El concejo, parroquia a parroquia

San Claudio, el pueblo que tuvo en la loza su plato fuerte

En los años setenta del siglo pasado la popular fábrica de vajillas llegó a dar empleo a unas seiscientas personas y a producir alrededor de 10.000 piezas al día: "Cuando sonaba el pitu se ponía todo a reventar"

Miguel Ángel Fernández Álvarez, más conocido como Miguel Pachicón, en la iglesia de Santa María, en San Claudio. | Miki López

Miguel Ángel Fernández Álvarez, más conocido como Miguel Pachicón, en la iglesia de Santa María, en San Claudio. | Miki López / Félix Vallina

El fichaje de Miguel Ángel Fernández Álvarez por el Real Oviedo no se plasmó en una servilleta, como en el caso de Messi con el Barcelona, pero se cerró casi con la misma premura que el del astro argentino. Miguel el de Pachicón, como es conocido en San Claudio, fue la estrella del torneo alevín que organizaba cada septiembre la Sociedad Ovetense de Festejos en la Plaza de España y el club azul no podía dejar pasar la oportunidad de fichar a aquel niño rubio que volvía locos a los contrarios con sus regates, su elegancia y sus goles. Antes de que terminase el torneo, para que otros equipos no se adelantasen, el Oviedo ya había amarrado a la perla de San Claudio. "Tenía ocho o nueve años. Me llevaron a las oficinas que tenía el club en la calle Marqués de Santa Cruz, que estaban muy cerca de la Plaza de España, y allí me comprometí con el club. Empecé siendo un guaje y llegué al primer equipo con Nando Yosu de míster después de haber pasado por todas las categorías", explica Miguel, que hoy tiene 64 años y una larga carrera como futbolista y entrenador.

Lo de Pachicón le viene a Miguel de familia, concretamente de la de su padre, que era del Escamplero. "Se llamaba José Fernández Villar, pero todo el mundo lo conocía por el mote. Cuando se casó con mi madre, que también era de Las Regueras y se llamaba Jovita Álvarez, vinieron para San Claudio y abrieron el Bar Pachicón, que estaba en mitad del pueblo", señala Miguel, que creció entre platos de fabada y clientes que eran como de su familia. "Mi madre cocinaba muy bien todo tipo de comida casera, pero especialmente les fabes, los callos y las manos de cerdo. Venía mucha gente de Oviedo y de otros sitios a comer, pero había gente que era fija. Cuando llegaba del colegio sabía las personas que iba a haber en el bar y en que sitio iba a estar cada uno", explica Pachicón, que es el pequeño de cuatro hermanos. Por aquel entonces, con las industrias de la zona en plena efervescencia, San Claudio vivía una época de esplendor y los chigres eran un hervidero. "Dábamos entre setenta y ochenta comidas diarias. Había gente a todas las horas del día, se podía cantar y los paisanos jugaban la partida. Era un bar de los de antes. Allí viví tiempos maravillosos y todavía sigo echándolo de menos".

El pueblo que tuvo en la loza su plato fuerte

El centro de la localidad / Miki López

En los años sesenta y setenta del siglo pasado la fábrica de loza daba empleo a unas seiscientas personas y producía unas 10.000 piezas diarias, en Fuente Trubia había alrededor de trescientos obreros, cerámica de San Claudio contaba con otro centenar de empleados… "Cuando tocaba el pitu de las fábricas y salían los trabajadores San Claudio se ponía a reventar. Había mucha vida y los bares se llenaban", recuerda Miguel. Los chigres estaban a tope y por eso había tantos. Además del Pachicón estaban, entre otros muchos, el bar-tienda La Viña, Casa Fila, Gamonal, Casa Claudio, Cosme, Casa Lidia, Luti, Las Palmeras, Casa Quico, Casa Tiriqui, La Manduca o el bar de Avelino, que tenía bolera y llegó a contar con una sala de baile. "Después de unos años mis padres cogieron el bar de la Casa Sindical (en el actual centro social de la localidad) y llevaban los dos negocios a la vez. Los dos murieron muy jóvenes y dos de mis hermanas siguieron con el negocio durante unos años, hasta que se acabó. Nuestra familia siempre ha querido mucho a San Claudio y pienso que nosotros también somos queridos por la gente del pueblo. Y eso es muy bonito", dice Miguel Pachicón. María Serafina García, más conocida como Fina, que tuvo una panadería "enfrente de la Telefónica" y es de San Claudio "de toda la vida", se une a la conversación y corrobora lo que dice Miguel. "Jovita, tu madre, era la número uno", le dice después de confundirle inicialmente con su primo, que "era un trasto" cuando eran pequeños.

