad debían pensar que estaba totalmente chiflado. En aquella época la gente no estaba acostumbrada a las cosas que yo hacía.

–¿Y cuándo se le empezó a conocer?

–Empecé a subir cosas a Youtube y la gente respondía. Además, después de dar mucho la chapa, conseguí aparecer de copresentador en un programa que hacía en Antena 3 con Daniela Blume y Josie, que se llamaba “Comer, Beber, Amar”. Eso también sirvió, pero no fue fácil. Ahora ya sí que me considero un poco más conocido porque estoy hasta en la sopa, pero por entonces estaba empezando.

–¿Cuántos seguidores tiene en las redes sociales?

–En Instagram tengo unos 175.000, en Facebook estoy en casi en medio millón y en Youtube tengo alrededor de 100.000. Pero en realidad, más allá del número de seguidores, lo que sí tengo es un impacto muy fuerte. Mis seguidores son muy fieles porque yo he sido siempre yo y nunca he pagado para que me siga la gente. Me siguen porque soy un tío peculiar y porque no hay nadie como yo. Te puedo gustar más o menos, pero soy original.

–¿Hoy en día qué es más rentable para un cocinero: tener una estrella Michelin o un millón de seguidores en Instagram?

–Yo creo que tener un millón de seguidores sin duda, aunque depende de lo que busques. Para vivir casi diría que seguro.

–Decía usted anteriormente que es peculiar y original, ¿qué más tiene “Gipsy Chef” para llegar a tanta gente?

–Creo que lo más importante es que tengo un discurso muy cercano. No es impostado, ni falso, ni difícil de entender. Yo creo que cocinar es fácil y por eso lo cuento así, no soy de esos que venden la moto y hacen ver que la cocina solo la pueden hacer astrofísicos. Eso son tonterías que lo único que hacen es distanciar a la gente de la cocina.

–O sea que usted es de los que no se pone guantes ni usa pinzas, ¿no es así?

–Eso, en mi humilde opinión, son paridas. Nunca vi a mi abuela ponerse guantes para pelar una patata. Si no puedes tocar la comida con las manos entonces apaga y vámonos. Lo digo con cariño, pero creo que la estupidez de un cocinero es directamente proporcional a lo largo de sus pinzas. A veces nos olvidamos de lo natural, de lo auténtico, de lo esencial.

–¿Sus dos restaurantes de Sitges vienen después del éxito mediático?

–Qué va, vienen de antes. En los medios las carreras son inestables. El éxito personal y el de los restaurantes ha ido a la par. Yo soy un jeta, un caradura y hablo por los codos, pero soy cocinero a todos los niveles. Mis restaurantes funcionan porque se sirve buena comida. Punto.

–Le han tachado de “canalla” de la cocina de forma cariñosa, ¿es así?

–Si ser canalla es hacer lo que me da la gana y no escuchar a quienes me dicen lo que tengo que hacer, claro que lo soy.

–¿Qué plato pondría usted en su cena más especial?

–Un buen huevo frito no hay quien lo supere.

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