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Muñoz Molina: “Al escribir siempre necesité que sucediera algo que no podía controlar”

El novelista, invitado por la Cátedra Alarcos, teje un ensayo biográfico sobre el azar en el arte en un Aula Magna que se quedó pequeña para escucharlo

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EN IMÁGENES: Muñoz Molina en la Cátedra Alarcos en Oviedo Valentina Ciuca

Antonio Muñoz Molina habló ayer en Oviedo de literatura universal, de jazz, de música clásica, de pintura, de viajes y de su propia obra. Llenó el Aula Magna de la Universidad y allí fue a escucharlo hasta su compadre Luis García Montero, en Oviedo como miembro del jurado de los premios “Princesa de Asturias”. Su conferencia, invitado por la Cátedra Emilio Alarcos dentro de los actos del centenario del lingüista, “La invención y el azar”, fue como un buen concierto en el que el académico profundizó en esa idea “tan denostada” de la inspiración, en el azar como desencadenante del proceso creativo y en la diversidad de mitos que sobre el desempeño de los escritores hay. “Al cabo de 40 años”, confesó, “no sé cuántas horas habré dedicado a este oficio, con paciencia, a veces con alegría, otras con tristeza, con incredulidad, con dudas tóxicas sobre el valor de lo que escribía, pero siempre he necesitado que sucediera lo que no podía controlar”.

Muñoz Molina, al que presentó el catedrático Emilio Martínez Mata, repasó su biografía de escritor, jalonada de esos momentos inesperados. Superadas las noches de insomnio y la angustia creciente del temor a la página en blanco cuando se estrenó como columnista en un periódico de Granada con 26 años, una vez que fue advirtiendo que “la experiencia facilitaba la tarea”, trataba de enlazar unos borradores escritos unos años atrás sobre unas historias de la Guerra Civil y no lo lograba. Leía lo que escribía Vargas Llosa sobre Flaubert y esa “celebración del heroísmo” del escritor y se preguntaba si quizá no lograba encajar aquella novela “por falta de verdadera entrega”. “¡Cómo iba a retirarme a escribir como Flaubert!”, ironizaba ayer Muñoz Molina, “entre el trabajo de la oficina, mi primer hijo, quizá no era lo bastante escritor”. Todo cambió cuando en “un golpe de azar”, en la cama, al despertar, vio en su imaginación “la primera frase de la novela y quién la diría”. “Cuando supe quién contaba la historia”, desveló, “todos los episodios empezaron a encajar como moléculas”. El escritor citó en ese punto algunos ejemplos clásicos: el acorde que soñó Wagner sobre el que escribió “El anillo del nibelungo”, el “Kubla Khan” de Coleridge o la melodía de “Yesterday” en el despertar de Paul McCartney. No todo, claro, es solo azar, y el escritor explicó que hoy, gracias a la neurociencia, “sabemos que la mayoría de esos procesos mentales se producen al margen de la consciencia”.

Muñoz Molina trazó un paralelismo entre esos hallazgos y el niño que fue, mirando siempre al suelo esperando encontrarse algo en el suelo. Él pensaba que podía mejorar en su oficio. Otros escritores se jactan de su solvencia. Pero eso también es complicado. “Es más peligroso saber mucho, del virtuosismo al amaneramiento hay un paso”, resumió. Y en ese riesgo de “saber demasiado”, incluso de “ser demasiado inteligente”, coincidió con Flannery O’Connor en que “hay que ser un poco tonto para escribir novelas”. Y le puso otras palabras: “Es como fijar la mirada del miope, como la mirada del principiante que enseña el maestro zen, porque el que sabe todo no deja espacio a la incertidumbre”.

El novelista dice que ha sentido, con los años, “un aprendizaje al revés”. Y de nuevo contó otro momento especial en el que se le habían malogrado tres novelas y en un momento de “ebriedad” descubrió el vínculo y que eran tres partes necesarias de su próximo libro, “El jinete polaco”.

Con todo, hay formas de escribir arrebatadas y destiladas en años. A Muñoz Molina le valen los cinco de los que salió “Madame Bovary” o los pocos meses, sin mesa donde sentarse a escribir, de pensión en pensión, en los que, con 27 años, Joyce escribió “Los muertos”. En su caso, y ese fue el final de la conferencia, hace un par de años, otro golpe de azar, un ordenador roto, y una frase surgida frente al Tajo mientras salía a correr le obligaron a empezar a escribir en un cuaderno una novela que no aparecía en sus planes, “Tus pasos en la escalera”. Ya lo decía Borges: “Hay que abrir las compuertas de la imaginación”.

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