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Un coro celestial para despedir a Paquirri Buylla

El funeral por el presidente de honor de la Capilla Polifónica y la OFIL dejó un hermoso concierto de sus colegas con la colaboración de la soprano Beatriz Díaz

Interior de San Isidoro en el funeral de Paquirri Álvarez-Buylla, con la familia en los primeros bancos, la Polifónica al fondo y las cenizas del difunto a la derecha. | | LUISMA MURIAS

La música y la amistad, las dos fuerzas que posiblemente guiaron con mayor ímpetu a Francisco González Álvarez-Buylla, Paquirri, en sus 86 años, estuvieron también presentes ayer en su funeral, en la iglesia de San Isidoro el Real, en la plaza del Ayuntamiento. En el interior del templo sonaron algunas de las composiciones más hermosas del repertorio fúnebre. En el exterior, acabada la ceremonia, a los grupos de amigos, primos, colegas de los coros, parecía que se les hacía difícil decirse adiós, alargando la despedida con tertulia en esa plaza por la que Paquirri tantas veces tuvo que ir y venir para despachar con el Ayuntamiento, fuera para asegurar una ayuda, agilizar la firma de un convenio o desatascar una programación.

A la larga familia Álvarez-Buylla se sumó la familia musical de Paquirri, y no solo su querida Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo”, en la que cantó desde 1970 y que presidió durante treinta años. Gente de otros coros, músicos y colaboradores habituales quisieron cantar en el funeral de Paquirri Buylla, con un repertorio seleccionado por ellos y la familia y guiado por los gustos personales del que todavía era el director honorífico de la Polifónica.

El motete de Ludovico Viana “In monte Oliveti”, con la dirección de José Manuel San Emeterio y Marcos Suárez como organista, fue lo primero que sonó en un templo abarrotado. El párroco, José Luis Alonso Tuñón, ofició y habló del amigo.

La noticia de su muerte le llegó diferida y en cierta forma inesperada. Avisaron al templo para avisar del fallecimiento, él no estaba y dejaron una nota. Leyó: “Francisco González Álvarez-Buylla” y pensó en algún miembro de esa familia tan numerosa. Luego, algo barruntó, regresó al papel, leyó de nuevo aquel “Francisco” y se dijo: “¡Paquirri!”.

El párroco de San Isidoro expresó la gratitud por todo el trabajo de Paquirri en la ciudad: “Cuando se va alguien que ha hecho tanto por la sociedad, uno se pregunta si habrá alguien que tome su antorcha, alguien que siga preocupándose por estas cosas”

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La primera vez que se conocieron, los dos se acordaban bien, fue en los años setenta. Tuñón estaba en Pola de Siero, vinculado a cuestiones musicales. Paquirri estaba ya en la Polifónica, pero le llamó por otra cuestión distinta y lo primero que le dijo, al descolgar el teléfono, fue: “Soy Francisco González Álvarez-Buylla, pero todos me llaman Paquirri”. Esa primera conversación, dijo Alonso Tuñón, les quedó grabada a ambos, y siempre que se encontraban, durante los siguiente cincuenta años, recordaban, de una u otra forma aquel primer encuentro. Tan grabado, dijo el párroco de San Isidoro, como esas “cuatro de la tarde” en que los discípulos recordaban haberse encontrado con Jesús en el Evangelio de Juan.

La homilía del párroco de San Isidoro habló de la pena y de la vida eterna, pero también de la gratitud por todo el trabajo realizado por Paquirri en esta ciudad. “Sucede cuando se muere gente destacada, que ha hecho tanto por la sociedad, que uno se pregunta si habrá alguien que tome su antorcha, alguien que siga preocupándose por estas cosas”. Fue una especie de invitación a la comunidad para que la llama de Paquirri no se apague nunca.

El “Wenn ich einmal soll scheiden”, la coral de la “Pasión según San Mateo” de Bach, sonó en el templo casi como una respuesta a aquella petición del párroco. Voces hermosas en honor a uno de los grandes benefactores de la música en la ciudad. Lo mismo que la soprano Beatriz Díaz, que regaló a la ceremonia el “Pie Jesu” del “Réquiem” de Fauré.

En los bancos de la iglesia, otras familias musicales de Paquirri Buylla certificaban que la llama musical no se apagará con él. Allí estaban las mujeres de la Fundación Musical Ciudad de Oviedo, que sostiene a la Orquesta Oviedo Filarmonía y a la banda municipal y que él presidió desde su fundación hasta 2020: su presidenta, Pilar Rubiera; su vicepresidenta, María Ablanedo, y su gerente, María Riera. También estuvo el director artístico y responsable de los ciclos musicales del Auditorio, Cosme Marina. Y el presidente de la Ópera de Oviedo, Juan Carlos Rodríguez-Ovejero.

Por la parte del actual equipo de gobierno acudió al funeral José Ramón Pando, asesor de Alcaldía; funcionarios jubilados, como Eugenio Corpas y Pablo Piquero, y dos exconcejales del Ayuntamiento de Oviedo de muy distinto signo pero parecida jovialidad, Alfonso Román y Roberto Sánchez Ramos, “Rivi”.

Esos grupos, junto con los de las largas sagas familiares entretejidas con las familias Álvarez-Buylla, Cores o Tartiere, fueron los que alargaron la segunda parte del funeral. La plaza eran nutridos grupos de amigos, palmadas en la espalda, el tono afable que dejó Paquirri Buylla entre los suyos, tristes por su pérdida pero animados en estar todavía juntos recordándolo y con la misma actitud vital que mantuvo durante toda su vida.

En la parte final de la ceremonia, en el regalo musical que los miembros de la Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” y amigos aportaron para despedir a su presidente, todavía hubo más. El “Santo” (“Heilig”) de la misa de Schubert, primero. Y después, durante la eucaristía, la “Lacrimosa” del “Réquiem” de Mozart, emocionante al elevarse por las paredes del templo, con las cenizas del difunto delante del altar.

Sus restos, después de que sonara un clásico del repertorio coral litúrgico como fue “Locus iste”, de Bruckner, fueron bendecidos con el agua bendita y perfumados con el incienso. Después serían depositados por la familia en el panteón familiar del cementerio del Salvador.

Todavía, para despedirse, sonó el himno de la Santina, una última canción para Paquirri. Una despedida llena de música y de amistad.

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