España, y no tanto Asturias, ha sido la más importante receptora de inmigración del mundo en los últimos años. Y aunque ahora se plantea una polémica, el país decidió dar a todos, sin distinción de edad, raza, origen o status legal, los servicios básicos, especialmente educación y sanidad. Debemos celebrar que estos dos sistemas hayan podido soportar la demanda y que incluso, probablemente, hayan salido reforzados de la experiencia. Esto demuestra la fortaleza de los dos sistemas y, sobre todo, la profesionalidad de sus integrantes. Felicidades. Porque han tenido que afrontar una presión asistencial alta que además es muy variada porque no hay un patrón que caracterice a los inmigrantes: son un conjunto de ciudadanos de enorme heterogeneidad económica, social, demográfica y cultural. Por eso los servicios no atienden a los inmigrantes, atienden a una persona que lo es, pero cuyas necesidades pueden ser diametralmente opuestas a las de otra que también lo es. De todas formas, podemos decir, con reservas, algunas cosas acerca de su patrón de uso de los servicios sanitarios.

Hay tres características notables de la población inmigrante en contraste con la autóctona que se repiten en varios ámbitos geográficos examinados con algunas diferencias: el nivel de estudios es cuando menos parecido sino mejor, la autopercepción de la salud tiende a ser más alta y la proporción de población que dice tener limitación de la actividad es más baja. Quizás en parte se deba a que la población inmigrante es más joven y a que hay una autoselección de los más aptos en el lugar de origen.

¿Usan más los servicios sanitarios, como tantas veces se dice? Con variaciones geográficas y dependientes del origen, parece que los inmigrantes van menos tanto al médico de cabecera como al especialista. Sin embargo, algunos inmigrantes, específicamente los de origen iberoamericano y quizá también los africanos, acuden más a urgencias. El resto lo usa menos que los españoles. También se hospitalizan más los autóctonos, con algunas variaciones en cuanto a región y lugar de origen. El resumen es evidente, como se ha comprobado en algunos estudios: el gasto por tarjeta sanitaria es menor entre los inmigrantes. Es casi la mitad que el de los españoles comparado con los que proceden de Europa. Y entre los hombres de cualquiera de las otras procedencias el gasto es menos de un tercio del de los autóctonos.

Si los inmigrantes colapsan los servicios de salud no es porque sean grandes utilizadores es porque ejercen un derecho que la sociedad les ha otorgado, y lo ejercen con prudencia. Quizá se deba a que el sistema sanitario no tuvo capacidad de adaptar su oferta al tamaño de la población dado la magnitud y velocidad del crecimiento: más de 6 millones de habitantes en los últimos 10 años. Ese es un reto que afecta a todos los servicios sociales y sanitarios.

Más del 80% de los inmigrantes cree que su salud es buena o muy buena, utilizan menos los servicios sanitarios, sin embargo es posible que sufran más. Efectivamente, varias encuestas en diferentes regiones detectaron que la frecuencia de síntomas como ansiedad y depresión es más alta, por ejemplo, entre marroquíes en el País Vasco, paralelo a un menor apoyo social. Descuajados, como están, de su lugar y sus gentes, intentan arraigarse en un ambiente que no siempre es favorable para sus raíces, para su cultura. Ellos tienen que hacer un esfuerzo para adaptarse al lugar. Y nosotros tenemos que poner los medios para que lo logren, para que su presencia, su fuerza y diversidad sea enriquecedora.

He dejado para el final las enfermedades infecciosas. La tuberculosis pulmonar está descendiendo en España, lo mismo que en Asturias, a buen ritmo. Por tanto, no hay un repunte de esta enfermedad por causa de los inmigrantes, como muchas veces se oye decir. Pero es verdad que hay más tuberculosis entre los inmigrantes, unas veces importada, otras adquirida aquí debido a sus condiciones de vida. Es un reto importante para los servicios sanitarios porque la prevención es difícil ya que el estudio de contactos tan importante para detectar nuevos casos o incluso el caso original es complicado debido a la fragilidad de las redes sociales. También puede preocupar la importación de otras enfermedades infecciosas que adquieren muchas veces en las visitas a familiares. No es un problema importante para la salud pública porque, además de ser un número menor, la mayoría de ellas necesita un vector para la transmisión, que no hay en España o son poco contagiosas en las condiciones de vida y salud local.

Saneamiento base, vivienda, alimentación, educación y trabajo son prerrequisitos para la salud y de la buena salud de los otros nos beneficiamos todos. Simplemente por egoísmo, porque nos interesa que los inmigrantes estén sanos para que puedan trabajar mejor y usen menos los servicios, deberíamos facilitarles el acceso a todos los recursos. No se puede ver sólo como gasto: es una inversión.