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José Ramón Castañón, Pochi

Discusiones estériles

Sobre los debates políticos en la ciudad

Te paseas estos días por las calles de Oviedo, te zambulles en las pestilentes redes sociales y en las plataformas varias en las que nos relacionamos, y no dejas de encontrarte que se promueven discusiones de todo tipo que poco tienen de debate y mucho de manipulación, de postureo... El traslado de Minas y las nuevas facultades, los terrenos de la Vega, las No-fiestas de San Mateo, los No-chiringuitos, la dispersión de los eventos… Todas ellas discusiones estériles en las que lo fundamental no es articular ideas y comprender otros puntos de vista y perspectivas, sino enarbolar una razón e imponerla con argumentos de estéril autoridad; algo muy humano, con mucho de mezquino, que poco dice en favor nuestro.

Decía Schopenhauer que nuestra necesidad de tener siempre la razón viene a demostrar que más que razonables somos una simple voluntad caprichosa. O en términos nietzscheanos: nuestra obsesión por salir vencedores de cualquier conflicto verbal, por estéril que sea, no es más que una manifestación de nuestra agresiva voluntad de poder. Asistiendo como espectador absorto a estos debates provincianos da la impresión de que ese querer tener la razón en todo tema que se debata tiene más de ideológico, de catetismo pueblerino que de una auténtica necesidad de dialogar, escuchar, de encontrarnos y llegar a acuerdos que sean lo mejor para todos. Pero por desgracia, también en nuestra pequeña aldea se ha instalado el papanatismo del "No es no" a todo lo que se menee. Somos muchos ovetenses los que nos seguimos preguntando con serenidad estoica ¿por qué esos inútiles discutidores pancarteros se empeñan en tener siempre la razón?

Está claro que creer que siempre tienes la razón es simplemente un modo de imponer el ego propio ante el ajeno; en castizo, que la tienes más grande que nadie. Es por ello que todo debate o discusión en la calle o en las redes no tiene mucho sentido, pues ninguno dará la razón al otro y no habrá solución al conflicto en ningún caso. Pocas posibilidades cuando se trata de un conflicto ideológico y de opinión en el que nadie tiene la intención de dar su brazo a torcer y reconocer que se equivoca. Los ovetenses estamos cansados de confrontaciones estériles que nada aportan y solo sirven para lanzar insultos, quizás lo mejor sea no participar.

Curiosamente, la degradación de lo público reduce toda decisión a términos de gustos, que vomitamos en las redes y en la vida real. Todo ciudadano tiene sus gustos, se goza en determinados productos culturales porque refuerzan su identidad pública. Pero hay muchos que no saben distanciarse de sus gustos, y se identifican con ellos, pues son un modo artificial de potenciar su ego y autoimagen. Estos son los que se enfadan cuando alguien critica sus ideas u opiniones. En cambio, la persona madura, personal, cultural y políticamente, consciente de la distancia entre su yo, sus gustos y lo público, no se siente ofendida ni contrariada cuando le discuten, al contrario, se abre a la posibilidad de dialogar o cambiar.

Conciudadanos y gestores, os invito a tratar de asimilar que no siempre tenemos razón, que nuestros gustos no cuentan con una importancia capital. La madurez consiste, básicamente, en saber ganar, pero sobre todo en saber perder, o ceder, o simplemente en dialogar.

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