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José Ramón Castañón, Pochi

No sé qué pensar

Las batallas políticas que afectan a la capital

Oviedo está enmarañada en montones de decisiones, dilemas que enturbian la vida local y desdeñan paciencias pero, sobre todo, que ponen de manifiesto, sacan a la luz las posturas y contraposturas, las medias verdades y las mentiras. Ya sea con la vieja Escuela de Minas, con los patrimonios industriales, con la plaza de toros, con los presupuestos culturales, con las fiestas y mercaos, da lo mismo. Y uno no sabe a qué atenerse, ¡qué hartazgo con tanto tío veleta! Hoy quiero esto, mañana aquello. Hoy te digo que no voy a renunciar a lo que es Oviedo, y unos días después te digo adiós y no me acuerdo. Hoy hago planes de futuro contigo, a los dos días los cancelo por otros. Hoy está seguro de lo que estoy haciendo, mañana creo que es un error y estoy equivocado.

Por supuesto que todos tenemos derecho a cambiar de opinión. Pero, en este caso, no se trata de eso. Desde fuera, parece que algunas personas realmente no saben lo que quieren, podríamos llegar a la conclusión de que están jugando con nosotros, nos están mareando, nos están utilizando o tienen otro interés en nosotros más allá de nosotros mismos. Sin embargo, la realidad es más profunda de lo que parece. La mayoría de estos mindundis politiquillos no tienen ni idea de con qué están lidiando ni de lo que tienen entre sus manos.

Recuerdo cuando estudiaba psicología y hablábamos de aquellas personas que tienen una lucha interna brutal entre lo que quieren, lo que necesitan y lo que es mejor para todos. Entre su yo niño y su yo adulto. En realidad, todos tenemos esta lucha, en cierto modo, y en más de una ocasión, pero lo importante es saber qué parte es la que gana. Nuestro yo niño, lo quiere todo y lo quiere ya, y ese todo cambia a cada momento. ¿Y qué pasa si no consigue lo que quiere? Pues que tiene una pataleta monumental, rebota contra las paredes, dice cualquier cosa, en cualquier momento y situación. Ya que un niño no entiende de normas sociales, no tiene en cuenta las consecuencias ni las implicaciones, no sopesa, ni razona, ni planea. Nuestro yo adulto es el que piensa, el que escucha, busca soluciones, busca encontrar un equilibrio, un consenso, de modo que recibamos lo que realmente necesitamos, consiguiendo lo mejor para todos. Es, en realidad, la parte que cuida del nosotros, y la que tenemos que desarrollar y educar según nos vamos haciendo adultos y, por tanto, responsables no solo de nosotros mismos, sino de lo común, que es lo público, que es el interés de todos los ovetenses, de lo mejor para una ciudad que quiere seguir siendo referente.

Yo mismo, como la mayoría de los ovetenses, no tenemos claro qué decisiones son mejores o qué medidas adoptar sobre patrimonios, traslados o celebraciones, pero no albergamos ninguna duda de que queremos lo mejor para lo común que todos participamos.

Quiero Oviedo con su Escuela de Minas, con sus equipamientos industriales a tope de cultura, con las plazas llenas de ferias y festejos; un Oviedo vibrante de vida, de alegría, de saber y de cultura, de estudiantes y sabios. Pero, si sólo escuchamos a nuestro yo niño nos meteremos en un lío de campeonato, haremos daño a la ciudad, iremos como pollos sin cabeza, en un rapto hedonista y descontrolado; es cierto que ganaremos una batalla política, aparentemente, pero pagaremos un precio altísimo, que nos pesará enormemente. ¡Hagámonos adultos y cuidemos el nosotros!

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