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El “caso Clarín”, la condena de una ciudad a su obra maestra

Ricardo Labra disecciona en su nuevo libro el trauma de Oviedo con “La Regenta” y el borrado que sufrieron su autor, su familia y su memoria, que llega hasta nuestros días

Ricardo Labra, ayer, con su libro, junto a la trasera del monumento a Clarín. | Irma Collín

Dice Ricardo Labra que contemplando el monumento a Clarín en el Campo, proyecto de Álvarez-Laviada con busto de Víctor Hevia inaugurado en 1931, destrozado con mazas en la última semana de febrero de 1937 y reinaugurado en 1968, entendió que estaba ante la piedra Rosetta que contenía y explicaba todo el drama y los traumas que la recepción de “La Regenta” había causado en la ciudad y esta, a su vez, en la memoria de su autor. En “El caso Alas ‘Clarín’. La memoria y el canon literario” (Luna de Abajo) lo cuenta el escritor langreano con esmero, detalle, un enfoque que suma historia, filología y antropología y nuevos y sorprendentes datos que arrojan más luz sobre una herida que sigue, en parte, abierta 136 años después.

Hoy ninguna placa recuerda que en Uría 34 se escribió una de las obras maestras de la literatura universal, como señala su bisnieto, Leopoldo Tolivar, en un revelador epílogo. Ana Ozores ha sido literariamente “blanqueada” para convertirse en dama de época ante la que hacerse fotos. Y la réplica del busto de Clarín que preside el acceso al primer piso del edificio departamental del campus del Milán lo hace, como ha descubierto Labra, en unas escaleras de mármol que fueron un regalo del obispo de Oviedo al antiguo seminario pagado del bolsillo de fray Ramón Martínez Vigil, el mismo que inició la condena a “La Regenta” con una pastoral del 25 de abril de 1885 en la que calificaba a Clarín como “salteador de honras ajenas”. “La realidad supera la ficción”, concluye Ricardo Labra, ante la trágica ironía de las escaleras del Milán y el busto del escritor, tras el cual se alza un imponente mural de Sanjurjo, donde él ahora ve también representado, como en el monumento del Campo, todo la sombra trágica de Vetusta y su creador.

La afrenta, el pecado y la venganza empezaron muy pronto, tal como rastrea Labra. La diatriba de Martínez Vigil, en la que se acusaba a Clarín de haber regalado el primer libro de su novela entre sus estudiantes de la Facultad, habla ya de “un libro saturado de erotismo, de escarnio a las prácticas cristianas y de alusiones injuriosas a respetabilísimas personas”. La respuesta de los compañeros del escritor salva la acusación principal del regalo, negando el hecho, pero obvia el “meollo”, “sin valorar los contenidos morales o los valores literarios de la novela”.

Ese silencio, ese “velo funcional” que “los grupos dominantes de la ciudad extienden sobre el autor y su obra principal” seguirá en aumento. “La larga noche que veló la obra de Clarín comenzó a desencadenarse en Oviedo a los pocos días de su entierro”, explica Labra. En esos días, cuenta, sí hubo alabanzas y homenajes, pero ya “La Regenta” “pasa sotto voce”. Habían pasado solo siete años cuando otro acontecimiento vuelve a evidenciar los problemas que la ciudad arrastraba ante la visión de “su retrato en daguerrotipo”, su conversión en “obra de arte”, una “Regenta” que aquí se leyó como “novela en clave”, tratando de identificar a todos los personajes con su trasunto real. Quizá, precisamente, porque el rector Fermín Canella, pese a pertenecer al mismo “grupo de Oviedo” que Alas, se miraba en la caricatura del erudito de Vetusta, Saturnino Bermúdez, o porque sabía la incomodidad que el recuerdo de Clarín provocaba en la sociedad ovetense, el 21 de septiembre de 1908, en los fastos del III Centenario de la Universidad de Oviedo, en el acto central donde se inauguraba la estatua sedente de Valdés Salas, se abstuvo de mencionar el nombre del insigne catedrático y novelista. El olvido de Clarín fue aún más significativo cuando en medio del silencio protocolario del patio del edificio histórico, y nada más descubrirse la estatua, alguien gritó: “¡Viva Clarín!”, y el público “sin birrete y sin sombrero”, matiza Labra, coreó la proclama. “Pero el acto siguió como si nada, el vuelo de una golondrina no hace primavera”, concluye.

La anécdota de Canella dolió a Leopoldo Tolivar, que también lleva ese apellido, tal y como cuenta en su epílogo. Y es que Ricardo Labra también supo, mientras escribía su ensayo, que aunque tenía que “poner todo negro sobre blanco” también tenía que “ser cuidadoso” con los nombres y las personas involucradas.

En el libro, apadrinado por el hispanista Jean-François Botrel, profundiza en los trágicos sucesos que seguirían a este primer silencio incómodo y establece una nueva cronología. No fusilaron al hijo de Clarín, al rector Alas, después de haber ultrajado el monumento dedicado a la memoria de su padre, como se suponía, sino que fue al revés. Labra ha identificado un artículo de Juan Antonio Cabezas publicado en el “Avance” de Gijón el 6 de mayo de 1937 en el que se explica que “en los días de febrero último, después del cobarde fusilamiento de Leopoldo Alas, una falange, horda mejor, de señoritos, se dedicaron a la cultural tarea de destrozar el monumento a Clarín”. “Primero lo borraron en carne y luego lo borraron en piedra”, resume Labra. “Fue otra forma de ajusticiamiento póstumo, una damnatio memoriae sumida en un ritual atroz y bufo”.

Al monumento a Clarín le pusieron una cabeza de burro y luego lo destrozaron. La otra afrenta llegaría unos años más tarde, cuando el alcalde Alonso de Nora le encargó a Víctor Hevia que tallara de nuevo el busto en 1953. Labra ha buceado en el expediente municipal de esta reposición, que culminó en 1968. “El dilema del Ayuntamiento era tremendo”, resume Labra. “Por una parte, Clarín resultaba muy incómodo, pero por otra, si no lo restablecían, se declaraban partícipes de aquel hecho tan espantoso de su destrucción”. El Ayuntamiento mareó el expediente mientras el busto esperaba en el despacho del alcalde, trataron de dárselo a la Universidad y ponerlo en otro lugar, de colar su inauguración junto a los homenajes a otros escritores y solo una orden que “vino desde arriba”, la Dirección General de Información y Turismo, hizo que finalmente Clarín volviera al Campo. Eso sí, el relieve trasero del monumento original, una alegoría de Álvarez-Laviada que representaba a “La Verdad desprovista de toda Hipocresía” bajo la forma de una mujer semidesnuda y que ya había provocado en su momento la indignación del Oviedo biempensante, no se recuperó. Considera Ricardo Labra que encargar a un autor una recreación de esa coda a Clarín de Álvarez-Laviada, a su espíritu reformador y secular, e instalarla en el monumento sería, ahora, una forma de acabar con esa relación tóxica entre la ciudad y el más ilustre de sus escritores. Una ciudad que sigue condenada a reflejarse en la novela. La nieta del escritor, Cristina Alas, replicaba cuando le insistían en que Oviedo no era Vetusta: “No, Oviedo fue mucho peor que Vetusta, quién le iba a decir a él lo que hicieron con su hijo”. Labra lo cita en su libro y confirma que esa relación tóxica ha sido una especie de condena: “La ciudad, en su intento de escapar de la Vetusta de la novela, lo que ha hecho es atraparse más en ella”.

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