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Carlos Fernández Llaneza

Francisco de la Riva y Oviedo

Los secretos que esconde la Catedral

Nunca sobra una mirada sobre nuestra Catedral de El Salvador; máxime en este año en el que conmemoraremos el 1.200 aniversario de su consagración. Nuestra Catedral se me antoja como un inmenso mosaico compuesto de miles de teselas. Y en cada pieza una historia. Y cada tesela que cae en mis manos me brinda la oportunidad de aprender algo más. Hoy ese aprendizaje en el que me sumerjo y que comparto con ustedes tiene nombre propio: Francisco de la Riva Ladrón de Guevara. Un nombre más de los muchos que, tal vez, se hayan ido desdibujando por los renglones de la memoria. Y, de nuevo, acudo a la Real Academia de la Historia para saciar mi curiosidad sobre este personaje vinculado a nuestra ciudad y a nuestra Catedral y, probablemente, uno de los últimos grandes maestros transmieranos.

Ladrón de Guevara nació en la localidad cántabra de Galizano en marzo de 1686. Posiblemente se inició en el oficio en el taller familiar. Pero fue la influencia de su tío, el arquitecto, Francisco Alonso de la Riva, la que resultó determinante. Por medio de éste, y tras haber ejercido como fontanero en Valladolid y León, en 1713 obtuvo el contrato de la fontanería ovetense.

Seis años después lo abandona por desacuerdos con el regimiento de la ciudad que le exigía mayor dedicación a los encañados, aunque, al parecer, no eran tan diligentes con el pago de su salario. Paralelamente a su desempeño como fontanero y, con la ayuda de su tío, va desarrollándose como arquitecto y así, efectuó reformas en el Convento de San Francisco, Monasterio de San Pelayo o el trazado de la reconstrucción de la fortaleza ovetense. Tras abandonar su cargo municipal, logra buena parte de sus obras más significativas, como el Palacio del Marqués de Camposagrado, aunque sólo realizó cimientos y fachadas, o el Palacio del Duque del Parque o del Marqués de San Feliz, claro modelo de palacio urbano barroco.

Los últimos años de su vida profesional son los de su dedicación a la Catedral. Tras reconstruir parte de la torre gótica en 1730, notablemente afectada por un rayo, logra la confianza del Cabildo asumiendo la mayor parte de las reformas catedralicias beneficiadas por los recursos obtenidos con la recaudación del arbitrio sobre la sal concedido para la obra del campanario.

En 1731 construye la nueva gran escalera de acceso a la Cámara Santa desde el brazo meridional del crucero. Suyo es también el diseño de la nueva fachada de la Puerta de la Limosna. Ensancha la vieja sacristía, obra de Juan de Naveda, y abre el tránsito de Santa Bárbara. Asimismo, edificó el primer piso del claustro que actualmente acoge las instalaciones del Museo Diocesano. Vaya aquí una curiosidad: durante años, la función de este claustro alto fue su uso como desván. En él se encontraba, desde 1950, corroída por la carcoma, la sillería del coro de la nave central desmantelada por orden de Martínez Vigil en 1902 y que, tras su restauración en 1980, se halla, parcialmente, en la Sala Capitular.

Allí se almacenaban los tributos en especie que llegaban en carros procedentes de los distintos territorios de la archidiócesis y que, en ocasiones, se distribuían a los necesitados en la Puerta de la Limosna; pues bien, en 1982, al levantar el tillado para la adecuación de la planta como Museo Diocesano, se encontraron, bajo los magníficos tableros de castaño, multitud de panoyas de maíz, castañas, avellanas… testigos silentes de un tiempo remoto.

Aunque la limpieza no debió ser resolutoria. En más de una ocasión, en tiempos no muy lejanos, algún ratón ávido de saciarse con alguno de esos históricos frutos, hizo saltar las alarmas para susto de los responsables del museo.

Francisco de la Riva murió en 1741 en la posada de la Cruz, en la Cava Baja madrileña y sus restos fueron sepultados en la iglesia de San Millán.

Quede esta pieza más para intentar componer ese maravilloso mosaico que configura nuestra “Sancta Ovetensis” a la que tan bien definió Menéndez Pidal como “relicario de los Doce Apóstoles” y a la que nunca nos cansaremos de contemplar, admirar, disfrutar y vivir.

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