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La columna del lector

Alberto

¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande / que no eres sino Idea; es muy angosta / la realidad por mucho que se expande. // Para abarcarte. Sufro yo a tu costa, / Dios no existente, pues si Tú existieras / Existiría yo también de veras.

Qué difícil es escribir cuando el dolor emocional embarga y atenaza mente y mano.

Quienes tuvimos el honor de ser tus compañeros de viaje en este hermoso afán que es la Protectora de la Balesquida, hoy nos sentimos ayunos de tu reflexiva palabra, convertida siempre en acción práctica a mayor gloria del genuino espíritu por el que nació esta Protectora.

Puedes estar seguro que D. Ramón Prieto Pazos, D. José A. Buylla, D. Alfonso Muñoz de Diego, D. Aurelio Ruiz y D. Ricardo Casielles están muy orgullosos de tu impagable esfuerzo y aportación porque has seguido fielmente sus pasos de mantenimiento y conservación, no solo en lo que se refiere a folclore y liturgia, que también, sino en lo que es verdadero alimento para el espíritu del hombre, del ciudadano, como es la Cultura, la Tradición, la preocupación constante por los problemas cotidianos.

Una característica que aportaste siempre a tu entorno era tu carácter reflexivo, fácil para ti porque que te criaste en el ambiente propicio.

Cuántas veces te hemos visto en la trastienda de Santa Teresa hablando y reflexionado ensimismado con los libros, o mejor con sus autores.

Es por eso, y perdónanos por ello, querido amigo, que hayamos comenzado el presente escrito con ese poema de D. Miguel... Podría ser del otro D. Miguel, el manco, o por seguir con la lista de homónimos, de D. Miguel, el de la escopeta, o de tantos y tantos otros con los que hablabas y reflexionabas.

Pero si la reflexión fue siempre tu arma interior, no podemos dejar de hablar de tu característica externa, la eterna sonrisa, o por mejor decir, tu eterna media sonrisa, que obligaba a tus interlocutores a saber interpretarla, porque podría ser de satisfacción, aprobatoria, sarcástica, de ánimo, escéptica, incluso de enfado... Pero siempre colaboradora.

Son muchas las realidades que has dejado en esta Casa, como contribución a la Sociedad por la que tanto has luchado y te has involucrado. Pero déjanos que mencionemos tan solo dos:

- El Boletín anual para el que año tras año conseguías artículos de las más prestigiosas plumas de la Literatura, de la Historia, de la Ciencia, de la Tradición y de tantas y tantas ramas del saber, con lo que has logrado que sea un manual de referencia.

- La segunda obra nacida de tu mano es la Pinacoteca y esculturas que, si bien es patrimonio de esta Sociedad Protectora, su contemplación está a disposición de los ciudadanos.

Llenar el hueco que dejas, querido amigo, en todas las facetas, pero en particular en la de la Cultura es dura carga que solo podremos sacar adelante con el recuerdo de tu ejemplo.

¿Recuerdas, Alberto, cuántas reuniones y proyectos hemos tenido para celebrar por todo lo alto el 90.º aniversario de esta Sociedad? Pues bien, en este aciago año ninguno de aquellos grandes proyectos pudo llevarse a cabo.

Tristemente para todos nosotros este año será recordado como el año en que tú, andarín donde los haya, emprendiste el último Camino que te quedaba por recorrer.

A propósito, queremos terminar como tú lo haces en uno de tus múltiples libros sobre el Camino:

“No existe mayor riqueza, piensa el peregrino, que entrar por la Puerta Santa y salir por el Pórtico de la Gloria, ¡cuando en la soledad de su escritorio se sienta ante las cuartillas en blanco para rememorar el trayecto. ¡Buen Camino!”... y gracias por todo, Alberto.

Esta es una emocionada despedida de la Junta de Gobierno de la Sociedad Protectora de La Balesquida.

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