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antonio masip

Con vistas al Naranco

Antonio Masip

Carrère corriendo olas en Salinas

El baño en la playa del premio “Princesa de Asturias”

“Lo que fatalmente se vuelve más raro es la novedad. Pero la hay”. Carrère, E.

Los Premios recuperan tradicional sintonía, o sinfonía. Lo merece Asturias.

Enhorabuena a quienes hacen tanta maravilla. El Campoamor y las brañas, insuperables, en consonancia, el segundo caso, con la somedanas imágenes de José Uría o Joaquín Vaquero.

Los discursos, entrañables, salvo quizá el de Carrère no a la altura de sí mismo. Sus excelentes crónicas forenses me suelen recordar cuando Francisco Gor, en el extinto “Ya”, ganaba terreno al mar franquista, digo al top, o cuando, en tan distinto plano, Hannah Arenzt, lo hacía a la banalidad genocida. Supuse que, plena nuestra literatura de vagabundajes (Lazarillo, Alfanhuí, Gil Blas de Santullano, Torres Villaroel, el Guzmán…), el escritor galo los utilizaría, dado su afamado personaje, que se encamina a clásico de la picaresca.

No fue o no quiso respetablemente que así fuera. Grandioso, sin embargo, que, el mediodía siguiente, el narrador se tiró en calzoncillos a las olas ya heladas de Salinas, seguido por su mujer Charline Bourgeois-Tacquet. Magnífica estampa que hubiera entrado en “Madre Asturias”, de José, casualmente apellidado Francés, con las torres babilónicas del Náutico antiguo y, de nuevo, Vaquero Palacios. Recuerdo la carrera final al oleaje californiano de los productores de Frost versus Nixon, salvando in extremis intervención anodina.

Me preguntan si tengo fotografía de los Carrère bañándose. Claro que no, pues fue genial improvisación de vitalismo. Además en foto hubiera aparecido el abominable amarillo y el metacrilato de los soportes del Museo de Anclas y no la Peñona, comienzo del arrecife coralino del Devónico más importante de Europa, con, en plano central, la insinuación picuda de la no menos fantástica Playa del Cuerno/El Sablico. Los paleontólogos de la Universidad advierten que capítulos de Historia Natural se imprimen en estas rocas a preservar. Es hora de que Castrillón y la Consejería de Cultura, ¡oh Trevín, Presidente entonces, y también su reactualizado yerro de la oficialidá! retiren, no las anclas que deben quedar, en honor al inquieto recopilador Santarúa, sino los armatostes acompañantes, y, de paso, la estatua al fíu de Cousteau y la placa del corrupto Jaume Matas. J.M. Feito, inolvidable cura de la avilesina Miranda, lamentaba exceso de movimientos terrícolas para caminos innecesarios. “Los caminos que no llevan a ninguna parte”, del gran Roberto Bolaño o “Los caminos que se bifurcan” del aún más grande Borges, del mismo Cono Sur. Ni Bolaño ni Borges conocieron la arista de la dicha que hicieron suya un instante los Carrère.

Carrère corrió olas con el merecido “Princesa” remojado en salitre; lástima que el chapuzón no le hiciera reconocible en la destemplada luz otoñal. Yo solía cerrar allí mismo, apenas calón, hubiera resaca y luminoso nordeste o grisáceo viento gallego, la temporada de baños cada Noviembre que envidio en José Francés y ahora en Emmanuel/Charline.

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