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Entre los restos de la «domus» aún se conservan muros de casi cuatro metros de altura y paredes maestras de gran grosor levantadas con piedra de primera calidad. La construcción, que se acerca a los 600 metros de planta, cuenta además con una sala de uso doméstico en la que ha permanecido enterrada hasta hoy la base de un molino. Muy cerca, la sala de recreo («triclinium»), abre el paso al resto de estancias que rodeaban el patio columnado.

La mayoría de estos espacios contaban con brasero de calefacción, cuyo foco de calor se localizaba bajo el pavimento y era conducido a través de una especie de tuberías de cerámica por el resto de la casa. En esta sala, denominada hipocausto y similar al cuarto de calderas actual, se trabaja estos días para proteger las columnillas de ladrillo que sostenían el piso.

Es mucho el trabajo que se ha realizado en la casa pero también mucho el que queda pendiente. Los arqueólogos han preferido no desenterrar de momento algunos muros que conservan la carga de mortero enlucida con pinturas y han decidido dejarlos protegidos con el relleno de material del derrumbe de los pisos superiores hasta determinar un sistema de cubierta que los proteja de las inclemencias del tiempo, sobre todo en invierno cuando la altura de la zona facilita las nevadas.

Los elementos decorativos de la «domus» requieren condiciones severas de conservación para proteger un patrimonio hasta ahora inusual en Asturias y de extraordinaria riqueza material y documental. Los expertos ven necesario ultimar una solución que no será sencilla pero que es imprescindible.

La vinculación del occidente asturiano con las explotaciones auríferas fue clara. No en vano se suele relacionar el esfuerzo desplegado por Roma para conquistar este territorio con el interés por los abundantes yacimientos de oro de la zona. Tras la conquista, Roma emprendió la explotación de los grandes yacimientos y convirtió el castro en un poblado rico, cabecera territorial. Muchos vestigios vinculados a esa industria demuestran con evidencias que el Chao fue centro receptor del metal producido en las minas del entorno.

También lo suscriben algunos fragmentos de cerámica localizados en la «domus» que mantienen restos evidentes de haber sido utilizados para la fundición de oro. Con anterioridad, en época prerromana ya habían sido encontrados crisoles que demostraban que la actividad metalúrgica en la zona se remontaba al menos al siglo IV a. C.

La mansión del patio

Nadie esperaba en el castro que bajo las tumbas medievales, que asomaron tras levantar la primera capa de terreno, se escondiera una joya del calibre de la «domus», mansión que ha dejado boquiabiertos a los propios investigadores.

La lujosa casa, de estilo claramente romano, es ya referencia indiscutible si se quiere conocer de primera mano la vida de los altos dignatarios que ejercían el poder en un determinado territorio tras el sometimiento a Roma.

Los restos recuperados dejan a la vista una estructura muy similar a la del dibujo de la derecha. La construcción se distribuye en torno a un patio con columnas, y conserva aún, en la estancia dedicada a cocina, el horno y la lareira. También se ha podido documentar la sala de representación social del señor de la casa y otros espacios para el servicio doméstico.