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Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

La manzana perdida

Sobre la propuesta de coordinar los tres grandes centros museísticos de la ciudad

A mediados de los noventa casi me podía considerar un vecino más del Oviedo Antiguo. Estaba matriculado en la Escuela de turismo, que tenía su sede en la plaza de la Catedral. Pero no quiero engañar a nadie: mis estadísticas de asistencia a clase eran más que mediocres, al igual que mis notas. Siempre me surgía otro plan mejor, más apetecible.

Las serpenteantes calles del casco histórico, muy poco frecuentado por mis mayores (lo que evitaba encuentros incómodos) se convirtieron entonces mi hábitat secreto. Mañanas enteras metido en aquella tiendita de vinilos de la calle Padre Suárez. Tardes de larguísimas tertulias no siempre intelectuales en el piso de arriba del JL tomando cafés. Poesías en la Plaza del Sol, besos en el Paraguas. Noches interminables que no precisan de más explicación. Bohemia y muchas horas perdidas, o aprovechadas de manera poco ortodoxa. Bendita juventud, con todo por delante.

Me sentía un privilegiado y sin duda lo era. Un reyezuelo dentro de la verdadera Vetusta. El germen primigenio de la ciudad era mi reino. Mientras el Oviedo real había dado la espalda a sus orígenes por otros barrios más nuevos y más cómodos yo soñaba con esas buhardillas. Con despertarme con las ventanas abiertas escuchando el barullo del Fontán en un día de mercado.

Me he acordado de todo esto a cuenta del tema ese de la Manzana de los Museos. Es una de esas ideas que vuelven de vez en cuando porque tienen mucho de sentido común.

Si la ciudad toma el camino del turismo cultural, que parece lo más razonable dada la amplia oferta ya existente, coordinar los espacios culturales sería lo más sensato. Tenemos con muy pocos metros de distancia el Museo de Bellas Artes, el Arqueológico, el de la Iglesia, la Cámara Santa. Buscar una gestión conjunta de actividades serviría como impulso de todos ellos, como se ha demostrado en las Noches Blancas.

Sin embargo, la realidad es muy otra. La idea muere ahogada una y otra vez por cuestiones de burocracia. La gestión independiente de cada una de ellas depende de distintas administraciones, provinciales, locales y espirituales. No digo que no haya voluntad de entendimiento, lo que seguro que no hay es el entendimiento en sí mismo.

Si en mis tiempos jóvenes me parecía una virtud la privacidad que me daba el Antiguo, hoy me preocupa que se viva de espaldas a este barrio. Es sorprendente que no esté incorporado a nuestras rutinas. A veces da la sensación que sólo sirve para salir de copas.

Pienso en tantas ciudades, que no son tan distintas a nosotros, donde sus cascos históricos son tan importantes. León, Zaragoza, Salamanca, Vigo, Bilbao. Urbes donde encuentras comercio, servicios, alojamientos turísticos, vida. Y también ocio, claro. En Oviedo la sensación es claramente de abandono. Tantos edificios vacíos. Maltratados.

No es tan difícil pensar a lo grande, como no lo es encontrar entendimiento entre los que se quieren entender. No es sólo cuestión de pensar en dinamizar los museos. Se pueden extender los espacios a otros que surgen, y pienso ahora en La Fábrica de Gas. Se pueden habilitar servicios administrativos, lo que devolvería el tránsito local. Se pueden incorporar iniciativas privadas como ha sido el exitoso MUFA. Sobre todo, se puede presumir de ciudad, que bien lo vale. Pero para eso, insisto, hay que entenderse

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