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antonio masip

Con vistas al Naranco

Antonio Masip

En el Congo de Santaeufemia

Paradas sentimentales en tierras salenses

Aprovechando ir a La Espina por el homenaje al que, desde el exilio, fue el más ilustre de los españoles, me llegué a Santaeufemia para saludar a Teo, compañero de habitación en el HUCA. Era, pues, viaje obligado a dos paradas sentimentales. En La Espina ya había estado incluso en el cementerio en donde descansa don José Maldonado, acercándose a su Tineo, pero estuve también a ver otrora a Evaristo Lombardero, fabuloso personaje, cuando fue médico rural. A Santaeufemia llegué rodeando el emblemático Monasterio de Cornellana, que el Presidente Rodríguez-Vigil llegó a soñar Archivo Provincial. Mi amigo me esperaba a la puerta de El Congo, su establecimiento. La carretera no sé si era la primera vez que la pasaba o la novedad los magníficos firme y encintado de su borde.

En Bruselas muchas noches después del trabajo atravesaba un barrio de emigrantes del antiguo, y mal llamado, Congo Belga. No pregunté pero imagino que Teo y los suyos habrán tomado nombre tan foráneo de los tiempos que la descolonización hizo, en mi adolescencia, famosísimos los acontecimientos del centro de África. Bien me acuerdo de Lumumba, Kasabubu, el katangüeño Thombé y otros exóticos nombres que precedieron a Mobutu. Soy tan vieyu que valoré la mediación y muerte del sueco Dag Hammarskjöld, el Mr. H de la ONU.

Francófono que siempre fui, me acuerdo también de Tintín y de la prensa parisina. El Congo salense, tan recóndito, tendrá que ver con canción ripiosa de tiempos del picú, o “pick up”: “¿Qué pasa en el Congo? / Qué blanco que pillan / lo hacen mondongo”. De aquella leí “Los hijos de Cam” de un diplomático, Bassols, antes que a los más clásicos Conrard, Conan Doyle y Vargas Llosa, cuyas obras congoleñas me apasionarían luego y muy luego.

Teo, persona cordial donde las haya, me llenó de panes de pueblo y avellanas, ¡las mejores ablanes de Asturias! si le atiendo. Él deambula perfectamente, mientras yo sigo lisiado, pero prestándome, como diría Feijoo, rencontrarle sin la parafernalia hospitalaria.

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