Oviedo,

E. G.

El legado de Monterroso llega a Asturias a través de una afortunada conexión. En el medio de tanto circuito de relaciones personales está el poeta y ensayista salmantino José Miguel Ullán, amigo íntimo de Monterroso y de Bárbara Jacobs y amigo, a su vez, de la profesora de la Universidad de Oviedo Marta Cureses. Ullán engrasó la maquinaria y la Universidad hizo el resto. Fue un proceso rápido. «Bárbara actuó con absoluta libertad, nadie la orientó en ningún sentido. Es una mujer muy inteligente», afirmaba ayer Marta Cureses, comisaria del legado, quien lamentó que Ullán no hubiera podido estar presente en el acto de firma. Tenía compromisos en Madrid, derivados de su último libro.

Bárbara Jacobs se puso en contacto directo con Marta Cureses, quien de forma inmediata informa al rector. No hubo compensaciones de ningún tipo, salvo la certeza por parte de la viuda de Monterroso de que el legado ha entrado en una casa en la que se le va a mimar. Bárbara Jacobs se marchó ayer hacia México DF con el regalo de un pañuelo de seda conmemorativo de los 400 años de la Universidad y con el primer tomo de la historia de la institución. Y un montón de agradecimientos.

«Escribir es más búsqueda que encuentro». Vázquez recordó a Bárbara Jacobs unas palabras de la propia escritora. El legado va a servir para buscar entre tanto documento, pero también para encontrar a Monterroso entre nosotros. Un escritor que siempre sorprende.

Un vídeo de apenas cinco minutos puso fin al acto. «Nunca he dejado de ser niño», decía en él Augusto Monterroso, con su cara redonda de niño grande. La niñez, el exilio en México a partir de 1956, cuando el Gobierno militar guatemalteco se cansó de tanta crítica en las columnas de opinión del diario «El Espectador». «México le acogió a manos llenas, al más puro estilo de esa nación única entre las naciones», dijo Bárbara Jacobs, y más de uno recordó al filósofo asturiano José Gaos, al que hace unos meses la Universidad de Oviedo rindió un homenaje.

Bárbara Jacobs, ojos grandes, pelo ensortijado y sonrisa permanente, recorrió después la pequeña exposición sobre el legado explicando detalles y emocionándose ante los encontronazos inevitables del recuerdo. Parecía cansada; parecía feliz.