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Carlos Fernández Llaneza

El Campoamor, espíritu ovetense

El papel del coliseo ovetense en la historia de la ciudad

¡Qué fácil es destruir!

El Campoamor, espíritu ovetense

¡Qué difícil levantar!

¡Más, no sabiendo sentir!

(Fermín Canella)

Oviedo y la música siempre han ido de mano. Los ovetenses del XVII disfrutaban ya del teatro y de cierta actividad musical en el Corral de Comedias de El Fontán. La ópera no llegaría, con bastante probabilidad, hasta la segunda mitad del s. XVIII. Consta que en el Teatro Circo Santa Susana, en el mes de marzo de 1885, se representó una exitosa ópera con la participación del “Ruiseñor ovetense”, el tenor Lorenzo Abruñedo. Pero Oviedo necesitaba más. Quería un teatro al estilo de los coliseos europeos por lo que el Consistorio presidido por Longoria Carbajal se pone manos a la obra y en 1876 publica la convocatoria para la construcción del “Nuevo Teatro”. Sólo se presentan José López Salaberry y Siro Borrajo, con un proyecto inspirado en el Teatro de la Comedia de Madrid. Juan Miguel de la Guardia sugiere el emplazamiento en terrenos de la huerta del Convento de Santa Clara, junto al moderno mercado de El Progreso, además de dirigir la obra y aportar varias modificaciones. El 17 de septiembre de 1882, con “Los Hugonotes”, se levanta el telón del nuevo teatro. El nombre del poeta naviego, Campoamor, sería propuesto por el concejal Leopoldo Alas “Clarín” en la sesión municipal del 10 de mayo de 1890. Y como uno de los privilegios de esta ventana es poder viajar en el tiempo, vamos a hacerlo. Asomémonos a tres fechas relevantes en su historia. La primera el 17 de septiembre de 1892. Un redactor de “El Carbayón” nos pone en situación: “Imposible describir el aspecto que en la noche del sábado presentaba el Teatro Campoamor. Habíamos dicho que la inauguración sería un acontecimiento y lo fue en efecto. No hacemos hoy una reseña detallada de la función, ni mucho menos juicio crítico del desempeño que tuvo la grandiosa ópera de Meyerbeer; ni el espacio nos lo permite, ni el estado en que los artistas pisaron las tablas era apropiado para lucir todas sus facultades. Cantar ante un público desconocido, en un teatro nuevo, en que el verdadero derroche de oro y de luz hace que la sala se venga encima, según gráfica frase de uno de los artistas; sí podemos asegurar que el éxito fue admirable y que el poner ayer aquella obra en escena, con solo cuatro ensayos, revela en el maestro condiciones excepcionales. De la concurrencia ¡qué hemos de decir! Estaba allí lo más selecto de la sociedad asturiana. En uno de los palcos principales estaba D. Leandro de Campoamor, hermano del ilustre poeta, con su hija Guillermina y la Srta. de Gil. En el palco Municipal, el Alcalde de Oviedo, el de Gijón, concejales y el secretario; los regidores del Ayuntamiento de Madrid Sres. Méndez Vigo (D. Pedro) y Rubio (D. Federico). El público salió complacidísimo. El Alcalde, Sr. Secades, recibió numerosas felicitaciones con motivo de la inauguración del Teatro, pues sabido es, que a sus esfuerzos y constancia se debe el que al fin se haya inaugurado de tan brillante manera. Rogamos al Sr. Alcalde ordene que en las noches en que haya representación en el teatro, no se apaguen las farolas hasta que no se retiren a sus casas los espectadores”.

Vamos a otra fecha no tan agradable: 9 de octubre de 1934. Aurelio de Llano y Roza Ampudia, espectador privilegiado de aquellos días luctuosos, nos cuenta cómo, ante la ofensiva de los revolucionarios, las fuerzas resistentes se replegaron al Teatro Campoamor que no reunía buenas condiciones defensivas, por lo que el jefe del cuartel de Santa Clara ordenó su evacuación. Relata Aurelio de Llano: ”Desde el teatro Campoamor era fácil incendiar el cuartel de Santa Clara. El comandante militar de la Plaza contaba con que el cuartel de Santa Clara podía ser el último reducto de la defensa de la ciudad, puesto que el día siete indicó la posibilidad de replegarse del Gobierno Civil a este cuartel. Teniendo esto en cuenta, en Junta de jefes celebrada en el cuartel de Santa Clara, se acordó incendiar con gasolina el teatro Campoamor. Le pegaron fuego, y del espléndido edificio, uno de los más bonitos de España no quedaron más que las paredes”.

Por último nos trasladamos al sábado 18 de septiembre de 1948. Reinauguración del teatro. LA NUEVA ESPAÑA informaba del acontecimiento: “La fecha de ayer señala una venturosa efeméride en la ya larga historia de la ciudad. (…) Terminada la reconstrucción, ha sido inaugurado en la noche de ayer con la mayor solemnidad. Como ovetenses no podemos menos de sentir la mayor satisfacción al poder contar de nuevo con un edificio digno de Oviedo en cuanto al cultivo del arte dramático se refiere, llenándose así un vacío que se ha hecho sentir mucho desde hace años. El golpe de vista que ofrece la sala, completamente llena, no podía ser más magnífico”.

Fechas significativas en el devenir de un edificio tan simbólico como esencial de la ciudad. Obviamente, ningún ovetense puede presumir de haber sido testigo de estos tres días, pero sí hay un testigo excepcional que ha superado el paso del tiempo, conflictos revolucionarios y bélicos, reformas urbanas y decenas de corporaciones: una farola. Una simple farola que ha visto pasar ante sí a generaciones de ovetenses. Hasta hoy. Si nadie lo remedia, el actual equipo de gobierno municipal pretende arrancarla de su emplazamiento secular tal como informaba LA NUEVA ESPAÑA: “Dos farolas a ambos lados de la entrada del teatro sustituirán la que está en el centro de la plaza, que se retirará con la estatua anexa”. Pues, que quieren que les diga, restaurarla sí, pero, preferiría que continuara en su emplazamiento siendo testigo del correr de los días ovetenses y no sucumbiera a la incívica piqueta municipal. Imposible no evocar las “aleluyas” de Canella. ¡Qué razón tenía!

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