El pueblo que tuvo en la loza su plato fuerte

Un trabajador, en uno de los espacios verdes de San Claudio / Miki López

Pero Miguel no era el primo travieso. No daba guerra en casa y sus padres no tenían queja de su comportamiento en la antigua escuela de San Claudio, donde asistió hasta que se trasladó a los Dominicos de Oviedo. Si alguna vez le caía la bronca era porque se le había ido el santo al cielo jugando al fútbol con sus amigos en el "prau del ondulao", que también tenía una charca con ranas, o en la pista del Cine Mary, donde los chavales iban todos los fines de semana "echaran la película que echaran". Por el verano también se bañaban en el Río Nora, en La Bolguina, montaban en bicicleta y estaban por la calle "hasta por la noche", disfrutando a tope de la libertad que tienen los niños en los pueblos. La pasión por el fútbol también se manifestó muy pronto y Miguel comenzó a jugar en el San Claudio cuando sólo tenía ocho años, con Nacho el de Frutinos como entrenador. "Estuve hasta los veinte años en el Oviedo. El año que subí al primer equipo había una norma que obligaba a todos los entrenadores a incluir a dos futbolistas sub-20 en el once titular y yo tenía muchas posibilidades de ser uno de ellos, pero esa norma cambió y aquello me perjudicó mucho. Empezaron a contabilizar como sub-20 sólo a los nacidos a partir de julio y yo soy de febrero", explica Miguel Pachicón. "Estábamos concentrados en Villamanín (León), concretamente en el hostal Santa Rosa, no se me olvida. Después de eso me fui cedido al Langreo de Segunda B, donde estuve tres años. Me quiso fichar el España de México y también estuvo a punto de repescarme el Oviedo, pero a México no me decidí a ir y una lesión a destiempo truncó la vuelta al Oviedo. Es fútbol es así", afirma.

El pueblo que tuvo en la loza su plato fuerte

María Serafina García, «Fina», cerca de la iglesia / Miki López

Miguel Pachicón pasó por muchos equipos como futbolista. Estuvo en la Balompédica Linense, en el Caudal, en el Avilés, en la Cultural Leonesa, en el Lenense, en el Langreo y en el Siero. Colgó las botas con sólo 29 años, pero lo hizo para sentarse en los banquillos. "Ya sabía que quería ser entrenador desde que era pequeño", asegura Miguel. En su faceta de míster, Pachicón consiguió muchos éxitos. Entre otras cosas, logró liderar el primer ascenso del Astur a Tercera División, subir al Pumarín desde Primera Regional a Tercera y capitanear equipos como el Rosal, el Urraca, el Lenense o el Langreo, pero uno de sus mejores recuerdos es aquel histórico ascenso a Liga Nacional con el juvenil del San Claudio, un equipo que también consiguió ganar el Torneo de Barrios. "Aquel día estaba el campo de La Vallina a reventar –por el actual José Ramón Suárez– la gente se volvió loca. Fue un logro muy grande para San Claudio", sostiene Pachicón.

El pueblo que tuvo en la loza su plato fuerte

El barrio de La Barrosa, uno de los muchos de la parroquia / Miki López

Aquel temporadón con el juvenil del pueblo fue una de las claves para que Miguel Pachicón recibiese el "Xunín 2008", un galardón ligado a las populares fiestas de Xuno que premia a aquellas personas o entidades que hayan hecho algo significativo en San Claudio. Los 16 años que estuvo al frente de la publicación "Cuatro Caminos", una revista anual con entrevistas y reportajes de la parroquia, también sumaron. "El encargado de la redacción del libro era Pepe el de Lidia, que tiene 92 años y sigue siendo un fenómeno. Ese señor fue el fundador del Grupo de Montaña San Claudio y tiene un montón de fotografías y documentos sobre la historia de San Claudio", dice Miguel, que le tiene mucho cariño.

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Viviendas de reciente construcción en San Claudio / Miki López

La odisea burocrática a la que se enfrentan los pueblos de Oviedo para organizar sus fiestas y los gastos derivados de las exigencias de las administraciones para este tipo de citas provocaron este año la anulación de las fiestas de San Claudio, unas celebraciones con mucha historia que se organizan en honor a San Roque en torno al 15 de agosto. "Cuando yo era un chaval no se podía caminar por el prau de la fiesta de toda la gente que había. Eran cinco días de fiestas intensos con las mejores orquestas de la época y un ambiente tremendo. Se hacían en el prau de Tilano o en el de La Viña", recuerda Pachicón.

Con los años y la desaparición del tejido industrial, San Claudio ha cambiado mucho en todos los aspectos. Algunos vecinos aseguran que es "una ciudad dormitorio de Oviedo" en la que las relaciones entre los vecinos ya no son lo que eran. "Hay gente con la que te cruzas a diario, que llevan años viviendo en el pueblo y que ni te saludan. Eso antes no pasaba, San Claudio era como una gran familia y todos éramos una piña", asegura Fina, que deja ese último mensaje antes de seguir camino a su casa. Miguel Pachicón no tiene ese problema, a él todo el mundo le saluda en San Claudio. Cada diez metros se para a charlar con algún vecino. "Esta es mi casa y esta es mi gente", asegura.

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La parroquia de San Claudio tiene una superficie de 7,8 kilómetros cuadrados y cuenta con un total de 2.644 habitantes, según los últimos registros de la Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales, que datan del año 2022. Es la más poblada de Oviedo después del núcleo urbano, que también es parroquia. La industria siempre ha tenido mucho peso en la parroquia y si hay que destacar alguna de ellas sería sin dudarlo la fábrica de loza. Fue fundada en el año 1901 por Senén Ceñal y después de la Primera Guerra Mundial pasó a manos de José Fuente. En esta época la fábrica empezó a utilizar arcilla inglesa como materia prima y la técnica de calcomanía bajo esmalte, que fue pionera en España. En el año 2007 la situación económica de la empresa ya era crítica y se presentó un plan de viabilidad que supuso el despido de la mayoría de sus trabajadores. El cierre definitivo de la empresa se produjo el 30 de abril de 2009, dejando atrás 108 años de historia. La actual iglesia de Santa María de San Claudio llegó a ser incendiada en julio de 1936 y posteriormente reducida a escombros.

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