Con vistas al Naranco

En la muerte de Paco Pol

El adiós al arquitecto ovetense que era febril genialidad

Antonio Masip

Antonio Masip

Por este periódico me enteré del fallecimiento de Paco Pol, excelente ovetense y arquitecto. Elena F. Pello glosa su influencia en la configuración urbana. Añado poco. Los amigos comunes, Pedro Blanco y Juan Álvarez, tristemente fallecidos, concejales que fueron de Urbanismo y que contaron con los sabios criterios de Pol, hubieran opinado más apropiadamente.

Paco era febril genialidad. Había estudiado en los Maristas de la calle Santa Susana, como otros ovetenses egregios que ejercieron de tales: Nacho Quintana, Carlos Suárez, Nacho Arango, los Rodríguez de la Rúa (Alejo, Julio, Juan, Carlos), Toni Martín, los Somolinos, Aznárez, Fernando y Paulino Corugedo...) Se ha escrito ya sobre la influencia de Paco en el lavado y protección de los cascos antiguos de Oviedo y Gijón y su singular obra del Palacio de Justicia de la Plaza Eduardo Gota Losada. Mi relación trascendió lo corriente con un profesional de evidentes rasgos artísticos e intelectuales que tuvo la bondad, al enterarse de que buscaba una firma simbólica para finiquitar el mandato edilicio, de traer a Antonio López, con el que fue enorme orgullo contratar una escultura urbana de autor universalmente reconocido. Es lástima que no se haya ejecutado mientras Oviedo padece en su piel el sarpullido endémico de lo que se ha venido en llamar "museo de los horrores al aire libre". La Corporación, si tuviera valor, retiraría las esculturas que afean la faz ciudadana.

Arturo Terán, también arquitecto sensato, lamenta que no se haya dado más razón a Pol. Por mi parte, lejos de todos los cargos públicos que asumí en la ciudad y fuera de ella, debo citar dos casos en los que discrepé claramente del admirado Pol. El primero, la propuesta para participar en la gestión de unas viviendas sindicales. Siempre estaré agradecido a Luis Martínez Noval, que me advirtió de lo mal que gestionaban los compañeros sindicalistas. Paco tampoco me convenció con su audaz idea de recuperar alguna, aunque mínima, actividad mercantil en la Plaza de la Catedral. Por el contrario, estuve con los méritos de despejar la plaza que promovió Enrique R. Bustelo en 1924/1926, criticando quizá como sostenía Manzanares que el llamado "edificio montañés" no alineara con Camposagrado y Valdecarzana. Tuvimos éxito, sin embargo, con la fugaz –¡insisto en fugacidad– Quincena del Agua, fabuloso lago artificial incluido, que conmovió favorable y sorprendentemente a ovetenses conspicuos de la talla de Luis G. Arias, Luisín Garofalo y el poeta Ángel González. En Estocolmo el traductor al sueco de "La Regenta", Peter Landelius, me indagó por la destrucción del barrio que atravesaba Ana Ozores para ir al confesionario de la Catedral desde su supuesto domicilio de Rúa 15 (*).

No me he enterado de si ha habido homenaje fúnebre a Pol, al que hubiera intentado asistir pese a mis dificultades deambulatorias, agradecido a su talento, bonhomía y buen trabajo.

(*) Nada desdeñable, sin embargo, la teoría de Emilio Campos/Ernesto Conde de que el Caserón Ozores estuvo donde el Café Español, hoy dependencias municipales, en Cimadevilla,3, ni la de Señas Encinas de que los personajes Víctor y Ana moraban en el actual 4 de la Plaza de la Constitución. Landelius se preguntaba también por la despistante colocación gótica del Coro de los Canónigos pues carecía de información sobre la importante modificación de 1909 debida al obispo Martínez Vigil, un cuarto de siglo después de aparecida "La Regenta".

Suscríbete para seguir leyendo