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Difuntos sinfónicos muy vivos

La OSPA, con sólida dirección de Rodolfo Barráez, ofreció un sugerente concierto en un Auditorio que presentó una atractiva puesta en escena

La OSPA, durante su concierto de ayer en el Auditorio. | Miki López

La música resucita los muertos y en la noche de difuntos sinfónicos, la Orquesta Sinfónica del Principado (OSPA) no necesitó “jalogüín” ni samaín para iluminar de magia el camposanto de Rafael Beca, ese Auditorio Príncipe Felipe que acogió ayer el concierto. En una jornada muy musical, en la Catedral celebraban los vivos, mientras los pecadores disfrutaban los resucitados de ese completo programa propuesto por la OSPA.

A falta de un aprendiz de brujo, el venezolano Rodolfo Barráez, que dirigió a la orquesta sin libros de conjuros, sacó esqueletos franceses que irían engordando según avanzaba la noche y desde butacas cual lápidas emergió Mefisto del verrugoso converso Liszt. El mundo terrenal de una orquesta ya con músculo tras un cazador, el furtivo de Weber, que erró el festejo pero no el tiro (para 2022 se habría de proponer un Tenorio musical).

Este concierto de “Noche de difuntos”, como lo tituló la orquesta, avanzaba a todo trapo, con el músico embelesado y atento a cada nueva propuesta planteada desde un escenario tan atractivo como inquietante. El Monte Pelado del ruso Mussorgsky escupió lava orquestal cual La Palma carbayona y nunca Falla el fuego purificador final, lento para no quemar e iluminar.

La luz y la escena hicieron que lo mágico resultase y resaltase estos muertos vivientes: excelente trabajo de Alejandro Carantoña en la escena con Rubén Rayán “Merlín” de la iluminación, Vicente V. Banciella diseñando la escenografía más el vestuario de Isabel Hargoues, con Barráez conde de Walpurgis espoleando a unos músicos disfrazados pero concentrados, a la espera de titular, que siguen brillando incluso en noches como ésta.

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